BD.- Uno de los rasgos más característicos y señalados de nuestra época es la universal hipocresía que define la cultura dominante. En un sistema basado en la continua declamación de valores que no se practican, en la exaltación de conductas que no se ejercen, en la promoción de derechos que se vulneran, en el homenaje a principios en los que no se cree, en la alabanza a cualidades ausentes del comportamiento social y político, todo se reduce a la representación de una impostura consentida, una ficción consensuada.

Esta enorme superchería se presenta envuelta en un ropaje de gestos nobles y palabras grandilocuentes que simulan una inexistente ética y una ausente moral, pretendiendo una supuesta elevación de espíritu y una pretendida pureza de intenciones que le son totalmente extrañas y que marcan con precisión la naturaleza y la extensión de este fraude, todo ello sobre el fondo de una pasiva aceptación de una sociedad aborregada que pena en distinguir la exagerada y definitiva distancia que media entre la verdad y la mentira, entre lo auténtico y lo falso, entre lo sublime y lo rastrero. Así nos va.

Oficialmente vivimos en un Estado de derecho en que la libertad de expresión y la igualdad de los españoles ante la ley está consagrada en la Constitución (artículos 20 y 14).

Nunca hemos vivido, al parecer, según los apólogos del sistema y el público poco iluminado que los aplaude, un tiempo tan libre, una época tan justa, un régimen tan benigno, un momento tan tolerante, en el que rige un completo respeto del individuo y una ajustada aplicación de los nobles conceptos sobre los que se asientan nuestro sistema de libertades y se erigen los derechos que consagra nuestra ley fundamental.

En la práctica, asistimos como se va metamorfoseando ese consagrado derecho a la libre expresión y esa proclamada igualdad ante la ley en palabras cada día más desvirtuadas y en conceptos cada vez más alejados de su estricto significado. El truco consiste en guardar las palabras y cambiarles el sentido, preservar los conceptos y vaciarlos de su contenido: conservar la corteza de las cosas una vez secada la sustancia. Así, nunca habríamos sido tan libres cuando en realidad nunca hemos estado tan controlados, tan vigilados, tan reprimidos. Cada día se puede hablar libremente de menos cosas, cada día crece el número de temas que no se pueden abordar públicamente, cada día son más los grupos o sectores sometidos a la censura. 

 Hoy toca el turno a los militares sentir la presión de un régimen político que no puede disimular la desconfianza y el desapego que le merece la institución militar a la casta política que maneja las riendas del poder.

El Ministerio de Defensa ha elaborado un nuevo código disciplinario que está dando qué hablar en los sectores interesados y que sin duda seguirá siendo motivo de polémica en los próximos tiempos. El anteproyecto de ley pretende, entre otras cosas, adaptar el régimen de sanciones de acuerdo con las “características propias de un ejército profesional”. La “tarifa” de las sanciones disciplinarias sufre un cambio en algunos casos, consistente en pagar en efectivo lo que antes se hacía con días de arresto, otras faltas serán castigadas con penas mayores, llegando hasta la expulsión del Ejército. Nada del otro mundo, a decir verdad. La mayor novedad consiste en querer equiparar el correo electrónico con un foro público, lo que pondría a aquellos militares deseosos de expresar sus opiniones mediante este medio en una situación de vulneración de la disciplina a la que están sometidos.

El actual ministro de Defensa pretende acallar las voces discordantes y echar un manto de silencio sobre los temas que concitan cada vez más críticas y mayores desacuerdos entre las filas del Ejército. En definitiva, ahogar la disidencia en el huevo antes que esta se extienda a los sectores aún “incontaminados” por el virus del descontento y como prevención ante la difusión de la palabra crítica.

Esta voluntad de coartar el derecho de expresión a los militares llega en un momento en que la institución militar vive sin duda el peor momento desde la implantación del régimen democrático. Y esta decaída situación actual es el resultado, al que no se podía por otra parte no llegar, de las políticas tanto de la derecha como de la izquierda de querer transformar a las Fuerzas Armadas de garantes de la soberanía nacional en guardianes de un sistema político concreto. La Democracia ha reemplazado a la Patria, y el Estado de las Autonomías se ha instalado en el trono de lo que fue una vez España.

Dentro de este panorama de empequeñecimiento y desmantelamiento de las Fuerza Armadas españolas, de negación de su misión histórica, convertidas en poco menos que una empresa de servicios para la garantía de la paz en comarcas lejanas, para la defensa de los derechos humanos urbi et orbe, para la promoción de la igualdad de la mujer y la conciencia ecológica…, los problemas de presupuestos tal vez sean los menos irritantes para muchos de estos militares. La progresiva transformación del Ejército en una cosa intrascendente al servicio de intereses ajenos a su auténtico cometido y el ninguneo y las continuas humillaciones y desplantes que sufren a diario nuestros militares encuentran expresión en la voz de algunos que consideran haber alcanzado el umbral de la paciencia.

Pero sólo estamos en el inicio de una situación destinada a ir a más. Cuanto peor van a ir las cosas por ese lado más se van a desatar las lenguas como expresión de ese malestar creciente. Eso es lo que se pretende atajar con este proyecto de ley para amordazar a los militares y forzarlos a soportar en estoico silencio lo que urge discutir y exponer libremente.

Al gobierno del PP no le interesa lo más mínimo que el descontento en los rangos de las fuerzas armadas se haga notar precisamente ahora que ellos gobiernan. Los complejos no resueltos de la derecha española la llevan a actuar con mayor contundencia contra todo aquello que pueda ser, de cerca o de lejos, considerado un atisbo de disidencia con los sacrosantos dogmas de la Democracia y el Estado de las Autonomías. Si el actual gobierno del PP es percibido por no pocos militares como más hostil al estamento militar incluso que anteriores gobiernos del PSOE, las razones tal vez haya que buscarlas en esos señalados complejos y en su desconocimiento de la misma historia de España. La derecha es víctima de una cultura que durante décadas ha sometido a generaciones de españoles a la impostura de una versión de la Historia completamente falseada que no tenía más objetivo que el de deslegitimar a la más gloriosa gesta nacional de los tiempos recientes y los logros que esta trajo consigo. Esa regeneración española llegó de la mano de un ejército victorioso que personificó los más elevados sentimientos patrióticos de una nación que no se resignó a la ruina y la destrucción que afanosamente se dedicaron a extender por España los enemigos de su grandeza y de su mismo nombre.

La muerte de Franco, la desaparición del régimen que el dirigió, no significó una ruptura sino una transición. Eso viene a decir que las Fuerzas Armadas que sobrevivieron al Caudillo son herederas legítimas y directas de aquellas que le dieron la victoria y fueron puntal primordial del antiguo régimen. Desde entonces, las Fuerzas Armadas españolas arrastran no sólo el “pecado original” de haber derrotado el bando que vio frustrado su criminal proyecto de encadenar España a la tiranía comunista, la “mancha” de su adhesión a la dictadura que trajo paz, orden y progreso, sino la sospecha de ser de “derechas”, irremediable y eternamente de “derechas”, por no decir cosas incluso más descalificadoras en la mentalidad actual. Desde hace décadas, los sucesivos gobiernos de derecha y de izquierda han trabajado en borrar ese “infamante” antecedente que lastraba pesadamente el proyecto de unas fuerzas armadas por fin redimidas de su pasado faccioso y antidemocrático.

La derecha política demuestra tanto desprecio por la institución militar por representar esta la acusación viva de su traición, de su falta de patriotismo, de su corrupción, de su ausencia de honor: el espejo donde se reflejan sus miserias y su inferioridad. No soporta la virtud aquél que se ha dejado tentar por el vicio. Y sabe el PP demasiado bien que el descontento entre los militares está muy fundamentado y cuenta con voces dispuestas a romper el silencio que otros mantienen en acatamiento de un concepto estrecho de disciplina y en observación del deber de reserva que se le exige a ciertas categorías profesionales. Pero aquí ni la obligada disciplina ni el deber de reserva pueden ser invocados. El secreto profesional existe realmente en los textos legales, pero este concierne los detalles técnicos y estrictamente profesionales: prohibición de dar cifras, datos o planos que puedan poner en peligro a los soldados en una misión prevista o en curso. En cuanto al deber de reserva, se trata en realidad de una obligación de neutralidad que impide expresar opiniones personales en materia de religión, política, filosofía…, una imposición anacrónica y en realidad una medida con vocación censora. Aquí se trata de expresiones legítimas perfectamente enmarcadas dentro de ese tan mentado derecho constitucional a la libre expresión y esa tan celebrada costumbre democrática del libre debate.

Pero ese prúrito represor, esa comezón inquisitorial, esa deriva liberticida que empieza a ser una expresión cada día más clara y sincera de la verdadera naturaleza del sistema tiene como contrapartida una cada día más amplia tolerancia con otros sectores cuyo denominador común es su compartida vocación sediciosa, cuando no su proclamado odio a España y su voluntad apenas disimulada de su destrucción. Mientra por un lado el cuerpo fundamentalmente patriótico que es el estamento militar es humillado a conciencia y se busca taparle la boca para que no digan las verdades desagrabables de oír por la casta gobernante, por el otro, grupos eminentemente subversivos que proclaman abiertamente su ideario revolucionario y subversivo gozan del privilegio de poder llevar a cabo su labor conspirativa y su acción agitadora en total libertad.

El colectivo patriótico por definición que son los militares españoles sufre una represión de la que el grupo enemigo de España por antonomasia está exenta. Mientras en cualquier mezquita se lanzan soflamas contra España, su historia, sus leyes y costumbres, mientras el enemigo se pasea por nuestra casa como en territorio conquistado, con la arrogancia del que se sabe impune y a salvo de la respuesta que su impertinencia y agresividad reclaman a gritos, el gobierno se ocupa de reforzar su arsenal de medidas represivas contra los mejores de nuestros soldados. El enemigo en casa, afilando el alfanje a la espera de la orden de lanzarse a degüello, y no se encuentra nada mejor que mortificar a los únicos que tienen los medios y los arrestos para combatirlo eficazmente. La gravedad de tal inversión de valores, de tal corrupción intelectual, de tal degradación espiritual, reclama a gritos el nombre que le corresponde, y ese no es otro que traición.

En el Ejército español está concentrado mucho de lo que queda de las antiguas virtudes de este pueblo, que décadas de lavado de cerebro y mentiras organizadas han llevado al estado de decadencia actual. El honor, el sentido recto del deber, la disciplina moral, la austeridad, el amor a España y el valor del sacrificio: este es el tesoro aún vivo que anida en las rectas conciencias de no pocos de nuestros militares y en el corazón de los españoles bien nacidos. Ante las arteras maniobras de políticos sin alma, ante la indigna voluntad de acallar las más nobles voces de esta patria enferma que algunos quisieran muerta y enterrada, ha llegado el momento de hablar.