Las mamandurrias de hoy día
Escribía yo hace unos días en las redes sociales sobre un incidente con Movistar, al resolver una supuesta avería del teléfono que estaba en la instalación interior; tras varias pruebas a distancia, la operadora, exquisitamente correcta, me indicó que al ser una avería en la instalación interior de mi casa, tenía dos opciones: o solicitar un técnico de la compañía, o buscar uno por mi cuenta. El técnico de la compañía, tenía un precio por desplazamiento de 90 euros, más lo que cobrara por resolver la avería. Me indignó, porque soy cliente de Movistar desde que se llamaba Telefónica, y con ellos tengo prácticamente todo contratado: línea fija, fibra óptica, ADSL, Movistar televisión con varios paquetes incluidos, móviles, etc. por cuya factura pago una cantidad que sobradamente permite a la compañía un mantenimiento adecuado, aunque la avería sea en mi propia casa, pues en mi propia casa tengo los aparatos que ellos proveen, sobre los que supongo que pago el alquiler correspondiente, y en mi propia casa recibo la señal de voz y la de imagen. El acto final fue lamentable porque la operadora me pidió responder a una encuesta de calidad, a lo que me negué en rotundo. Si bien es cierto que su comportamiento fue, repito, exquisitamente correcto, no me pareció bien prestarme al juego de las encuestas de calidad porque son una manera de tomarte el pelo, aunque tengas poco. Conozco a alguien que, en una ocasión, solicitó el servicio técnico para arreglar un electrodoméstico y, con un evidente desfase entre la avería y la factura, fue encuestado días después por esos servicios un poco fantasmagóricos para pedir su valoración por la atención y el servicio recibido. Y respondió: todo perfecto, excepto el precio. Insistía la encuestadora, y él volvió a responder, sí, sí, todo bien excepto el precio. Ante la insistencia de la encuestadora acerca del comportamiento del técnico, mi amigo respondió: perfecto. Bien vestido, bien conjuntado. Cambió una pieza por otra en un abrir y cerrar de ojos. No ha violado ni a mi mujer ni a mi hija, ni ha sodomizado a mis hijos y a mí mismo, no puedo decir más que perfecto su trabajo, pero muy caro para el tipo de avería. Y ahí quedó la encuesta, a la entrevistadora no le interesaba, porque no le interesaba a su compañía, hablar del precio.
Vuelvo a Movistar. He decidido resolver la avería sustituyendo una pequeña pieza por otra que, aparentemente no estaba bien, y cuyo funcionamiento consiste en admitir el cable de voz que viene del rúter por una entrada, y por la otra el cable que viene del propio teléfono. El coste, un euro. Sí, amigo lector, un euro. Y funciona.
Somos un país de zánganos y estafadores. La estafa, en esta cacareada sociedad democrática, está institucionalizada porque se genera gota a gota en las clases medias y, a través de las grandes compañías, mana finalmente en las fuentes donde abreva una parte de la casta política. Desde los 3 ó 5 euros por barril de crudo hasta los descansaderos de cuantos abandonan los cargos públicos, donde son recompensados con suculentos contratos en los diferentes consejos de administración. La situación puede ser anecdótica o cruel, según quien sea el pagano, pero esperpéntica y soez. Los medios no denuncian estos casos porque estos casos forman parte de la generalidad; los medios nos venden conductas y comportamientos de quienes, desde posiciones más específicas, ensalzan a una Europa que tiene un discurso para los necios y otro para los sabuesos que se reparten el bacalao.
Esta es una sociedad que ha perdido su libertad de crítica y se ha entregado a los tópicos, que constituyen el hacer del día a día. Y esto no es culpa de Rajoy, aunque él ha colaborado a mantener este modus operandi. Cuando Movistar era la Compañía Telefónica Nacional de España, cuyas gestiones para su nacionalización corrieron a cargo de un luarqués, don Gumersindo Rico, paisano mío, fundador de la compañía, secretario general del consejo de administración y presidente del mismo en 1928, puso en manos de los españoles un tema tan importante como el de las comunicaciones. Relatar los servicios prestados por la CTNE resultaría, en estos tiempos, una sutil manera de llamar peseteros y de sonrojar a los que han devuelto la gestión de las comunicaciones a los buscadores de tesoros, los filibusteros de hoy. Hubo un tiempo en que muchos de los servicios eran gratis para el usuario, y te atendían con apremio y solvencia.
Iberia, que también fue compañía estatal -y aquello sí que era marca España- mantenía un lema según el cual únicamente el avión recibía más atenciones que el usuario…. Estos días, con motivo del lío -consentido lío, añado- de Vueling, nos venden en los telediarios los “derechos” de los consumidores a recibir no sé cuántas indemnizaciones si pasan no sé cuántas horas si el avión no despega… a mi mujer y a mí, y a otras noventa y tantas personas, nos dejaron tirados un domingo a las 18 horas en el aeropuerto de Melilla, sin más indemnización que pagarnos el hotel y el desayuno, y con un billete para salir al día siguiente no directamente a Madrid, sino a Granada, desde dónde tuvimos que tomar otro avión llegando 24 horas más tarde a nuestra casa. Y a pesar de presentar la correspondiente reclamación en atención al cliente, y a pesar de dedicar varios artículos, lo único que me ha quedado es la anécdota de dormir una noche más en Melilla, mi maravillosa ciudad española en África, y el haber pasado ocho horas en la no menos maravillosa ciudad de Granada, mejor dicho, en su aeropuerto… donde Iberia no nos pagó ni la comida.
De mi director Antonio Izquierdo aprendí a disfrutar desde ese balcón desde el que los periodistas libres aprendemos a ver el acontecer diario. Nuestra libertad tiene un precio muy alto: no ganamos premios, no engrosamos nuestro currículo con sonoros éxitos u ofertas profesionales, no engordamos nuestro patrimonio, pero no nos arrodillamos a buscar la propina. Asumimos nuestros errores, que también tenemos, pero inspiramos nuestro trabajo con honestidad y con el objetivo de ser lo más justos posibles, dentro de nuestras limitaciones.
Concluyo: la España de hoy, o lo que queda de ella, está en manos de estas compañías que ningunean al cliente del que se nutren, que desatienden sus necesidades porque, en la mente de los que dirigen este mundo de negocios de altos vuelos, salpicado de escándalos, el cliente final, que es el simple usuario, no representa nada. Es como esa manada de ñus que cruza el Serengueti, una masa de gregarios que asumen el riesgo de caer en las fauces de un león.
Si de acuerdo, voy a exponer otra cuestión, las centralitas de los coches reutilizadas, el sablazo es sideral, cuando debe ser la sustitución interna de un chisme que su coste debe ser 0’80 €, hasta donde he podido averiguar, la cuestión, sí influye esta avería en el tiempo dependiendo si pasas las revisiones en los concesionarios oficiales o por lo contrario en talleres independientes. Y podríamos seguir con los decesos y servicios técnicos de electrodomésticos, la cultura del pelotazo, mínima inversión para una gran rentabilidad. Otro logro de la cultura occidental global.
En esta España desnortada todo vale. Sobre todo cuando hablamos de restar derechos a los trabajadores y a los consumidores en general. Todo se da por bueno con tal de que la empresa cree un puesto de trabajo más. Contamina, paga sueldos tercermundistas, roba al trabajador, expolia al consumidor… haz lo que quieras pero crea un puesto de trabajo más. O al menos no despidas a ninguno. A todo esto, tanto desmán se nos vende como un legítimo uso de la “libertad”. Con lo cual el ciudadano medio está contento y las grandes empresas se nos ríen en la cara.… Leer más »