Por Jesús Cascón.- Hay gente que se posiciona descaradamente hacia un bando o una corriente sin necesidad alguna. Es una manera absurda de retratarse, al igual que hacen quienes creen tener la responsabilidad de opinar sobre cualquier asunto y, en ese acto, también se están retratando. Y luego las hemerotecas hacen daño, advierto. Es el caso del cese fulminante de Jesús Cintora y su equipo de «Las mañanas de Cuatro», programa que la cadena Mediaset arropó con el propósito de tambalear los índices de Antonio García Ferreras en La Sexta, un periodista que puede ver en el paso de una mosca una exclusiva pero que no parece andarse con remilgos ante la realidad, y eso gusta en televisión.

El espacio de Cintora no fue un lugar allanado para el regodeo de Podemos y sus seguidores. Fue algo más. Mezcló churras con merinas, puso en pantalla a lo más granado de la España cañí, a veces con resultados estrambóticos, sabiendo combinar monjas economistas y amantes de las anchoas como abanderados de una cuota de pantalla que en ocasiones llegó al 16 por ciento. Todo esto, aderezado con pertinentes aguijonazos al gobierno, liderados por la libre elección de su presentador, que cuando tenía la más mínima oportunidad zurraba a los populares a diestro y siniestro. No entro en este último detalle, toda vez que cualquiera es dueño de pensar políticamente lo que quiera. Incluso diría que los dirigentes del PP tampoco han tenido los “reaños” de plantarle cara con discursos inteligentes y mordaces, pero llama poderosamente la atención que su cese haya dejado tantos posos, tanta crítica en dirección al partido en el poder cuando, en realidad, los partidos no echan o ponen periodistas. Aconsejan, presionan, hacen lo que pueden, pero realmente los que los ponen o los quitan son los propietarios de las cadenas. Así de sencillo. Traduzco: Mediaset no puede irse de rositas tras este hecho.

Los progres de este país piensan que hay una calculada maniobra de los peperos detrás de este asunto, y uno de los retratados tras el cese, Juan Carlos Monedero, trazó sus líneas de pensamiento en una carta publicada días atrás en la que expresaba su estupor por este cese, alegando que la libertad de expresión no es una cosa privada, sino pública. Tiene razón, pero olvida que esa libertad debe ser observada y vigilada en todos los medios de comunicación y en todos los programas, no sólo en los que te dan cancha o te ríen las gracias. Ese es el pequeño detalle que obvia, y no creo que lo olvide por casualidad. Insisto, se retrata con esta defensa que no hace del resto de periodistas despedidos en otros medios, poco más o menos, por el mismo motivo.

Curiosamente, el que menos ha hablado del cese es el doliente: Cintora. Y eso no sé si es algo que hable bien de él o es el resultado de un inminente nombramiento en otro programa de Mediaset. Ya saben: si eres bueno y te callas te damos otra cosita. Si hablas más de la cuenta, ve buscando trabajo en otras latitudes. Sea como fuere, el verdadero culpable de este contratiempo mediático es la cadena, no los partidos políticos o incluso la particular forma de ver la imparcialidad de su ex presentador. Esta cadena ya nos tiene acostumbrados a obrar como Judas, falseando sus actos con otros actos posteriores que desmontan los anteriores y les convierten en unos aprovechados sin escrúpulos, porque no podemos olvidar que esta misma cadena tardó cinco segundos en echar a los Chunguitos de Telecinco cuando soltaron aquella desafortunada frase («prefiero tener un hijo deficiente mental antes que homosexual»), y acto seguido tardó otros cinco segundos en buscarles acomodo en Cuatro.

Si su conducta es indigna e inapropiada, tenía que haberlo sido en cualquier canal, pero lejos de ser consecuente con tus actos, te vendes a los índices de audiencia como los mercaderes en el templo. Con Cintora pasará lo mismo: la propia cadena ha argumentado que la pluralidad y la objetividad pesan más que las personas, pero seguro que a esas personas les buscará acomodo en otros menesteres. Es la falta de tacto de algunos, abanderada por la defensa a ultranza de otros que, a estas alturas de la película, siguen pensando que han descubierto la mantequilla. Parecían buenos fajadores, pero se quedan en “sparrings” de poca monta.