Elogio del idiota
Tom Antongini.- Los idiotas, a pesar de lo que se diga, constituyen uno de los cuerpos esenciales de la sociedad, ya que tratar con ellos representa un reposo para todo ser inteligente. Yo, por ejemplo, después de haber hablado una hora con un idiota, me siento aliviado, fresco como una lechuga y en forma como si hubiera dado un agradable paseo. ¿Y cuantos paseos de este género no habré dado en mi vida?
El idiota es una válvula de escape. Siempre está ahí, a nuestra disposición, como un bar que nos ofreciera gratuitamente de beber en cualquier esquina. Si un hombre culto nos ha agotado, en el transcurso de una conversación demasido “densa”, he aquí que el idiota nos vuelve a insuflar ánimo con dos o tres reflexiones anodinas. Amar a los idiotas significa amar al género humano, ya que ellos constituyen la mayor parte de la humanidad y por ello mismo aseguran su continuidad. La idiotez es una materia prima que se encuentra en todas partes, bajo todas las latitudes. ¿Les parece poco?
Jesús mismo prefería a los idiotas, al punto de prometerles el Reino de los Cielos. El Evangelio los llama “los pobres de espíritu”, pero sabemos que esta locución es la traducción griega de una expresión aramea, la única lengua que habló Jesús durante su vida terrenal. Es muy probable que, a pesar de Su indulgencia, Él los haya llamado simplemente así: idiotas. A la espera del Reino de los Cielos, de momento ya tienen el de la Tierra, ya que el ser humano que pertenece a esta categoría es un hombre constantemente feliz, una especie de drogado permanente. Vive sin inquietudes, sin preocupaciones, descargado del peso maléfico de la inteligencia, condición privilegiada que lo mantiene permanentemente animado y alerta como el pájaro sobre la rama.
La sabiduría popular admite que se pueda uno volver idiota, en el caso de no serlo de nacimiento. Se oye a menudo alguien apostrofar a otra persona en estos términos: “¿Pero te das cuenta de que te estás volviendo completamente idiota? El candidato a idiota ignora qué deseo de buen augurio está contenido en la admonestación de su interlocutor. ¡Qué lástima! Pues se sentiría feliz y halagado.
“L’ inmortel testament de mon oncle Gustave”,Tom Antongini (1877-1967), escritor italiano y secretario de Gabriele D´Annunzio. (Traducción a cargo de BD).
Pues si hay que elogiar a los idiotas, en España eso es agotador el 85% de la gente es semoviente, así que dejemosnos de bromas y que espabiles los idiotas, a mí me causan repelús esa clase de idiotas y los que le aplauden.
Rajo va a hacer bueno a Zapatero, yo creo que se va mereciendo su elogio.