Por Enrique de Diego.- El supuesto cierre de filas del Partido Popular sólo se ha producido en la centralidad del partido, mientras por la periferia crece la inquietud y, al tiempo, Esperanza Aguirre sigue abriendo boquetes de crítica, ya incluso enfrentada a Ana Botella y a Ignacio González.

Esperanza Aguirre no parece capaz de articular una oposición cohesionada a Mariano Rajoy. La aparición de Jaime Mayor Oreja en los papeles de Bárcenas ha sido un duro golpe para hacer un frente común con autoridad moral. Vidal-Quadras ya ha enseñado las cartas de este grupo: pedir un congreso extraordinario, de corte asambleario, en el que, de alguna forma, puedan votar todos los afiliados, para, supuestamente, superar el aparato del control del partido.

Lo de Esperanza Aguirre, con sus propuestas de regeneración, parece una postura personal para deteriorar a Rajoy. En la última ejecutiva del PP de Madrid arremetió con dureza en todos los frentes: que ella hubiera defenestrado de inmediato a Mato, que Rajoy ha administrado mal la crisis de los papeles de Bárcenas y una dura diatriba contra la incompetencia de Ana Botella. Según fuentes solventes, la reunión tuvo momentos de alta tensión. Esperanza Aguirre, por tanto, se separa del aznarismo al menos del de alcoba.

Lo más significativo es que en esa reunión Ignacio González mostró su primera discrepancia pública, inquiriendo a Esperanza qué cómo habría ella administrado la crisis Bárcenas. La supuesta jugada maestra de Esperanza Aguirre empieza a mostrar sus fallas: en este sistema partitocrático, manda quien tiene presupuesto para repartir. No se trata de ideas, sino de intereses. Y Esperanza Aguirre, en la presidencia del PP de Madrid, no tiene presupuesto en las dimensiones necesarias. Ignacio González está intentando un acercamiento a Génova porque Madrid, como el resto de España, es una ruina y precisa del Gobierno arruinado y manirroto de la nación. Se ve venir la traición: Esperanza Aguirre, en términos partidarios, está amortizada.

Donde se han levantado voces inquietas e incluso angustiadas ha sido en la periferia. El primero en pedir más contundencia y transparencia ha sido Juan Vicente Herrera, el presidente autonómico de Castilla y León, y el más fuerte en el énfasis Alberto Núñez Feijoo, situado como uno de los mejor situados para heredar a Rajoy, junto a Alberto Ruiz Gallardón. También ha habido declaraciones críticas del extremeño Monago, del balear Bouzá y del valenciano Fabra.

Si bien está lejos de una sublevación, las razones del distanciamiento crítico frente a las patentes carencias, en el fondo y en la forma, en la comunicación de Rajoy estriban en que cada uno de ellos tiene presupuesto propio, y su opinión no está tan mediatizada como la de los ministros, altos cargos y funcionarios de Génova, que dependen directamente de Rajoy. Además, han hecho una lectura correcta de los datos demoledores de las encuestas: el PP perdería prácticamente todo el poder autonómico y local que ahora ostenta en términos hegemónicos.

El PP obtendría ahora el 35% de los votos. Aún supera en 5 puntos al PSOE, que no remonta ni con los vientos alisios por la popa, porque Rubalcaba es un manifiesto lastre y porque el PSOE está desacreditado por el desastre gestor de Zapatero. Pero con esos datos, y deslegitimado por la corrupción, nadie pactaría con el PP, que sería el principal partido de la oposición. El futuro está sombrío en expectativas políticas para los populares, porque se sigue incrementando el paro, las medidas son impopulares y, en materia de corrupción, hay un largo recorrido a la defensiva y con posibles resultados judiciales muy perjudiciales para la maltrecha imagen del partido.

El Partido Popular vive momentos muy bajos. La estrategia del pércebe de Mariano Rajoy –no hacer nada hasta que pase la ola- no es capaz de llevar el sosiego a un partido en el que la trama Gürtel es prácticamente la trama PP.