Enrique de Diego, junto a manifestantes del 15-M.

Enrique de Diego.- Podían ser, el 17 de mayo de 2011, las cinco en punto de la tarde, esa hora tan taurina, por el mensaje, pero debían ser más bien las seis y media, cuando sonó mi móvil y recibí la llamada de Julio Ariza con una extraña pretensión: “ve con tu gente a la Puerta del Sol para salir en directo en el informativo de las 9 (de la noche)”. Traté de quitarme la perentoria oferta indicando la obviedad de que en tan poco tiempo no se podía reunir gente. No hice referencia al riesgo que representaba porque iba de suyo y porque eso me importaba poco.

Se trataba de que, puesto que se indicaba que la acampada Sol del movimiento 15-M se presentaba como espontáneo y abierto, expresar libremente nuestras opiniones, elaborando nuestras propias pancartas. ¿Qué era lo que pretendía Julio Ariza teledirigiéndome hacia un lugar de tan alto riesgo, donde abundaba ese tipo de pacifista que se torna muy violento cuando le llevas la contraria?

Era, desde luego, una tentación, porque “mi gente” se presentaba a las elecciones al Ayuntamiento de Madrid y sólo se puede romper el silencio del sistema sometiéndote a la ridiculización –luego contaré algún caso significativo- o, en este caso, al riesgo físico. Esa candidatura del partido Regeneración había surgido del movimiento cívico Plataforma de las Clases Medias, que yo había fundado y presidía, y me sentía obligado con unas personas que habían dado un paso en el que yo no había podido seguirlos. Quedé en ver si era posible y si “mi gente” lo consideraba conveniente.

Llamé a Carmen Klecker, que era la cabeza de lista de la candidatura de Regeneración, le pareció bien, hizo las correspondientes llamadas, a quienes se consultó estaban de acuerdo y se comprometieron a ir cerca de veinte españoles corajudos. Hicimos nuestras pancartas con lemas claros como “Socialismo igual a miseria” o “Zapatero, dimisión”. Intereconomía enviaba su unidad móvil, camuflada, con todos los anagramas tapados y se conectaría en directo.

Consideré, desde el principio, que debía estar allí porque no podía pedir a los demás que corrieran un riesgo que yo estuviera dispuesto a asumir y en mayor medida. El riesgo era muy elevado como pudimos comprobar incluso por encima de cualquier suposición previa. Tras saludar a los de “mi gente” que habían acudido presurosos a la cita, me di una vuelta por la plaza. Se repartían todo tipo de revistillas de propaganda con títulos bien significativos: El comunista, El revolucionario; todos de esa línea totalitaria tardocomunista. En aquel ambiente, por lo demás, con mi traje y mi corbata desentonaba bastante. Luego me lo afearía un vociferante desaliñado.

Quedaban muy poco para las elecciones municipales –y autonómicas- del domingo, 22 de mayo y Regeneración había desarrollado una campaña de reparto de unos folletos, mano a mano, por las calles, que nos habían costado mil doscientos euros: todo el Presupuesto que podíamos dedicar a luchar contra los políticos del despilfarro y el endeudamiento, como Alberto Ruiz Gallardón y Ana Botella. Era un gesto romántico y casi suicida, como la escena que íbamos a protagonizar en breves minutos. Por mi mente pasó en ese momento todo lo que habíamos hecho, lo que habíamos luchado desde que puse en marcha la Plataforma de las Clases Medias.

No sin emoción fuerte y racional viene de nuevo a mi memoria, cuando conseguí conjuntar un grupo de corajudos patriotas, de hombres libres y legalizamos la Plataforma de la Clases Medias. Es una historia que, en lo personal, se sitúa en 1996 cuando publiqué Privatizar las mentes dando la voz de alarma de que la sociedad española estaba siendo llevada al desastre –a la indigencia y al hambre- por un modelo político perverso puesto al servicio de los políticos; que las autonomías eran insostenibles y que el sistema educativo español sometía a los jóvenes a un proceso de ingeniería mental para hacerlos adoradores del Estado. De Privatizar las mentes surge toda mi reflexión ensayística ulterior, tanto El manifiesto de las clases medias como la descripción del concepto clave de “casta parasitaria”, que incluye no sólo a la clase política, ya degenerada en casta, vitalicia y que traslada los puestos a sus vástagos, sino a también a las castas bancaria, empresarial –de la grandes empresas-, sindical y mediática, siendo ésta la más corrupta y depravada.

Privatizar las mentes no ha perdido vigencia, en ninguna de sus líneas, y pronto lo reeditaré. Será la demostración de que está tremenda crisis era tan previsible como evitable, y no desde el año 2008, en la segunda legislatura de Zapatero, sino antes del acceso de Aznar al poder, quien no estuvo a la altura de las circunstancias y fue un mal presidente, pésimo y cortoplacista, al fin y al cabo.

Desde que vio la luz Privatizar las mentes traté de ahormar un grupo que fuera consciente del peligro para nuestra sociedad, nuestra Patria y nuestra civilización y que se pusiera manos a la obra. Hasta 2007 todo fueron fracasos y no cejé. Nunca hay que hacerlo cuando está en juego la propia responsabilidad y la suerte de los demás, especialmente de los más indefensos. Hasta septiembre de 2007 estuve solo por completo. Quiero rememorar con profundo agradecimiento los nombres de quienes me siguieron para poner en marcha la Plataforma de las Clases Medias, de aquellos fundadores, que conscientes de la importancia del momento celebramos la firma de los Estatutos con unas sencillas cervezas en una cafetería irlandesa de la calle Alcalá: Emilio Alonso, abogado, que fue quien elaboró los Estatutos y se encargó de los trámites burocráticos; Juan Manuel Blanco, máster por la London School of Economics y profesor titular de Economía de la Universidad de Valencia; Francisco Reyes, programador informático; Guillermo Rocafort, profesor de Economía de la Universidad Autónoma de Madrid. Es motivo de intenso orgullo haber contado con ellos aquel día.

Es interesante reproducir los objetivos de la Plataforma de las Clases Medias, para incidir en que la crisis era tan previsible como evitable, pero nuestros nefastos políticos profesionales no han querido ceder en sus privilegios y son los mayores culpables del sufrimiento de las buenas gentes, de los trabajadores, los autónomos y los empresarios. Estos son esos éticos objetivos:

a) Reivindicar, dignificar y dar a conocer el relevante papel de las clases medias en el devenir de la historia como agentes fundamentales del progreso y la libertad de los pueblos.

b) Promover entre los ciudadanos españoles la conciencia de la urgente necesidad de reformar, por los cauces legalmente establecidos en el ordenamiento, la Ley Electoral española, al objeto de mejorar la calidad de la democracia representativa, de forma que los órganos parlamentarios se constituyan en un reflejo más fiel de los intereses de los ciudadanos; remover las bases del régimen partitocrático presente. Impedir la formación de pequeños grupos de presión con representación política que falsean el principio de representación y manejan a los poderes públicos al dictado de sus propios intereses minoritarios.

c) Promover entre los ciudadanos españoles la conciencia de la urgente necesidad de implantar el sistema de cheque escolar como única forma de ayuda pública al ejercicio del derecho a la enseñanza de los ciudadano, cuyo objeto es impedir la intervención directa del Estado en la provisión de los servicios de enseñanza, intervención que conduce invariablemente a la pérdida de calidad en dichos servicios, a la imposición de contenidos, según la conveniencia del poder político y al adoctrinamiento de niños y jóvenes.

d) Promover entre los ciudadanos españoles la conciencia de la urgente necesidad de erradicar cualquier subvención con fondos públicos destinada a actividades culturales, como única manera de impedir la formación de élites, financiadas con cargo al dinero de todos los españoles, dedicadas únicamente a enriquecerse mediante la adulación al poder, e incapaces de justificar su utilidad para los ciudadanos a través de los mecanismos del libre mercado.

e) Fomentar y difundir entre todos los ciudadanos de España un estado de opinión favorable a las clases medias, a su reconocimiento como motor de la prosperidad de los pueblos y a la reducción de la influencia del Estado en el funcionamiento de la sociedad.

f) Denunciar los abusos del poder político y de todas las formas de expolio a que éste somete a los ciudadanos sin justificación alguna en interés común.

g) Y, en general, todos aquellos fines relacionados con la promoción entre los ciudadanos españoles de la necesidad urgente de modificar las bases éticas, jurídicas y políticas sobre las que se alza hoy día la democracia española, sustentadas en buena medida en el sistemático expolio de las clases medias y en el mantenimiento a su costa de gravosas e inútiles estructuras políticas, funcionariales y sociales que responden a intereses particulares en absoluto relacionados con necesidades o el bienestar del ciudadano.

El 23 de noviembre de 2008, en medio de un clima de histeria no sólo nacional sino planetario, de un apocalipsis bursátil, bancario, sistémico, convocamos una concentración en la Plaza de Colón contra el desvío de fondos del contribuyente hacia los bancos. Fuimos los únicos en todo el mundo que adoptamos esa actitud, considerando que eso no haría más que incrementar el riesgo moral, servir para pagar los sueldos de los banqueros y directivos irresponsables y que cada vez se expoliaría más a los contribuyentes. No es que el tiempo nos haya dado la razón, es que los efectos perversos de las decisiones políticas son perfectamente previsibles, de forma que uno de los males más graves del presente es la degeneración de las mentes y el reblandecimiento de los espíritus, que hace a las personas sumisas y pasto de la manipulación de los políticos profesionales y sus voceros mediáticos. Pensábamos que sólo asistirían unas docenas de personas y, de hecho, cuando llegué me iba saludando gente desolada repitiéndome que “no ha venido nadie”, pero tantos repetían esa suposición que luego eran más de dos mil personas las que nos respaldaban.

La siguiente concentración fue el 14 de febrero de 2009 y para ella conté con un apoyo comedido, pero significativo, del Grupo Intereconomía. Se me permitió lanzar la convocatoria, sin cortapisas, no sólo desde mi programa, sino también desde aquellos de la televisión a los que asistía como invitado; sin poder explayarme, por supuesto, sino de manera rápida y sucinta. El motivo de la convocatoria era protestar contra el despilfarro de las administraciones y los privilegios de los políticos. La respuesta fue desbordante, masiva: más de quince mil personas abarrotaban la Plaza de Colón y se extendían por las calles adyacentes. Demasiada respuesta. Demasiada gente libre sin ser pastoreada por los partidos. Antena 3 y Tele5 que cubrieron la concentración y los discursos, y me entrevistaron, no ofrecieron ni la más mínima imagen. Intereconomía dio muy poca información en los informativos del día y luego apagó también las luces. El reportaje realizado por los servicios informativos, coordinado por Susana Burgos, nunca llegó a emitirse. La razón es sencilla de entender: al sistema no le interesaba una manifestación ciudadana tan masiva cuestionándolo. Intereconomía interpretaba que le venía bien al PP que hubiera gente en la calle mostrando su descontento con Zapatero en el poder, pero fuimos demasiados. Ariza había decidido servir a la casta y no a la gente.

Era mucho mejor y más sencillo repetir la monserga de una sociedad adormecida, como hacían los contertulios al servicio del PP de El gato al agua, que decir la verdad: una sociedad desinformada, desprotegida y cortocircuitada, porque si el alguacil no informa, si los medios silencian, la gente no sabe dónde acudir. Aún así más tres mil personas fuimos desde la sede de la CEOE a la de UGT, en Avenida de América, en Madrid, exigiendo que patronal y sindicatos se financien de sus afiliados y no de los Presupuestos, no sangrando al contribuyente. En la puerta de ambas sedes, colgué un chorizo como mensaje bien claro de lo que pensábamos de ellos.

El 7 de noviembre de 2010 fuimos dos mil personas hasta las vallas del Palacio de La Moncloa para pedir la dimisión de Zapatero y la convocatoria de elecciones anticipadas. ¿Cuántas veces no he escuchado preguntar por qué la gente no iba a La Moncloa? Pues fuimos con completo silencio informativo. Aquella jornada fue muy épica para todos los que participamos pero también muy significativa de como funciona el sistema. Puesto que se partía de la base de que nos impedirían la llegada, convocamos una concentración tapadera en la Plaza Mayor e informamos de que esperábamos una asistencia superior a las dos mil personas.

La Unidad de Antidisturbios de Madrid, los Puma, desplazaron un número considerable de efectivos. Convocamos la auténtica concentración en la Plaza de Alonso Martínez, pero informamos de que la asistencia prevista no llegaría a las cien personas, con lo que mandaron una furgoneta con siete u ocho policías. Dos autobuses de Valencia y uno de Murcia –ciento cincuenta personas- bajaron en la Glorieta de Cuatro Caminos y realizaron una ‘infiltración’ hacia La Moncloa por la Ciudad Universitaria.

Carmen Klecker, la delegada de la Plataforma de las Clases Medias en Madrid, estaba delante del Palacio presidencial informando de la situación a los dos grupos. Cuando los de Valencia y Murcia habían llegado a las proximidades, salimos desde Alonso Martínez. La reacción de los antidisturbios, cuyo responsable había amenazado con detenerme minutos antes por incitar a la gente a ir a protestar ante La Moncloa, fue que nos facilitarían el paso por las calles. Aparecieron, como por ensalmo, dotaciones de Policía Nacional y de Policía Municipal que cortaron el tráfico en arterias tan fundamentales como la calle Sagasta. ¡Querían que desapareciéramos cuanto antes de las calles! La gente aplaudía al vernos pasar y podía sumarse. Se ha seguido diciendo que nadie fue a La Moncloa en los años negros de Zapatero, que nadie se movilizó, y es mentira. Nosotros lo hicimos. Simplemente, no se informó. Así funcionan en España los medios de comunicación o, mejor, de incomunicación, meras cloacas de la casta parasitaria.

Volvamos a Sol. Nos pusimos en contacto con la unidad móvil de Intereconomía, que estaba, en efecto, perfectamente camuflada de un blanco impoluto y se había situado en la entrada a la Plaza por la calle de Alcalá. Ahora sí, Intereconomía nos iba a dar voz a cambio de utilizarnos. ¿Por qué? ¿Para qué? Ariza había decidido retransmitir en directo la acampada de Sol las veinticuatro horas del día. Esa gente no representaba peligro alguno para el sistema. Al margen de cualquier otra consideración sobre manipulaciones políticas de Izquierda Unida, que eran evidentes en amplios sectores de la Plaza, o de las buenas intenciones de la masa congregada, que también eran evidentes, aquello era una especie de recreo permitido, de rebeldía sincera con altas dosis de farsa. Dándole el máximo de relevancia, Ariza e Intereconomía querían movilizar al electorado del PP: un mensaje del tipo: o el PP o estos o esto. La expresión con la que se calificaba en las tertulias de la cadena a los congregados era la de perroflautas, altamente despectiva.

Al frente del operativo informativo que iba a cubrir nuestra presencia, ciertamente provocadora, estaba Lolo, una periodista joven made in Intereconomía. Quedaban tres minutos para las nueve y para abrir en directo el informativo. Desplegamos nuestras pancartas con esas verdades del barquero de “Socialismo igual a miseria” y críticas hacia Zapatero y empezó a levantarse un rugido de algunas gargantas y a extenderse la curiosidad expectante en las miradas. Uno especialmente violento, intentaba arrancarnos las pancartas y gritaba desaforado: “Han venido los fascistas”. Otro nos hacía de manera bastante estúpida fotos con su móvil mientras gritaba a su vez “fotos a los fascistas”. Hube de decirle que no existían ni la KGB ni la Stasi. Los de la Plataforma de las Clases Medias no se arredraban y entraban en diálogo con los vociferantes: “aquí cada uno se expresa libremente, ¿no habláis de democracia real ya?”.

Se elevó un griterío que coreaba “violencia, violencia” y propugnaba, con cobardía, nuestro linchamiento físico, aunque la masa que nos rodeaba se mantenía aquietada y expectante. Me volví para indicar a mi gente que no respondieran a las provocaciones, a fin de evitar una cadena incontrolada de acción-reacción y cuando retorné a mirar a cámara, ésta ya no estaba allí. Visiblemente asustada, y no sin razón, Lolo se había refugiado en la unidad móvil y los técnicos habían recogido en un santiamén cables y cámara. Bueno, no me iban a partir la cara en directo. Ordené una retirada tranquila y luego retorné al lugar hasta que la unidad móvil también se marchó. Estaba muy orgulloso de la actitud tan controlada de la gente de la Plataforma de las Clases Medias, pero se había perdido una ocasión –ciertamente desesperada- de dar a conocer la candidatura de Regeneración. Esto fue un martes.

El viernes 20 de mayo de 2011 aún dormitaba, cuando a primera hora de la mañana volvió a llamarme Ariza. Tono suave. Primero balance de lo acontecido en la escaramuza: “no se puede enviar, Julio, a la gente al campo de batalla y que el helicóptero se marche; además, había que haber destinado a algún periodista más experimentado”. Estuvo de acuerdo. Pero quería que volviéramos a Sol. Al día siguiente era la jornada de reflexión y dos días después se abrirían las urnas. Le dije que lo pensaría y consulté con los que iban en la candidatura de Regeneración. Necesitaban romper el silencio informativo. Así que llamé a Julio y le dije que para ese día teníamos convocada y concedida una concentración ante el Palacio de Comunicaciones, nueva y delirante sede del Ayuntamiento. Esta vez sí era a las 5 de la tarde. Se me ofreció acudir a Dando caña para informar de la convocatoria durante unos minutos y allí hice público que luego iríamos a Sol. Tuve que pensar rápido ese día para intentar dar sentido a nuestra marcha a Sol fuera de servir de carne de cañón a los torcidos intereses de Julio Ariza en favor del PP y sus expectativas electorales. Elaboré un decálogo de propuestas que incidían en la reforma de la Ley Electoral, que era lo que había adquirido mayor notoriedad de los confusas, y con frecuencia infantiles, mensajes que salían de Sol.

En vez de las contraproducentes posturas del 15-M, se trataba de todo un programa de auténtica regeneración, que incluía la plena división de poderes, la elección del presidente del Gobierno en circunscripción nacional única y referéndum monarquía-república. De esa manera, acudiríamos a dialogar y no como contramanifestantes. De todas formas, allegarse a Sol, atestado y en plena efervescencia, con unos centenares de persona era jugársela en sentido nada metafórico. A pesar de ello, tuve la convicción de que no pasaría nada, porque los organizadores se presentaban con el aura de pacifistas y no podían permitirse un conflicto. Cuando cresteamos la calle de Alcalá y divisé la vieja Plaza donde tantos patriotas dieron su vida frente al invasor francés, con aquella carga de los mamelucos inmortalizada por Goya, esbocé una sonrisa de oreja a oreja: estaba formado, con petos naranja, un abigarrado cordón de seguridad para impedirnos el acceso. Me había ofendido en lo más íntimo que hubieran declarado la Puerta del Sol –tan emblemática para el patriotismo- exenta de banderas, prohibiendo la de España, de forma que me había puesto una cazadora con la rojigualda cosida en la manga derecha.

Cuando fuimos al encuentro de aquel sólido muro, nos cortaron el paso los pumas. Remitiéndose a absurdas órdenes superiores, su jefe me dijo que no podía pasar. Le expliqué que era un contribuyente que iba por una calle de España y que era un atropello que no me permitiera seguir. Esto de presentarse como un contribuyente con derechos suena en nuestra Patria a chino mandarín, donde el biotipo del lacayo se ha hecho tan nutrido. Los policías se creen –y hasta cierto punto, con razón- que les pagan los políticos y no los contribuyentes. La razón que adujo para limitar tan abusivamente mis derechos es que no podía asegurar mi integridad física. Ironicé con la condición pacifista de los congregados. Me inquirió sobre mis pretensiones y le expliqué que llevaba un manifiesto regenerador para entregárselo a la Asamblea del 15-M y entrar en debate. Llamó al jefe de todo el operativo, y me dijo que podían pasar, escoltados, dos de mis acompañantes. “Le pregunta, usted, a su superior que si cuando hay riesgo lo asume él o manda a otros.

Usted me ha dicho que no puede asegurar mi integridad física y o voy yo o no va nadie”. Puestas así las cosas, me dispuse a leer los diez puntos del manifiesto y entonces un par de docenas, no más, de los que estaban en Sol pasaron el cordón sanitario y se acercaron a escuchar picados por la curiosidad. Su reacción fue entusiasta y se pusieron a aplaudir. No estaban ante el fascismo, como les habían dicho, sino ante la más estricta y originaria pulsión democrática, la que surge de la pasión por la libertad, la dignidad personal y la racionalidad que lleva a la limitación del poder para impedir su abuso.

El domingo 22 de mayo, recibí una nueva llamada de Julio Ariza: “Quiero que sepas que acabo de votar a Regeneración”. Lo excéntrico es que partía de viaje para vivir la jornada electoral con Francisco Camps. El objetivo era fácilmente imaginable: hacer gestión de cobros, porque la quebrada Generalitat valenciana no le estaba pagando la publicidad institucional. Dos días después, me lo encontré, de manera ocasional, a las puertas de la sede de Intereconomía, cuando mientras yo paseaba llegó él en moto. Estaba de un humor de perros y me abordó agresivo: “O cesas en toda actividad política o te quito el programa. Tienes que dedicarte a hacer periodismo y no a hacer política”. En realidad, entre otras cosas, también pretendía salvar un ámbito de periodismo libre, independiente, al servicio de la gente, y no el periodismo lacayo al dictado de las consignas del PP y exagerando la nota que se había convertido en la norma de Intereconomía.

Este episodio de Regeneración se me volvió a afear cuando iniciamos conversaciones para pasar del despido salvaje y por las bravas, al acuerdo dentro de la ley. Juan José Aizcorbe, director de Recursos Humanos, un caballero, me lo transmitió de la siguiente forma: “además, has utilizado a Intereconomía para promover un partido político”. Mi respuesta fue rápida: “¿te refieres a Libertas?”. Ambos nos reímos. Julio Ariza sí era el que, de manera tortuosa y mercantilista, había promovido un partido que concurrió en las elecciones europeas; en concreto, una coalición con Ciudadanos, de Albert Rivera, con candidatura liderada por el expresidente de la ONCE y de Tele5, Miguel Durán.

En plena campaña electoral de las europeas, se produjo una situación desagradable en la que, en el ascensor, Julio Ariza trató de forzarme a que pidiera el voto para Libertas. Mientras me señalaba con el dedo, sin testigos, “tienes que pedir el voto para Libertas”. No. “Debes pedir el voto para Libertas”. No. “Libertas es tu partido”, remarcó cada palabra con énfasis imperativo. No y mil veces no.

Eso era utilizar a la gente y no lo iba a hacer por nada del mundo, ni tampoco por mi puesto de trabajo o por mi voz, porque Libertas fue una operación sucia hasta decir basta y manipulada de manera tan grosera que iba desde el mercantilismo hasta servir de felpudo o de cloaca a Génova. Libertas era una operación bienintencionada, en principio, y de calado europeo puesta en marcha por el multimillonario católico irlándés, Declan Garley, dispuesto a dedicar una parte de su ingente fortuna a financiarla. Se trataba de presentar candidaturas, aprovechando partidos o movimientos nacionales, en todas y cada una de las naciones europeas para llevar al Parlamento de Estrasburgo un grupo provida. Para España, el multimillonario irlandés había llegado a un acuerdo, apalabrado en París, en una reunión de partidos católicos, con Rafael López Díeguez, presidente de Alternativa Española, formación que mantiene un compromiso pleno con el derecho a la vida, y que fue el que denunció, ante la Justicia, al carnicero abortista Doctor Morín. El PP, especialmente Esperanza Aguirre, siempre se ha mostrado muy celoso, hasta la histeria, y sectario en impedir que Alternativa Española entre en el mercado político como competidor, por su derecha.

Federico Jiménez Losantos, al que luego me referiré en una posición más estelar, y que no es otra cosa que un mantenido y un lacayo de Esperanza Aguirre, el inventor del liberalismo subvencionado a la egipcia, impidió, por el artículo 33, la emisión de publicidad pagada de Alternativa Española en la cadena COPE. Julio Ariza, al dictado de la arrogante y autoritaria Esperanza Aguirre, llegó más lejos: prohibir la presencia de Rafael López Díeguez en cualesquiera de los programas de Intereconomía. Incluso llegó a suprimir el programa radiofónico “De las Artes y las Letras”, del catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá de Henares, Javier Paredes, por la única razón de que tenía a López Díeguez como contertulio y había tenido la osadía de desvelar, con documentos, que Esperanza Aguirre y la Comunidad de Madrid financian –sin obligación legal- los abortos de la Clínica Dator y de los otros abortorios. Para Ariza el derecho a la vida no puede, al parecer, anteponerse a los intereses del PP y menos aún al buen nombre de Esperanza Aguirre. Ya he dicho que hay mandamientos y normas de moral natural de los que Ariza se considera eximido y pretende combatir el relativismo con métodos torticeramente relativistas.

Ariza se dispuso, pues, a cerrarle el paso a Alternativa Española y a levantarle el acuerdo con Libertas. A tal fin se trasladó a Bruselas para entrevistarse, en secreto, con el irlandés y puso sobre la mesa el respaldo mediático de Intereconomía: Miguel Durán se hizo tan habitual de El gato al agua que sólo sería superado, en el futuro, por Alicia Sánchez Camacho. Antes de Durán, el presidente de Intereconomía había sondeado, para encabezar la lista, a Santiago Abascal y Luis Herrero, que declinaron. Ariza trabó un sorprendente acuerdo con Ciudadanos que, mereciendo muchos elogios en lo relativo a la defensa de la unidad de España y la libertad lingüística, es favorable al aborto y a la eutanasia, pero que se estaba quedando fuera de juego y no tenía ninguna opción, en las europeas, como partido circunscrito a una región.

De esta manera, Ariza prestaba un servicio doble a los de la gaviota: cerraba el paso a Alternativa Española y a UPyD. En el primer caso, para redondear la faena, introdujo en la lista a un histórico del movimiento provida, Jesús Poveda. En su hundimiento en la corrupción moral, en su desfonde mercantilista en el relativismo, Ariza no sólo había llegado a identificar corrupción con socialismo, también ahora llegaba a hacer lo propio entre aborto y socialismo, evitando, en ambas materias, toda crítica al PP. Yo nunca iba a respaldar algo tan nauseabundo. Quiero pensar que, de salir bien, Ariza hubiera cumplido su compromiso a favor de un grupo de presión provida europeo y no lo hubiera boicoteado, sumiso al PP. Nunca lo sabremos. La operación fue un completo fiasco. Según Miguel Durán, se esperaba un millón de euros que nunca llegó. O se quedó por el camino.

Según diversas fuentes, el dinero de Libertas sí existió –se habla, en efecto, de un millón de euros soltados por el católico irlandés- , aunque no se utilizó para hacer campaña electoral, con lo que se sacrificó a Miguel Durán en una operación sin fondos. Entonces el chico de los recados de Ariza era Xavier Horcajo y por aquellos tiempos se contabilizan dos viajes de su hombre de confianza, Higinio Mosteiro, a Dublín. No fue, desde luego, a hacer ningún reportaje de investigación.

Del libro “Dando caña” (Editorial Rambla)

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