Bono, Zaplana y un puñado de granujas, millonarios todos ellos, van a crear una fundación para la defensa de los valores recogidos en la Constitución española. Eso al menos dicen ellos. De estar en su pellejo, posiblemente yo también habría hecho lo mismo. Gracias a la Constitución, muchos de esos pillastres pasaron de tener que doblar el lomo para poder vivir a amasar fortunas, en muchos casos,  sin mas méritos conocidos que el logrerismo, la traición a cualquier causa anterior a la de esa Constitución, la sumisión absoluta a las imposiciones de las logias supranacionales, el soterramiento de cualquier principio decente, la subordinación del interés de España al de ellos y la adulación populista al jefe. Es por lo tanto lógico y hasta natural que esos sinvergüenzas quieran convocarnos a examen de una materia que a ellos les hizo inmensamente ricos y a nosotros en cambio cada día más pobres.

Hay grandes esperanzas de que no aprobemos. Por fin, cada vez más españoles están reparando en el hecho de que la Transición no fue otra cosa que el cambio de un régimen patriótico y decente por el de una trama delictiva compuesta por partidos políticos, sindicatos e instituciones varias. Lo que en el acervo popular se conoce como casta.

Si esos caraduras tuvieran dignidad y vergüenza, lo primero que deberían hacer es admitir que todos los problemas que sufre este país han sido por y no a pesar de esa Constitución difusa y ambigua que ellos elogian. Si cada uno de esos caraduras tuviese algún valor moral que defender, lo primero que deberían haber hecho sería pedir su propio encausamiento, y junto al de ellos el de todos los ex-presidentes de gobierno desde 1977, y junto al de estos, el de todos los dirigentes de todos los partidos políticos, por delitos de alta traición. Amparados por normas aprobadas a contrapelo del interés general, ellos son los únicos responsables de la sistemática destrucción del tejido productivo de nuestro país, que con tanto esfuerzo construyeron millones de españoles desde 1939 hasta mediados los años 60, así como de la venta de nuestra libertad y nuestra independencia a los mercados internacionales, lo que nos ha sumido en la más humillante miseria.

Me produce un inmenso asco y una inmensa indignación leer al canalla de Bono, o al canalla de Zaplana, o al canalla de Acebes, hablando de valores constitucionales, cuando esa Constitución ha sido el arsenal que surtió de armas y municiones a los nacionalistas vascos y catalanes para que no hayan hecho otra cosa que disparar contra el resto de los españoles durante más de 30 años. En el caso vasco, en sentido nada figurado.

Resulta un dislate que algunos se obstinen en aplicarnos las mismas recetas que han llevado a España a un estado comatoso nunca antes conocido. Resulta una afrenta a nuestra inteligencia que el Rey hable de esto y de aquello, mientras se olvida de su colosal fortuna, de sus amigas, de su yernísimo, de los seis millones de parados, de la continua fuga de cerebros jóvenes que empobrece aún más nuestro futuro, de la corrupción generalizada de políticos, empresarios y banqueros, de la dependencia política de los jueces, de tantas y tantas cosas que son mucho más importantes que los tópicos y los lugares comunes que se dan cita en todos sus discursos.

Sabemos que el detonante del Alzamiento del 18 de julio no fue la quema de iglesias, ni el amaño de las elecciones de febrero de 1936 por parte del Frente Popular, sino la decadencia de un sistema que estaba absolutamente podrido e incontrolado. Es decir, lo mismo que estamos viviendo ahora.

¿Dónde está hoy ese español providencial que se atreva a poner en orden las cosas? Desde mi conciencia y mi pensamiento cristiano, quiero gritar a los cuatro vientos que antes prefiero la más atroz de las dictaduras que una España rota, hundida y convertida en un pastizal de corrupción política y moral. Era muy niño cuando murió Franco, pero gracias al ejemplo de mis padres forjé los ideales de su régimen durante mi adolescencia. Muchos españoles, incluso quienes no hace mucho defendían otra cosa, admiten ya sin ambages que los de Franco fueron los mejores años de sus vidas, y que nunca tendríamos que habernos apartado de aquella línea trazada por el anterior régimen y que tan magníficamente sirvió a los intereses de los españoles, por encima de ideologías, politiqueos y otras podredumbres.

Esto es lo que Bono y Zaplana deberían defender hoy si sintiesen algún apego al honor, a la dignidad, a la rectitud y a la decencia, antes que al dinero, la falsedad, la traición y la vileza,