Federico Collado.- No sé qué ocurrió el 2 de diciembre cuando se cortó el acceso a Alerta Digital. Estoy seguro que tuvo que ver con la polémica del artículo de la feminización de la policía. No he llegado a leer el artículo mencionado, pero el asunto de las aptitudes de la mujer y su papel en las fuerzas del estado no tiene porqué presentarse como un delito. Por eso creo que se puede abordar este tema siempre que no hayan mensajes punitivos, como los que sí ha habido en ocasiones por parte de feministas que profirieron amenazas contra la Iglesia, la religión y en definitiva contra la sociedad y por tanto, la ley y la constitución.

Desde la transición se nos ha educado para aceptar voces antisistema como parte de una convivencia retorcida, donde no hay lugar para el orden constructivo ni para los verdaderos derechos que en teoría representaría una constitución, por lo que me hago estas tres preguntas:

1ª-¿Qué ha fallado en nuestro sistema desde la transición para que bancos; medios de comunicación; colectivos; justicia, gobiernos o partidos trabajen con tanta frecuencia en contra de la propia sociedad?

2ª-¿Será que los poderes de todo tipo ya no tienen más referencia que la proyección personal, el bienestar y la posterior supervivencia? ….y agárrense: ante la transformación de una nación que parte de la posguerra de los años cuarenta, sin planes Marshall, hasta llegar a ser la séptima potencia industrial del mundo en 1975 y dejar la base económica y social más sólida de su historia.

3ª-¿Es posible ver algo parecido a esa evolución o que la misma se repitiera con las actuales instituciones que nos representan? Yo mismo les respondo: lo siento políticos, pero no. Ni hartos de vino de La Mancha.

Además de estas preguntas oportunas -u oportunista, en la segunda de ellas- vemos los defectos propios de la gente de a pie en el “régimen” del nuevo orden de occidente –aunque no hay nada que sea irremediable- y que se impone por la fuerza en el resto del mundo. Estamos ahora en una sociedad de supervivencia económica frente al poder; con difusión mediática de estupideces como nuevos dogmas de la ciudadanía y con el objetivo hedonista en el centro de la existencia.

Hace falta entonces un compromiso de la sociedad para participar en estructuras sociales o partidos políticos, sean existentes, alternativos, o de iniciativa propia, para participar en el debate, la denuncia, la corrección de injusticias y en la promoción de soluciones, a pesar de las estructuras creadas para bloquear cualquier movimiento que venga desde abajo, fuera de las élites.

Planteo la siguiente teoría como ejemplo de una operación que se ha podido lanzar para obstaculizar la participación de personas ajenas a las élites del poder e incluso a los distintos cuerpos profesionales, pero con buenas aportaciones e intenciones que permitirían cambios positivos y soluciones sociales:

Las élites, o algunos que están en las élites, han encargado la fabricación de un oportuno producto televisivo de manipulación. Se trata de “el pequeño Nicolás” –en el que él mismo puede ser actor consciente de su propio papel deleznable- en el que se personifica a un iluso superdotado -little Kennedy- llegado a las zonas altas de decisión para solucionar problemas de estado en el que sus élites le dan cabida y confianza para tratar asuntos de máxima importancia -verdad o no- .

Después de supuestos encuentros, manejos y de las fotos evidentes de complicidad total, se produce la supuesta revelación imprevista y el consiguiente escándalo, aplicándole entonces los poderosos instalados, un trato de loco, mentiroso, impertinente y vividor a través de periodistas-actores acreditados para dar forma a los productos televisivos más o menos habituales, en forma de comedia falsaria, intentando de esta forma prevenir –amedrentar- a continuación a todo aquel profesional público o privado que ose escuchar propuestas de la gente de a pie, por nueva, por creativa o positiva que pueda parecer lo que ofrezca. El hecho mencionado sería solo un intento de parar a nuevas personas y soluciones que ofrezcan alternativas a la tiranía de unas minorías que se perpetúan en el poder.

En otro defecto del ciudadano se atribuye de forma generalizada la corrupción y el engaño a toda persona que esté en un grupo determinado del poder. La presunción de inocencia no es solo papel mojado de la constitución. Por ejemplo, para un cristiano y coincidiendo una vez más con el sentido común y el buen hacer, es más importante la inocencia legal de un imputado –por corrupción, por ejemplo- que intentar condenar por sistema a todos por evitar ser tachado de iluso, pepero o facha ante la opinión ajena o quizá por complicidad con intereses mafiosos o sectarios que pretendan acabar con la credibilidad de personas que pueden ser inocentes.

La acusación generalizada, sin razones suficientemente contrastadas, es perjudicial, no solo porque atenta contra la verdad y se contribuye al odio; el enjuiciamiento inútil; la violencia, sino porque puedes calumniar a posibles inocentes que además sean las ovejas blancas de la familia y porque se puede producir un falseamiento del panorama en ese partido en particular o en las esferas en donde se encuentran los aludidos, pudiéndose presentar una distorsión que produzca un perjuicio a todos. En este caso el calumniador incurre en un ataque antisocial, contra todos. Estas son las consecuencias, pero el que recibe el mensaje de la culpabilidad general se puede inclinar a desilusionarse ante la degradación propia del que llega arriba y tenderá entonces a “no meterse”, que es precisamente lo que las élites que puedan haber corruptas quieren que haga el ciudadano normal.