La “leyenda” del Alcázar (y II) La historia de los rehenes
Otro ataque a la “leyenda” del Alcázar convierte a las mujeres y niños allí alojados en rehenes tomados para impedir el asalto. El periodista useño de izquierda, H. Matthews, recogiendo el argumento, escribió en 1957: “Las mujeres y los niños que estaban en el Alcázar –unos 570– fueron sin duda atraídos y encerrados dentro de la fortaleza por ignorancia o contra su voluntad. Más aún, los leales hicieron repetidos intentos, con las más rigurosas garantías de seguridad, para conseguir que los rebeldes dejaran salir a las mujeres y a los niños. Estas pobres criaturas fueron simplemente rehenes de los rebeldes, aprisionados contra su voluntad. Lejos de ser una fuente de orgullo para los nacionalistas, su presencia y sufrimientos representan uno de los más vergonzosos incidentes de la guerra civil en el lado de Franco”.
Y H. Southworth remacha que Moscardó bien podía imaginar que podían matar a su hijo, pues “él mismo tenía la suficiente maldad como para capturar a los hijos e hijas de otros como rehenes y… ¿quién sabe lo que hizo con ellos?”.
Estas fábulas proceden especialmente del exiliado pintor Quintanilla [en quien se basa el tal Fuentes], que también había incitado a Matthews a negar la conversación y afirmar que Luis Moscardó había muerto en Madrid días antes; aseguraba también que los guardias civiles bajo ningún concepto estaban autorizados a llevar consigo a sus familias. Cosas todas ellas falsas.
En su tiempo, Matthews recibió la contundente réplica del historiador franquista Manuel Aznar, y finalmente pidió disculpas a la viuda de Moscardó: “Estoy seguro de que usted se dará cuenta de que yo escribí lo que escribí en la versión original de buena fe. Creo también que aquellos que me facilitaron la información que utilicé actuaron de buena fe. Sin embargo, después de haber leído las razones escritas por Manuel Aznar y discutido el asunto con otras personas que merecen garantía, estoy convencido de que debo haber estado completamente equivocado”.
La buena fe de Matthews salta a la vista, pero no así la de Quintanilla ni la de otros que mantienen impertérritos esa leyenda. De haber cientos de rehenes izquierdistas, en su mayoría mujeres y niños, posiblemente el Alcázar no habría sido atacado tan furiosamente, con intentos de volar el edificio y sepultar indiscriminadamente a sus ocupantes. Pero en realidad, como observa Ramón Salas, “la existencia de rehenes en al Alcázar nunca fue motivo de preocupación para los sitiadores y el tema no fue objeto de debate en una sola de las reuniones de civiles y militares. Sediles y Quintanilla sentían tan escasa preocupación por ellos que estaban dispuestos a bombardear el Alcázar con gases asfixiantes. La prensa y la radio tampoco se hicieron eco en ningún momento de este hecho, que jamás fue invocado como paralizante de la acción gubernamental”. La idea de los rehenes, indudablemente, se le ocurrió al “honrado” Quintanilla más tarde.
Hubo, sin embargo, algunos prisioneros izquierdistas, cuya utilidad para disuadir de ataques o del asesinato de derechistas en la ciudad resultó nula, aunque acaso salvaran momentáneamente al hijo de Moscardó. ¿Cuántos rehenes hubo? Sería absurdo que metieran en el bastión a cientos de ellos, sabiendo que tenían por delante un largo asedio. Su número fue de 16, según se desprende de las anotaciones en el Cuaderno escrito por Moscardó durante el sitio. Debieron de ser liberados al llegar las tropas de Franco, pero la suerte de algunos de ellos fue trágica. Por ejemplo, de Francisco Sánchez, maestro izquierdista, dicen Bullón y Togores: “Logramos localizar a su hijo Virgilio, cuyas revelaciones aclaran el porqué de la diversa suerte corrida por los presos. Según su testimonio, su padre fue puesto en libertad por Moscardó junto con los demás rehenes (…)
Durante un día deambuló por la ciudad sin saber adónde dirigirse, pues su familia había abandonado Toledo. Pero Toledo era una ciudad enloquecida, donde los deudos de los asesinados por los republicanos [de republicanos no tenían nada, si entendemos por tales los de la II República. Eran frentepopulistas] buscaban venganza y señalaban a las tropas las personas que debían ser fusiladas. Francisco Sánchez fue uno de los denunciados, por lo que fue pasado por las armas sin que en su muerte tuviera nada que ver el coronel Moscardó (…) Cuando Moscardó supo que algunos de los rehenes habían sido fusilados, se indignó, pues consideraba harto evidente que al haber estado encerrados dentro del Alcázar no se les podía culpar de ninguna de las tropelías cometidas por sus correligionarios. Otros corrieron mejor suerte, como la mujer e hija del concejal Domingo Alonso, auxiliadas por varios guardias civiles”.
Pese a la contundencia de testimonios y libros como el de Bullón y Togores, el “asedio al Alcázar” persiste encarnizadamente en los papeles. El estudioso Reig Tapia, después de limitar la “leyenda”, al episodio de Luis Moscardó y definir como “literatura” el resto, juzga la versión de García-Rojo, que presenta al padre llamando al hijo cobarde, “tan verosímil como cualquiera otra”, cuando, como hemos visto, solo resulta verosímil para quien quiera prescindir de cualquier facultad crítica. Y explica: “Que el hijo de Moscardó se desplomara moralmente en la creencia de que iba a ser fusilado –recuérdese el caso de García Lorca—simplemente humanizaría al hijo y, para el caso, el padre no hace sino reflejar la mentalidad militar propia de la época impregnada toda ella del militarismo fascista dominante”.
¿Sería fascista Guzmán el Bueno, o debería un jefe militar rendirse a un chantaje así para no ser “fascista”? ¿Qué dirían Reig, Southworth, Quintanilla, etc., si el caso hubiera ocurrido con los papeles de nacionales y “republicanos” invertidos? Y ya que Reig emplea la palabra fascista como un insulto, ¿no debería aplicarla más bien a quienes idearon semejante tortura moral para el padre y el hijo? Por supuesto, es humano el desfallecimiento ante la muerte y solo un cretino se lo reprocharía a García Lorca o a cualquiera. Pero no es menos humana la postura valerosa, y solo un necio la denigraría.
La poca seriedad de Reig resalta en la pretensión de que los milicianos no pensaban fusilar al hijo de Moscardó. ¿Por qué no habían de hacerlo cuando, con mucho menos motivo, eran fusilados otros, en los dos bandos? La primera deposición de García-Rojo, en la cárcel, suena más veraz cuando señala que solo la interposición de algunos, aduciendo un posible canje de rehenes, salvó al joven en aquel momento. Pero así quiere verlo Reig: “Su hijo será fusilado, en otro contexto, como una víctima anónima más de las tantas que hubo en la guerra, un mes más tarde, el 23 de agosto, junto con otros presos que fueron objeto de una “saca” ante la sinagoga del Tránsito, como represalia por un bombardeo de la aviación rebelde que provocó numerosas víctimas inocentes, entre las que se encontraban varias mujeres y niños, matices y circunstancias que la propaganda franquista, obviamente, se encargó de ocultar celosamente. Todos estos matices y circunstancias confieren al suceso una perspectiva radicalmente nueva, que imprime al lamentable suceso un sesgo bien diferente del presentado por la hagiografía franquista”.
En realidad no fue una “saca” tan anónima, pues con Luis Moscardó cayeron otros destacados derechistas locales, como el fiscal de la Audiencia o el secretario de la Diputación, amén de varios hermanos maristas.
Y no menos erróneo es atribuir a los nacionales el bombardeo pretextado para la “saca”. Para apoyar su versión, Reig cita a historiadores franquistas como Arrarás y Jordana de Pozas, que cuando escribieron ignoraban la realidad. Pero omite que ya en 1973 Ramón Salas, en su monumental y documentadísima Historia del Ejército Popular de la República, transcribe una nota pasada al ministro por el estado mayor izquierdista en relación con el bombardeo del día 23: “A un aparato de la aviación leal se le cayó una bomba cerca de la esquina de la calle ancha de Zocodover y que ha producido cuatro muertos y aproximadamente dieciséis heridos que está en los hospitales”.
En el parte del día siguiente el número de muertos subía al doble, por heridos fallecidos en el hospital. Así pues, las “victimas inocentes, mujeres y niños”, fueron causadas por la aviación izquierdista. Como señala Salas, “El bombardeo aéreo que provocó el asalto a la cárcel fue efectuado por un avión gubernamental y el hecho era perfectamente conocido, desde que se produjo, por las autoridades civiles y militares y jefes de milicias y muy posiblemente incluso por la población civil, pues el bombardeo se efectuaba sobre el Alcázar y fue una sola bomba la que cayó fuera, aunque muy próxima al objetivo” No obstante lo cual, el suceso fue utilizado para organizar una masacre de presos.
Parece bien claro a estas alturas que la resistencia del Alcázar, incluido el episodio de la conversación entre Moscardó padre e hijo, se corresponde con otras acciones heroicas como las del cuartel de Simancas, Oviedo, Santa María de la Cabeza, Guadalupe, etc. Nada semejante ocurrió en el bando contrario, según reconoció el líder anarquista García Oliver: “Se está dando un fenómeno en esta guerra, y es que los fascistas cuando les atacan en ciudades aguantan mucho, y los nuestros no aguantan nada; ellos cercan una pequeña ciudad y al cabo de dos días es tomada. La cercamos nosotros y nos pasamos allí toda la vida”.
Lo mismo vienen a reconocer las instrucciones del gobierno de Largo Caballero para la defensa de Madrid: “La defensa de la plaza de Madrid, que al ejemplo de la realizada por el enemigo en plazas como Toledo, Oviedo, Huesca y Teruel, debe hacerse a toda costa, defendiendo palmo a palmo…”. (De Los mitos de la Guerra Civil)
Por cierto, que el desvergonzado Quintanilla tiene en su haber otras hazañas como haber dejado un piso suyo para la organización de la insurrección socialista de octubre de 1934. Quizá por eso lo admira tanto el buen Fuentes.