Cuando un amigo se va
Qué pena cuando un amigo se va. Dentro de los males del alma del ser vivo es una de las condenas más desagradables de la existencia. Quizá, puede ser una enfermedad que jamás encontrará cura, ya que el vacío que deja, rara vez podrá ser saciado.
Una gota ácida recorre todo su cuerpo quemando como el hierro más candente, dejando una cicatriz para la eternidad de su vida. Un mal que hiela el corazón ardiente del guerrero que no encuentra consuelo en sus mayores victorias.
No existen palabras para describir la marcha de un amigo que lleva años a tu vera. En estos días, que la amistad se prostituye por un par de días, es en los malos tiempos cuando se ve quién es un amigo del que es un mercenario de la bonanza.
Un amigo, que desde la mañana más oscura, está con su mejor rostro, te ofrece su apoyo y te da siempre la mano hasta que te acuestas. Eso es más que un amigo, es un regalo del universo que se debe mimar por encima de todas las cosas.
Una pena cuando dos almas se separan en la vida para jamás regresar. Tan sólo queda el recuerdo de lo vivido, como un espectro que jamás se volverá a materializar. Ecos de momentos que, cuánto más pasa la vida, menos se escuchan en la lejanía.
Los regalos que mejor pudieron darte esos amigos no te los dará nadie más. La compañía de la familia es lo más parecido a esos seres, sin embargo, un amigo no nace en tu seno pero te trata como alguien que sí lo es… Eso es impagable.
Una pena que todo tenga final y los amigos no son excepciones. Cuando un amigo se va, una herida mortal se genera en nuestro corazón y rara vez se supera el agravio, tan sólo aprendemos a convivir con ello…
Adiós amigo, vuela en lo más alto del cielo y ofrécele tu canto a los seres que te trajeron a mi lado. El viento de levante siempre me traerá tu hermoso piar y jamás olvidaré la vida que le dabas a mi casa.