Carmen Klecker.- No sé muy bien qué fue aquello que apareció por las calles de España en 1934, pero no fue una República, y mucho menos una democracia. El odio a los valores occidentales traidos desde la Rusia comunista se apoderó de nuestra Patria.

Sabemos por los testimonio de tantos que fue esa misma republica rusa, comunismo y dictadura, la que dividió a los españoles. Aquí venían con propaganda contra la propiedad privada, la iglesia, la vida en libertad y la libertad de vivir. Que las consignas internas una vez alcanzado el poder eran aniquiliar a esas trabajadoras clases medias, y qué diremos de las amañadas elecciones del 36; sí, amañadas.

Luego la España que aún tenía decencia tuvo que cortar con ese mal y ante la desintegración de una Nación que había sido un Imperio, debieron salir a defenderla, porque la entrega no iba a ser ni siquiera al pueblo soberano sino a la misma Rusia comunista que había hecho otro genocidio en tierra propia. Por eso destados miembros del Partido Comunista estaban en España.
Juan Ramón Jimenez y su esposa fueron acusados por los mismos milicianos republicanos de ser señoritos, esa fue la razón de su exilio.

Una poetisa de la Generación del 27, la tía Nina, les acompañaba junto con su esposo, nada menos que el secretario de Azaña, Juan José Domencina; pues todos ellos vieron como esa republica francesa, o incluso la idea de llegar a ser como la americana, se convertían en un engendro de exterminar toda libertad. Ernestina de Champourcin lo cuenta en sus memorias, cómo llegó a horrizarse cuando desde su casa de la calle Barquillo, cerquita del Retiro, de Gran Vía, se daban armas a los milicianos y se les conminaba a matar, matar y matar a todo aquel que no pensara como ellos, que no hicera loas a la Rusia comunista, que no proclamara que matar a todo propietario, hasta el pobre lechero del barrio, había de ser ejecutado. Ella que había sido una miembro activo de la Escuela libre de Enseñanza, veía cómo los huérfanos de un colegio cercano, se quedaban solos, porque las monjitas que lo llevaban habian sido encarceladas o asesinadas. Ella y Cenobia y Juan ramón iban cada tarde a atender a los chiquillos, hasta que Juan Ramón fue interpelado tachado de burgues, por ir atildado y ser culto ya que sabía leer y les contaba maravillosos cuentos a los niños.

No esa no era la república que votaron, ese no era el sistema que querían traernos. No eso era el horror y el genocidio. Y se fueron a Méjico. Por un tiempo, como describe Ernestina en uno de sus maravillosos poemas: “Provisional, decíamos y nos atrevimos a deshacer las maletas”. Casi 40 años anduvo ella fuera de España. Estos otros exilados tambíen hoy se alegraran de que Carrillo no está ya para atormetar con su presencia a tantos huerfanos de alma que su dictadura comunista sentenció con su orden, con su firma, con su voz. No Carrillo no era alguien a quien Ernestina quisiera volver en su regreso a Madrid.

Carrillo que nos robó a tantos de los nuestros en una guerra genocida sin sentido, por ser por ejemplo, Marino. Marino servidor de España, defensor de sus fronteras desde el mar.

Ha muerto Carrillo, una de las piezas fundamentales en la venta de España en la Guerra Civil y que finalmente lo logró en la transición, en 1978. Ha muerto uno de los grandes beneficiados por Juan Carlos con su autogolpe del 23F. Ha muerto un genocida que no permitió defensa ni juicio justo a tanto inocente. Le espera el implacable juicio de Dios. España ahora está en Paz.