España en el suroeste de los EEUU: De Cabeza de Vaca a Juan de Oñate (I)
José Antonio Crespo-Francés.- En 1550 el Emperador Carlos I de España y V de Alemania ordenó que no se hicieran nuevas expediciones ni se conquistasen más territorios hasta que un organismo de inspectores establecido por cada audiencia pudiera determinar si las conquistas podían hacerse sin injusticias a los indígenas que viviesen en esas tierras. Felipe II se mantuvo en las mismas directrices a pesar de lo que la leyenda negra siempre envolvió tratando de oscurecer las actuaciones de ese monarca y en general de la conquista, asentamiento y poblamiento español. Dejando claro que hubo episodios de injusticia y explotación, lo que debe quedar claro es que la Corona siempre tuvo como una de sus principales preocupaciones la protección y respeto a los naturales de los nuevos territorios tal como se reflejó en las Leyes de Indias y en sus antecesoras las Leyes de Burgos de 1512.
La ‘frontera del norte’ era el límite tras el que las aventuras estaban totalmente prohibidas y severamente castigadas. Cuando alguien se marchaba de allí sólo podía ir al sur. Eso hizo que con el tiempo la idea de ‘marchar’ e ‘irse para atrás’ significara lo mismo; de hecho, en Nuevo México todavía hoy en día se conserva entre algunos la costumbre de decir ‘irse para atrás’ para ‘irse de viaje’.
El 30 de abril de 1598, tras desaparecer las trabas e impedimentos burocráticos virreinales y de una dura y tortuosa marcha a través del Camino Real de Tierra Adentro, que unía del sur a norte la ciudad de México con Santa Bárbara, la ciudad más norteña del Virreinato de Nueva España, Juan de Oñate, con algo más de 120 familias en 93 carretas tiradas por bueyes y un grupo de indígenas aliados tlaxaltecas, acompañados de 8000 cabezas de ganado, funda la provincia de Nuevo México, tomando posesión del territorio en nombre del Rey de España y llevando a cabo la primera celebración de Acción de Gracias en los actuales territorios del suroeste de los Estados Unidos de América, antes de la celebrada por los peregrinos anglosajones en 1622, y considerando la primera aquella que en 1565 había celebrado en Florida el gobernador, capitán general y adelantado Pedro Menéndez de Avilés.
Expediciones previas
Pero hablemos primero de las expediciones previas a este vasto territorio y su justificación: siempre existió y se mantuvo vivo el mito de los reinos o imperios de Quivira y de las Siete Ciudades de Cíbola, así como la aspiración de encontrar el posible y quimérico paso que uniera el Atlántico y el Pacífico por el norte para con ello evitar el lejano estrecho de Magallanes.
El primer español que describió el sur de Norteamérica fue Alvar Núñez Cabeza de Vaca quien, como consecuencia del fatal naufragio de Pánfilo de Narváez en su viaje a la Florida, emprendió un épico viaje terrestre en busca de gente conocida donde guarecerse tras la pérdida de todas las tripulaciones de la expedición fallida de Pánfilo de Narváez a la Florida. Cabeza de Vaca, Andrés Docampo, Alonso del Castillo Maldonado y un sirviente negro, Estebanico, hicieron a pie un recorrido incomparable desde Florida al Golfo de California, medio siglo antes de que cualquier otro europeo pisara la costa atlántica.
Un antiguo mito medieval estimuló a los españoles a seguir ‘más allá’: las Siete Ciudades de Cíbola. Cliff Dwellings en el Parque Nacional de Mesa Verde. Edificaciones nativas tan parecidas a las que los exploradores habían dejado en España y que les llevó a denominarles ‘indios pueblos’. Foto US Government. Estas magnas construcciones fueron abandonadas antes de la llegada de los europeos a causa de las sequías producidas por un drástico cambio climático.
Lugares en España, como San Juan de la Peña y San Urbez en Huesca, Monasterio de la Hoz en Guadalajara, San Miguel del Fai en Barcelona, Virgen de la Peña en Tosantos Burgos, Ermita de San Tirso y San Bartolomé en Las Merindades, Santos Justo y Pastor en Olleros de Pisuerga, debieron estimular la imaginación de los españoles que vieron por primera vez los asentamientos pueblos.
Las siete ciudades de Cíbola
Otro mito, como el de las minas del rey Salomón, que estimuló a los españoles a ir ‘más allá’, fue la leyenda de las Siete Ciudades de Cíbola. Este mito procede de la Reconquista: hacia el 1150, cuando los moros tomaron Mérida y otras ciudades extremeñas, se dijo que siete obispos y varias familias huyeron y, tras embarcar en Portugal, navegaron hacia occidente, donde alcanzaron una tierra en la que fundaron siete ciudades en las que abundaba el oro y las piedras preciosas.
Los informes que ofreció Cabeza de Vaca a su regreso, en los que aparecían esas ciudades de piedra, refrescaron ese mito de tal modo que el Virrey Mendoza encomendó una exploración en septiembre de 1538 a Fray Marcos de Niza, cuya experiencia ya era importante, pues había recorrido Santo Domingo, Guatemala y Perú, donde acompañó a Pedro de Alvarado. El franciscano salió de San Miguel de Culiacán, en donde le despediría el Gobernador de Nueva Galicia, una de las divisiones del territorio novohispano, Francisco Vázquez de Coronado. Caminó hasta el golfo de Baja California y luego hasta Cíbola, en Nuevo México.
Itinerario del viaje realizado por fray Marcos de Niza en 1539 en busca de las legendarias Siete Ciudades de Oro de Cíbola y Quivira, expedición que se organizó por iniciativa del virrey de Nueva España, Antonio de Mendoza, después de escuchar los relatos de Álvar Núñez Cabeza de Vaca sobre la existencia de una gran ciudad habitada por guerreros invencibles, a la que la llamada a la aventura en búsqueda de la riqueza identificó inmediatamente con esa vieja leyenda medieval de Cíbola y Quivira, ciudades construidas en oro y llenas de riquezas. Aunque Fray Marcos nunca la encontró, si que escuchó nuevos relatos de los indios sobre ella, pero estos se referían a la ciudad de Acoma, ciudad que era considerada inexpugnable. Francisco Vázquez Coronado la buscaría y la encontraría, maravillándose de su construcción, pero nadie volvería allí hasta sesenta años después. Coronado fue bien recibido, los hombres de Oñate no tendrían el mismo recibimiento.
Se cree que el fraile relacionaría su destino de contactar con los indios con los que había tratado Cabeza de Vaca, y la búsqueda de las Siete Ciudades de Cíbola, con los siete pueblos zuñi que había en ese momento. La expedición regresó un año después, llegando a la capital, Ciudad de México, el 2 de septiembre de 1539.
Exploración sistemática
Otra expedición que buscó explorar los amplios territorios del norte fue la de Francisco Vázquez de Coronado, Gobernador de Nueva Galicia. No podemos olvidar que esa metódica exploración terrestre iba complementada por la expedición marítima de Hernando de Alarcón, marino y explorador, recordado por haber sido el primer europeo conocido en explorar el río Colorado. Desapareció en el transcurso de esa exploración, después de haber entrado en el río desde su desembocadura en el golfo de California.
La decepción
La expedición de Coronado, escrita por Pedro Castañeda de Nájera, participante en la expedición, hizo bajar las aspiraciones de los exploradores, pues demostró que no existían las fabulosas riquezas que había relatado Fray Marcos de Niza. El desencanto ya había sido tremendo en la misma expedición pues las casas en las que se suponía que habría oro eran de aspecto mucho más desolado que las que habían ido viendo a lo largo del viaje.
Misioneros en solitario
Los propósitos misioneros eran tan fuertes que hubo religiosos que se dirigieron hacia el norte buscando cristianizar a aquellos pueblos de los que ya se iba teniendo una idea precisa. Fray Agustín Rodríguez obtendría permiso del Virrey para salir hacia tierras de misión, acompañado por dos sacerdotes, Fray Francisco López y Fray Juan de Santa María y 16 indios mexicanos. Llevarían la protección del capitán Francisco Sánchez Chamuscado y nueve soldados. Partieron en junio de 1581 pero en Tiguex enfermó el capitán Sánchez y falleció. Los soldados aconsejaron el regreso pero los franciscanos se despidieron de ellos y siguieron adelante predicando la fe cristiana, hasta que fueron martirizados y muertos por los indios.
Sin saber la situación de los frailes, Antonio de Espejo partiría, en noviembre de 1582 hacia el norte con 2 franciscanos, 15 soldados y algunos ayudantes indios. En Tiguex supieron de la muerte de Fray Agustín, y en Acoma tres indios novohispanos supervivientes de la expedición de Coronado les relataron el martirio de los misioneros. Los exploradores regresaron a Santa Bárbara en julio de 1584.
Esta es la travesía conocida como Jornada del Muerto, que Juan de Oñate y su expedición recorrieron durante casi 120 kilómetros hasta llegar a un asentamiento de indios Pueblo que les auxiliaron. Por ello Oñate llamó a aquel asentamiento Socorro. El nombre de Jornada del Muerto parece probable que se deba a que es un lugar donde no hay agua, ni leña, ni pastos. En el siglo XX la Jornada del Muerto sería el lugar elegido para la primera prueba atómica el 16 de julio de 1945.
Expediciones sin autorización
La llamada hacia el norte era tan poderosa, a pesar de la pobreza de aquel territorio y sus gentes, hubo expediciones no autorizadas. Gaspar Castaño de Sosa, bravo portugués, enérgico, buen organizador, comprensivo y de gran imaginación se lanzó a la aventura sin la pertinente solicitud al Virrey de Nueva España ni a la Casa de Contratación de Sevilla.
Poco después, dos capitanes Francisco de Leyva y Bonilla y Antonio Gutiérrez de Humaña, partieron sin autorización desde Chihuahua e intentaron seguir la ruta de Coronado, llegando hasta Nebraska. Llevaron a cabo otro intento en el Lejano Norte que fracasó. En 1593 cruzaron el río Grande y alcanzaron Taos. Bonilla, enfrentado con su compañero en el ejercicio del mando, murió en un duelo con Gutiérrez quien luego perdería la vida a manos de los indios. De esta expedición sólo sobrevivieron un soldado llamado Alonso Sánchez y una muchacha mulata que se quedaron a vivir entre los indios de Quivira a los que años más tarde allí los encontró otro personaje importante, Juan de Oñate, el verdadero fundador de Nuevo México y a quien contaron todos los detalles de la desventurada expedición, pero no quisieron acompañarle en su regreso.
Estas y otras expediciones, en las que no se encontró oro ni plata, mantuvieron vivo el propósito evangelizador y colonizador en un territorio que, tiempo después, recibió el nombre de Nuevo México, como extensión del verdadero México, y en donde florecería con pujanza la cultura hispana, pero esto sería ya objeto de un tratado exclusivo.
Gracias por su aportación para ir conociendo un poco mejor la Historia de España.
No estoy muy de acuerdo con el comentario de Jose Alberto refiriéndose a que a los niños se les enseña únicamente lo referente a Pizarro o a Cortés, ojalá fuera así. Lo que de verdad aprenden es a ver galopar por aquellas tierras a algún relamido jinete descendiente de los europeos del norte.Un saludo Penna fidele
Crespo-Francés: Discrepo en una cosa. Sin ánimo de ofender, en el mapa que has puesto al comienzo, has dibujado que los apaches ocupaban un zona por encima de la que ocupaban los comanches. Creo que es al revés.Los comanches empujaban hacia abajo a los apaches. Estaban por encima de ellos. En el desarrollo de la población indígena en USA, desde su emigración desde Alaska, los comanches siempre empujaban en dirección México a los apaches.
Un abrazo.
Inmejorable, sobre todo cuando se alude a la Leyenda Negra, que nos encanta para definir al mundo de La Propaganda que tanto daño ha hecho al Catolicismo y a España, durante siglos.
Éstos artículos suelen pasar desapercibidos por el gran público, ya que en algunos saben la grandeza de España y ni siquieran profundizan, y otros instruídos desde la infancia han sido adoctrinados por ideas separatistas
dentro de la propia España.
Muchas gracias por compartir.
Crispín: Opino igual que usted. En España, nuestra historia es totalmente desconocida.
A los chavales de hoy, creo que lo único que se les enseña de la historia española en América son las hazañas de Cortes y Pizarro.
Es llamativo que sean los partidos de izquierdas los que protejan y apoyen cualquier tipo de cultura (entre ellas la historia). En cambio los partidos de derechas no lo hacen. Es muy triste.
Me gustado mucho su artículo Sr. Crespo-Frances. Que sepa que soy de la XXVIII. Lo conocí en unas conferencias sobre Blas de Lezo.
Excelente.