Ley invariable y orden rígido contra-natura. Eso es el positivismo. Creo que se analiza con rotundidad esta corriente de pensamiento (afín siempre tanto al liberalismo como al socialismo) cuando contemplamos casos en los que la ley se aplica igual a un hombre que a un animal. Un poco más adelante profundizaré sobre esta analogía que el liberalismo y el socialismo han conseguido entre el hombre y el animal. Por este motivo que padecen las llamadas sociedades modernas, que hoy es hablar de todo Occidente, no nos resultará extraño que al hombre enjuto y indeleble se le trate desde la lee igual que al preparado, fuerte y robusto.

A la postre aquel hombre débil acaba siendo legislado como el éste fuerte. No existe variabilidad, culminan aquí las ideas que enunciara Comte y sus discípulos en el positivismo. Así vemos entrar el positivismo radicando en su diferencia con el derecho y el orden natural que debe regir a toda sociedad que desee realmente ir encaminada al “bien común temporal” que dijera León XIII en Rerum Novarum o el “bien común completo” al que Francisco Suárez haría referencia en su Tractatus de legibus.

Es una visión completamente inmanentista a la vez que inconsiderada con el hombre tanto en cuanto es interferido por la ley. Queda el Código Penal, por ejemplo, considerado y puesto a la altura de un manual de instrucciones en el que aquél “objeto” que se supone queremos dominar debe pasar por el proceso de cada instrucción sin consideración ni variabilidad de facto ninguna. Así, como un mero objeto es tratado el hombre por el derecho positivo frente al derecho natural.

Cuando antes traje a colación la analogía que en la praxis positivista se establece entre el hombre y el animal no es más que fruto de la concepción individualista que el liberalismo hace del hombre apartándolo de todo aquello a lo que él se debe, por ende se margina del hombre a la tradición, a sus padres, a su familia, a todo lo que ha sido un constante proceso de la tradición al que el hombre se debe. Apartado de todo esto y considerando al hombre en su personalidad única no debe sorprender que éste sea puesto al nivel de un mero instrumento más, es a la postre la consecuencia del individualismo que se explaya a la par en el derecho positivo.

Referente al llamado individuo por los liberales traeré a colación unas palabras de Juan Vázquez de Mella:

“Quitad todo esto de mí, creencias, sentimientos, costumbres, tradiciones, hábitos, lengua, todo lo que yo he tomado de la sociedad ¿y qué quedará más que aquél todo potestativo del que hablaba Alberto el Magno, definiendo al hombre, antes de ser actuadas sus facultades como una potencialidad? No quedará más que el individuo en abstracto”.

Veremos cada vez con más asiduidad que se ese individuo no sea considerado como alguien arraigado y que se debe a todo lo anterior que Mella enunciaba. Se considerará al individuo y no al hombre, por ende ocurrirá que a ése te le aplique la ley de forma invariable como dije unas líneas atrás.

El legislador acaba convirtiéndose en ese Napoleón de Notting Hill que nos relató aquél brillante inglés al que le “hacían gordo los micrófonos”. Es el Napoleón de Notting Hill un hombre de a pie que recibe un reino y con él la potestad de decidir sobre una sociedad, cometiendo los diferentes abusos que se pueden esperar de un hombre que no tiene realmente ese don y corre por sus venas la sangre real. Es análogo a los actuales políticos y juristas que entregados al derecho positivo cometen los abusos que sean necesarios para cumplir la ley sin considerar que ésta pueda ser injusta.

En cuanto el político o el jurista no es ese Napoleón de Notting Hill que relatara Chesterton contemplamos como se le retira la carrera judicial, como recientemente ha ocurrido con el juez Serrano, por llegar a un fallo propio del derecho natural y no entregarse al positivismo imperante. Otro ejemplo lo tenemos con el magistrado Ferrín Calamita que se vio obligado a abandonar el ejercicio de la judicatura por oponerse a la adopción contra natura de homosexuales.