La carga de los calatravos
Por Enrique de Diego.- El 15 de julio de 12, el impresionante ejército almohade, reclutado de todos los confines del islam, que había cruzado el Estrecho desde el puerto de Alcazarseguir en la primera quincena de mayo, avistó el castillo de Salvatierra, defendido por los monjes-soldado de la Orden de Calatrava.
Parémonos por un momento a contemplar esa hueste inmensa como las arenas del desierto, en el que forma las siete cabilas masmudas; que tienen la preeminencia del unicismo almohade de Ibn Tumart; tribus árabes, bereberes, sirios y yemeníes, los jinetes kurdos guzz, famosos por su pericia con el arco en plena galopada, y la guardia personal de Miramamolín formada por esclavos negros de Sudán y Senegal seleccionados por su fortaleza. También una hueste andalusí de caballería pesada, que utiliza tácticas y armamento similar a los cristianos. Va con ellos una fanatizada multitud de voluntarios de la fe, sin demasiada preparación militar, que aspiran a morir en combate para ser sahídes y gozar de las huríes de ojos almendrados. Con es ejército marchan familias –los árabes siempre se hacen acompañar por las suyas-. Todo ello plantea graves problemas de abastecimiento que han pagado con su vida, por imprevisión, los gobernantes de Fez y Alcazarquivir.
Frente a todo el poderío sarraceno, se yergue Salvatierra, con unos centenares de calatravos. En el menor de los casos tienen enfrente a veinticuatro mil musulmanes, en el mayor recuento por encima de los cien mil.
Esos calatravos están comandados por Ruy Díaz de Yanguas. Son gente muy corajuda estos calatravos y pronto lo van a demostrar con una épica que ochocientos años después aun impresiona.
Salvatierra es un espolón solitario, vanguardia estricta. Aquí se quemaron naves desde el inicio, pues hay kilómetros de yermo hasta Toledo o hasta Uclés o Huete o Atienza. Salvatierra no está en ninguna línea de frontera, ni en un horizonte lejano, sino más allá. Están a más de una jornada de la frontera, en plena tierra enemiga y sin esperanza alguna de recibir socorro. Osadía calatrava.
Siempre han sido osados los calatravos desde su misma fundación.
Salvatierra no es espina, sino todo un ariete en pleno costado del islam. Diecen los cronistas musulmanes que “en esta fortaleza se habían tendido las redes de la cruz y con ella se atormentaba el corazón de los demonios del Islam”; habían hecho de ella los cristianos como una alas para ir a todas partes y la habían dispuesto para que fuese la llave de las puertas de las ciudades y humillase a los fieles de Alá con sus grandes fosos y torres”. Porque estos calatravos, devotos de la regla de San Benito, oran mucho pero no se están quietos. En 1209, el Maestre, Ruy Díaz de Yanguas, con su hueste, se dirigió contra Andújar, tomando los castillos de Plantoso, Fesora, Pilpasente y Vilches, que asoló, a excepción de este último.
Cuando Anasir, el Miramamolín, ve en la lejanía las torres de Salvatierra, su visir, Abu-Said ben Jamaa, le anima: “¡Oh Miramamolín! No pases adelante sin tomarla; ésta será tu primera conquista, si Alá quiere”.
Observemos de nuevo este ejército en el que redoblan los tenebrosos tambores y en el que se resumen África y Asia. Es de tal magnitud que según la crónica musulmana Qartún, a su llegada Sevilla el 1 de junio de 1211, “toda la tierra de los cristianos se conmovió con la nueva de su llegada y el miedo se apoderó de los corazones de sus reyes. Fortificándose en su país, abandonando el territorio próximo a los musulmanes, con sus aldeas y castillos. La mayor parte de sus emires escribió al Miramamolín, saludándole y pidiéndole perdón; uno de ellos, el rey de Pamplona, vino humilde a saludarle y pedirle la paz y el perdón”.
Miedo, pavor, humillación. La Cristiandad está en peligro. El imperio almohade es inmenso. Un poder como no se había visto desde los primeros tiempos de la expansión musulmana. Décadas antes, han despreciado el pedido de Saladino de ayuda para tomar Jerusalém y expulsar a los cruzados. Ellos, los almohades, tienen un objetivo más ambicioso, acabar con la Cristiandad, convertir Roma en la caballeriza de los musulmanes.
La Cristiandad tiene un puñado de calatravos para defender el honor de Dios. Contengamos por un momento la respiración porque va a suceder algo extraordinario. Vamos a asistir a un despliegue de valor que resulta difícil de imaginar y fácil de admirar.
Con las curiosas capas blancas de sus hábitos, con los escapularios con la Cruz trabada, mientras ansiosos relinchan sus monturas de gran alzada, invocando a Santa María, de la que son muy devotos, cuatrocientos calatravos, con Ruy Díaz de Yanguas al frente, se disponen a cargar. El asombro paraliza al ejército almohade. Los cuatrocientos calatravos, primero el trote y luego al galope, cabalgan hacia la muerte o hacia la gloria, aunque creen, con firmeza, con fe robusta, que la muerte les abre las puertas de la Gloria imperecedera.
No se han quedado al reguardo del lienzo y las altas torres de Salvatierra, sino que cargan. Si el miedo se ha extendido por todos los reinos, ese sentimiento no ha hecho mella en Salvatierra. Los calatravos no saben, no han sabido nunca ni saben lo que es el miedo.
Y allí van veloces, bien asidas por el hastil sus lanzas, contra aquel ejército inmenso. Los calatravos cargan una y otra vez. No abandonan el terreno.
No es un suicidio colectivo, aunque lo parezca. Un calatravo es un guerrero de temible eficacia. Poseen una férrea disciplina. Cabalgan y maniobran de forma que no quepa una manzana entre las monturas, porque el hermano ayudado por el hermano es como una ciudad amurallada. Y son cuatrocientos valientes. Uno de estos monjes guerrero puede valer por diez combatientes. Saladino degüella a cuantos –del Temple y del Hospital- caen prisioneros en sus manos. La carga ordenada de la caballería pesada puede desbaratar a todo un ejército.
El heroísmo es natural en los calatravos. Lo tienen probado. No ha mucho estuvieron a punto de extinguirse. Tras la derrota de Alarcós, los almohades tomaron la casa madre de Calatrava y pasaron inmisericordes a cuchillo a sus defensores. Los supervivientes de la Orden tuvieron que refugiarse en la pequeña fortaleza de Cirueles, junto a Toledo. La Orden hermana de Alcántara quedó tan diezmada que habrá de abandonar Trujillo y no podrá participar en las Navas de Tolosa.
Las levas vocacionales han llegado generosas y tres años después, ante el asombro de propios y extraños, los calatravos, en silencio, con un golpe de audacia, han ido más allá y han aparecido de pronto ante Salvatierra y la han tomado. Son los que ahora se baten contra decenas de miles de sarracenos.
Cuando, tras su proeza, los calatravos, con el orden característico de su intensa preparación vuelve grupas y atraviesan el puente levadizo de Salvatierra, el Miramamolín y su hueste ya saben a qué se van a enfrentar.
Cuarenta máquinas de guerra cuartean de continuo los muros de la fortaleza. El asedio dura tres meses, tres heroicos y preciosos meses. Por fin los calatravos, según los usos de la época, anuncian que rendirán la fortaleza si el rey de Castilla, Alfonso VIII se lo ordena, si no va a enviar refuerzos. Los musulmanes quieren quitarse a toda costa la pesadilla. Parten a uña de caballo los emisarios. Alfonso VIII, que ha decidido dar la batalla al año siguiente, permite la rendición porque no enviará auxilio. Los calatravos consiguen, con todo, condiciones ventajosas. Es casi una rendición, pero de los almohades. De modo que los calatravos se marchan sin impedimento.
Los cronistas musulmanes culparán a este episodio de Salvatierra de la derrota de Las Navas de Tolosa, pues durante el asedio, en la tienda bermeja del Miramamolín han anidado y criado su pollada las golondrinas. Dicen, con amargura sus cronistas que “salió Anasir contra Castilla el primero de Safar de 608 (15 de julio de 1211) y acampó sobre Salvatierra, castillo muy fuerte, en la cima de una alta montaña, coronada de nubes y que no tenía acceso más que por un sendero entre peñascos y angosturas. Rodeóla con sus soldados y comenzó a batirla, levantando contra ella cuarenta máquinas de sitio y devastando sus huestes sin resultado alguno”.
Los almohades no han pasado de Salvatierra. No han llegado a Toledo, ni a Montalbán. No han destruido la feraz huerta toledana, fundamental para la expedición que se avecina. La Cristiandad está salvada. No todavía. Aún queda un año para que el 16 de julio de 1212 los cristianos, por la Cruz y por España, guerreros de todos los reinos, obtengan la más importante y decisiva victoria de la Reconquista, que decidirá el destino de dos mundos y en la que también los calatravos serán claves.
Esos calatravos que nacieron entre la leyenda y la historia, en las altas brumas del heroísmo y el coraje, cuando los templarios desistieron de defender Calatrava, frente a la marea almorávide durante el reinado de Sancho III. Fue una decisión militar razonable que fue tomada en Castilla por cobardía. Raimundo, abad cisterciense de Fitero, y Fray Diego de Velázquez, que había sido escudero en la corte, hicieron un llamamiento que tuvo respuesta multitudinaria: 20.000 hombres de armas acudieron. Había nacido Calatrava.
La orden sería fundamental en Las Navas. Tras dieciséis duras jornadas por el yermo, tras el abandono de los ultramontanos, tras la llegada providencial de los navarros, tras la milagrosa información del desaliñado pastor sobre el resguardado paso que, evitando el desastre, dio acceso a la Mesa del Rey, el 16 de julio de 1212, tras fracasar el ataque de la vanguardia comandada por el señor de Vizcaya, Don Diego López de Haro, y ser desbaratadas las mesnadas señoriales, la batalla se va a decidir en el centro, donde las órdenes militares, unidades de élite, se disponen a resistir el ataque almohade. Ese es el momento decisivo y los monjes-soldado estarán a la altura. Aguantan lo más duro del combate. Morirá Pedro Arias, maestre de Santiago, Gómez Bermúdez maestre del Temple a causa de las heridas, la morisma pugna por hacerse con el estandarte calatravo, muere el portaestandarte y Ruy Díaz de Yanguas, el gran Ruy Díaz de Yanguas, pierde un brazo lo que le obligará a abandonar su cargo. Los calatravos no han cedido. No lo ha hecho ninguna Orden militar. La zaga acude en ayuda. Aún habrá una última carga de los tres reyes, de los hombres libres, contra los esclavos del palenque.
En el aprovechamiento del éxito los calatravos tendrán también un papel estelar. El nuevo maestre, Rodrigo Garcés, será con los soldados de Cristo quien tomará Vilches.
En la memoria venerada de aquellos heroicos calatravos capaces de tomar Salvatierra por sorpresa, de cargar contra todo el ejército almohade
¡Por Calatrava y la Virgen María!
Dios guarde a España.
Non nobis, Domine, non nobis, sed nomine tuo da gloriam.
Las Navas de Tolosa. Ed. Rambla. Enrique de Diego
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Dios mio, que bello. Esta es la verdadera esencia del español.
alá es con minúscula.
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