EL.- Desde el año 2000 a la fecha, alrededor de 100.000 cristianos fueron asesinados en el mundo. Si por genocidio se entiende -entre otras consideraciones- la persecución y exterminio de un grupo religioso, lo que está ocurriendo en estos años con los cristianos se parece mucho, demasiado, a un genocidio. Lo que llama la atención es que esta evidencia sólo se comenta en voz baja, ninguna autoridad política o religiosa internacional dice con todas las palabras lo que está sucediendo. Se prefiere el silencio, mirar para otro lado o el lamento privado.

Si los cristianos asesinados desde 2000 son alrededor de 100.000, esto quiere decir que el promedio anual de ejecuciones es de 10.000 personas. Estas cifras colocan por lo tanto al cristianismo como la religión más perseguida del mundo. Por lo menos, en sesenta países esto es así.

Los responsables políticos y religiosos de esas masacres son los comunistas y los musulmanes. En Corea del Norte, existe el gulag más numeroso de “internados” para su “reeducación”. Allí sólo se puede “residir” si se es cristiano. Por supuesto, son muy pocas las voces en el mundo que se levantan para denunciar estos atropellos. Sin duda que los tiempos han cambiado. En los años cincuenta -por ejemplo-, el cardenal húngaro Josef Midsenty, fue una bandera de lucha de todos los hombres libres, creyentes o no. En todas las iglesias y locales partidarios la imagen del cardenal Midsenty estaba instalada para recordar, que en un lugar del mundo un hombre religioso padecía cárcel por oponerse a la dictadura comunista. Hoy, pareciera que evocar a Midsenty es hablar de un pasado irrepetible.

En Sadad, una ciudad siria ubicada entre Homs y Damasco, cuarenta y cinco cristianos fueron asesinados y sus catorce iglesias sufrieron ataques. Multitud de milicianos musulmanes aullaban felices, mientras tres cristianos morían crucificados. Lo más paradójico y doloroso del caso es que estas milicias criminales se presentan como defensoras de la libertad, un buen argumento para obtener el financiamiento de Estados Unidos.

En Malula, a cincuenta kilómetros de Damasco, una ciudad donde todavía se habla el arameo, el idioma que habló Jesús, ocurren situaciones parecidas. “Soy cristiano y si queréis matarme por mi fe, no me opongo”, dijo un creyente pocos minutos antes de ser asesinado. Ningún acto de fe despertó la piedad de los asesinos.

El Papa en estos días se ha referido a las masacres perpetradas en Siria por milicias islámicas en la localidad cristiana de Sadad. Las crónicas dicen que sus sollozos entrecortaban las palabras y que lamentó que todavía exista gente en el mundo que mate y persiga en nombre de Dios. Yo lo entiendo al Papa y entiendo sus responsabilidades. Él no puede agregar nafta al caldero del fanatismo y el odio religioso, pero su justificada prudencia no oculta la gravedad de lo que ocurre; de lo que está sucediendo, por ejemplo, en Siria, donde además de las masacres ocurridas recientemente en Sadad y Malula, los cristianos también son perseguidos en Alepo.

El odio de los fanáticos musulmanes no distingue niños, viejos o mujeres. Tampoco lugares sagrados, templos y viviendas. El obispo sirio, Antoine Audo, ha dicho sin pelos en la lengua, que en Siria los terroristas atacan directamente a cristianos, es decir, el cristianismo como tal es el enemigo, el enemigo de los opositores a la dictadura de Bashar al Assad. Ironías de la historia. Un dictador como Al Assad empieza a ser presentado como tolerante, comparado con la impiedad de quienes luchan para derrocarlo. Si a esto le agregamos que algunas democracias de Occidente apoyan y financian a algunas de estas bandas de asesinos, la ironía se transforma en burla siniestra.

Pero, no sólo en Siria los cristianos son perseguidos y muertos. En Somalía, la milicia islámica Al Shabaab, declaró la guerra a los cristianos y les exige convertirse al Islam o ser ejecutados. En Pakistán, un musulmán que decida convertirse al cristianismo es ejecutado en el acto. Hace un par de meses, los talibanes perpetraron un atentado suicida en una iglesia, atentado en el que murieron ochenta personas. En 2010, en la ciudad de Bagdad, Al Qaeda dinamitó la catedral, lo que significó la muerte de más de cincuenta personas, además de la destrucción de lugares sagrados. En Nigeria, la milicia islámica Boko Haram considera que el cristianismo es el principal enemigo del Islam. Boko Haram es financiada por los jeques ensabanados de Arabia Saudita, una clásica operación de este régimen despótico que, por un lado, le hace guiños a Estados Unidos para hacer buenos negocios, mientras que por el otro -como se ha podido probar- alienta y financia el terrorismo en el mundo.

¿Qué se puede hacer para parar estas masacres? La estrategia central de la Iglesia católica es tratar de ganar al Islam para los principios de la tolerancia y el diálogo. Esto significa soportar todos estos atropellos en nombre de un objetivo superior. Los dirigentes católicos tienen buena memoria y saben muy bien los costos que ha pagado la humanidad por las guerras religiosas.

De todos modos, por lo que se puede apreciar, los resultados hasta la fecha son muy pobres. Los líderes religiosos cristianos consideran -a pesar de ello- que no queda otra alternativa que insistir en el diálogo. Optimistas o no, lo cierto es que atendiendo a la complejidad de la situación, pareciera que no queda otro camino. La voz del Papa puede levantarse para lamentar, condenar o llorar la muerte de cristianos a manos del fanatismo, pero hasta el momento no puede permitirse una sola frase que pueda ser interpretada como el llamado a una guerra religiosa.

La pregunta a hacerse en este caso es la siguiente: ¿hasta cuándo? Hasta que los musulmanes crean en los valores de la paz y la tolerancia, es la respuesta. ¿Y si no lo hacen? ¿Y si lo que se impone es el fanatismo y la expansión? Esperemos que no. O, como dijera en otras circunstancias un pensador italiano: “Pesimismo de la inteligencia y optimismo de la voluntad”.

Sin embargo, que la política a favor de la paz sea necesaria e incluso indispensable, ello no implica negar los problemas. Se dice que los fanáticos y criminales en el Islam son una minoría. Esto es verdad, pero es una verdad a medias. El término más adecuado sería decir: una importante y consolidada minoría,la que en términos numéricos incluye a cientos de miles de personas, sin contar a quienes sin ensuciarse las manos con sangre aprueban al terrorismo y la ejecución de cristianos.

Las estadísticas más moderadas aseguran que en el mundo hay 1.500 millones de musulmanes. Una minoría “respetable” entre activistas y simpatizantes sería el cinco por ciento, es decir, setenta y cinco millones de terroristas activos o potenciales. Con mucho menos que eso, Hitler se dio sus buenos gustos.

Es verdad que en muchos lugares, el diálogo entre cristianos y musulmanes es muy fluido, pero lo que interesaría saber es por qué estos musulmanes dialoguistas y sinceramente pacifistas son tan reacios a emitir condenas claras y terminantes a quienes en nombre de la religión que ellos practican asesinan, mutilan y persiguen. ¿Cuándo los religiosos musulmanes tolerantes lanzarán una Jihad contra quienes asesinan en nombre del Islam?