“Mis experiencias con Bohórquez”: Los orígenes del ‘Melilla Hoy’ (I)
Existía una gran incertidumbre sobre el futuro del periódico en Melilla, puesto que, desde unos años antes, se habían producido diferentes manifestaciones sobre su futuro. Por ejemplo, el Real Decreto 1434/1979, de 16 de junio, sobre régimen del personal del organismo autónomo medios de comunicación social del estado en los supuestos de reestructuración o suspensión de los periódicos adscritos al mismo, contenía la siguiente declaración de intenciones:
“El Gobierno entiende que la conservación de los medios de prensa, por la función informativa y de difusión cultural que cumplen es esencial en los estados modernos, pero que el pluralismo informativo exige a su vez que el estado no detente la titularidad de ninguno de dichos medios. Sumando a ello la situación de precariedad en que en la actualidad están algunos de los medios de prensa referidos, resulta ineludible adoptar medidas de reestructuración y de gestión, conducentes a mejorar la situación económica y administrativa del citado organismo autónomo medios de comunicación social del estado, en tanto que este subsista”.
Era una cuestión obvia, un estado moderno y democrático, como el que España estaba convirtiéndose, no podía convivir con una cadena de medios de comunicación propiedad del estado, ya que la función principal de la prensa en una democracia, es constituir un contrapeso del poder establecido y como medio de denuncia y de investigación de conductas impropias. La cuestión era cómo desmantelar una inmensa estructura que abarcaba todo el estado, con decenas de periódicos y radios, y, sobre todo, con miles de trabajadores afectados, cuestión que se agravaba aún más con el fuerte repunte de la crisis económica acaecido en 1979 y el fuerte efecto en la destrucción de empleo, que entonces, como ahora, incidía de forma mucho más fuerte en España que en el resto de las naciones europeas de nuestro entorno, aunque no exactamente por idénticas razones.
El Gobierno tenía una patata caliente sobre la mesa y no sabía qué hacer con ella. Incluso se pensó que en algún sitio, como Melilla y otras localidades, podrían subsistir algunos periódicos de provincias, por supuesto desligándolos de todas las reminiscencias relativas al pasado e integrándolos en algún tipo de estructura orgánica. Pero seguía sin ser algo estéticamente presentable. Por ello, finalmente, el Estado aprobó la Ley 11/1982, de 13 de abril, de supresión del Organismo Autónomo Medios de Comunicación Social del Estado, despejando todo tipo de dudas sobre el particular. A partir de ahí, se inició el proceso de liquidación de todos los bienes y derechos de los periódicos y, en consecuencia, fueron subastados edificios, locales, rotativas, maquinaria, equipos de oficina y demás utillaje. En cuanto al personal, se les dio la posibilidad de o bien constituir cooperativas entre ellos para continuar, bajo su propio riesgo y ventura, cada uno de los medios de comunicación; o bien se les ofreció la posibilidad de integrarse como funcionarios y personal laboral en la administración general del estado. Huelga decir que la mayoría optaron por la segunda opción.
No era la primera vez, unos años antes se había realizado un procedimiento similar con todos los trabajadores de los extintos sindicatos verticales. No obstante, había existido un intento de crear una cooperativa entre los trabajadores del periódico que fue liderada por Miguel Ángel Roldán, luego senador en la legislatura 1982-1986, y que en aquel entonces era trabajador del periódico, pero no pudo llegar a buen término debido a que la subasta de los bienes del periódico fue suspendida en el último momento.
Curiosamente, entre los trabajadores del periódico afectados se encontraba un joven recién entrado como subalterno al periódico y que consiguió, de esa forma, llegar a ser funcionario. Ese joven, ahora maduro, es un conocido político local de la actualidad que se permite, al igual que el señor Bohórquez, emitir juicios de valor sobre la moralidad de otras personas. En fin: ¡cosas de la vida!
A pesar de la suspensión de la subasta, cierto tiempo después algunos particulares adquirieron las propiedades del periódico ‘El Telegrama de Melilla’, principalmente las más valiosas: el edificio en que se localizaba en Melilla, por parte de un conocido político local; una vez que los propietarios del edificio recuperaron el uso y disfrute del local donde se ubicaba el periódico y se lo vendieron, y la cabecera del periódico, por parte de un particular, que era, a su vez, un alto cargo del gobierno socialista. La maquinaria existente en Melilla estaba completamente obsoleta y era anticuada, pero el desmantelamiento de otros muchos periódicos por todo el territorio nacional, algunos de los cuales contaba con tecnologías más modernas, abrió un conjunto de oportunidades a todos aquellos que creyeron detectar un hueco de mercado suficiente como para establecer un nuevo negocio, aunque no impulsado principalmente por motivos de rentabilidad sino más bien para influir, de una manera u otra, en la opinión pública de las diferentes localidades donde establecerse, en esos convulsos años de la transición a la democracia.
Melilla quedaba un poco huérfana. A partir de entonces, el histórico periódico ya no saldría a la venta. Después de casi 80 años acompañando a los melillenses desaparecía finalmente. Por ello, los políticos y las elites locales se confabularon: Melilla no puede estar sin periódico propio: ¡Tenemos que hacer algo!
Desde que se manifestaron los primeros síntomas, los políticos en el poder habían intentado una solución especial para Melilla, de forma que pudiera continuar el periódico, habida cuenta de las especificidades de la ciudad. Pero no tenían un segundo plan. Como siempre ocurre en esta España de mis amores y, principalmente, en Melilla, ante las amenazas que se ciernen sobre nosotros simplemente no hacemos nada y confiamos en que el gobernante de turno se saque finalmente de la chistera, a modo de prestidigitación asombrosa, una solución heroica de tono paternalista que nos permita seguir viviendo tan cómodamente como antes, y sin preocupaciones ni nada por el estilo. Es, a mi modo de entender, una práctica viciosa que nos impide madurar como pueblo. Pero esa es otra historia.
En aquel entonces, el Ayuntamiento de Melilla no tenía la dimensión que ha llegado a alcanzar desde el inicio de la década de los noventa del pasado siglo. Era un Ayuntamiento bastante solvente en términos financieros, pero se dedicaba a trabajar exclusivamente en las parcelas de la actividad que tradicionalmente le correspondían. El gobierno municipal existente, de la extinta UCD, no se planteaba, ni siquiera, la intervención en empresas privadas. En realidad, bastante tenían que acometer en una ciudad como era Melilla en aquel entonces, abandonada y aquejada de múltiples y variados problemas.
La única opción tendría que venir desde el sector privado, en el que brillaba con luz propia, precisamente en tales años, un melillense-hindú de pro, don Ashok Jhamandas Lalchandani, entonces un muy exitoso y próspero comerciante, que ya a sus treinta y pocos años había ganado una fortuna gracias a su habilidad como empresario, después de remontar un negocio en profunda crisis que había heredado, junto a sus hermanos, a mediados de los setenta. Mediante la representación en exclusiva de la marca “Sanyo” para España y otras menores como “JVC”, al espectacular crecimiento del comercio de bazar, y la competitividad de tales marcas, había conseguido reunir una considerable cantidad de efectivo.
Era el señor Lalchandani el mecenas y sponsor por excelencia en la Melilla de tal época. A modo similar a la obra social de las cajas de ahorro, el señor Lalchandani realizaba, aunque sin que nada ni nadie le pudiera obligar a ello, una muy loable labor social. Era el patrocinador de innumerables equipos deportivos de todos los deportes y categorías posibles, pagando desde las equipaciones deportivas, por supuesto con sus marcas impresas, a los viajes y estancia en la península para competir, prácticamente a todo aquel que fuera a solicitar su ayuda.
Además realizaba, con periodicidad anual, unas muy buenas galas benéficas en beneficio de la Cruz Roja, mediante las que consiguió traer a Melilla a cantantes de primera fila para el disfrute de los ciudadanos, aunque sin coste alguno para las arcas públicas, y encima donando siempre una cierta cantidad a la citada entidad asistencial. No era raro que cientos y cientos de melillenses acudieran cada mes a sus oficinas en la calle de Santiago a solicitarle algún favor, y, si lo hacían, era porque lo conseguían. Fue también el Presidente de la Unión Deportiva Melilla, el club de fútbol local, que en aquella época, a diferencia de la actualidad, no estaba financiado exclusivamente por el ente local, sino que los sucesivos presidentes a menudo tenían que rascarse su propio bolsillo, además de la mollera, para intentar sacar ingresos y cubrir los costes de un modesto club local. Asimismo, Lalchandani había adquirido en 1981 un histórico edificio de Melilla, el cine Monumental.
Simplemente, el señor Lalchandani estaba completamente implicado en la vida de Melilla de entonces, la cual no puede explicarse sin acudir a sus actuaciones y, por consiguiente, sus motivaciones. Sencillamente, el señor Lalchandani complementaba a su costa todo lo que el Ayuntamiento de entonces aún no hacía, y que luego ha llegado a hacer.
Yo creo que sus motivaciones eran limpias. Y actuaba así el señor Lalchandani por empatía y por convicción. Empatía, puesto que podía comprender perfectamente los sentimientos de los necesitados, ya que él y su familia habían tenido que pasar también una muy mala época; convicción, porque era consciente de todo lo que había logrado en Melilla y gracias a Melilla, y, de una forma u otra, quería devolver, aunque fuera parcialmente, a Melilla lo que había recibido. Sin duda se trata de uno de los grandes y mejores melillenses de nuestra historia, cuya carrera y dinamismo se vieron desgraciadamente truncados por una fatídica enfermedad que se lo fue llevando lenta y cruelmente.
Mi padre, que tuvo que compartir horas y horas de largas y tensas negociaciones con este señor, me lo definió como un auténtico caballero y una persona de palabra que, por supuesto, defendía sus intereses con pasión, pero en el que se podía confiar. Era, sin duda, uno de los mejores melillenses de su generación, y considero que su obra, y principalmente sus valores, deberían ser difundidos, porque las vidas ejemplares deberían servir precisamente para eso, y servir de ejemplo a las generaciones futuras de melillenses.
En lugar de convivir y difundir sólo la mediocridad, y considerar como nuestros héroes a auténticas mediocridades que consiguieron un pelotazo o establecerse en la cúspide trepando y trepando mediante argucias y traiciones diversas, hay mucho campo para educar a nuestros hijos en temas como la caballerosidad, el cumplimiento de la palabra, la generosidad, el respeto al contrario…¡Qué bien me suenan! Fue, en mi opinión, el último gran empresario que ha dado Melilla. Antes que él hubo varios, y todos ofrecieron a la ciudad lo mejor de ellos mismos a través de sus negocios.
Particularmente, considero que de lo que más adolece Melilla hoy en día, es de empresarios de este talento y talante. Sencillamente no existen, salvo muy honrosas excepciones. Y el hecho de que pudieran florecer de nuevo otros empresarios de este tipo, constituiría, también en mi opinión, la única forma de proyectar hacia el futuro una Melilla española sostenible económicamente.
Pero este talento y capacidad no puede generarse desde la acción pública; y no puede nacer en el seno de ella, porque es incompatible. No obstante, y si desearan promover este tipo de conductas, los poderes públicos lo que deberían hacer es centrarse en facilitar, y no entorpecer, este tipo de actividades, así como de difundir y de realzar el papel social de este tipo de emprendedores, tan necesarios para construir, o reconstruir en nuestro caso, cualquier futuro económico. ¿Qué cometió algún error? Por supuesto, como todo el mundo, ¿Quién no lo ha hecho alguna vez?, pero, como dijo el gran estadista británico del siglo XIX Benjamín Disraeli, que fue primer ministro en la época de máximo esplendor del imperio británico: “Los grandes servicios no pueden ser cancelados por un acto o un único error”.
Por todo lo anterior, no fue raro que el señor Lalchandani se embarcara en otro proyecto al servicio de los ciudadanos de Melilla. Y así, meses más tarde del cierre de El Telegrama de Melilla, concretamente el 27 de noviembre de 1982, este señor fundó, junto a don Pedro Guevara y don Ángel R. Fernández Mena, estos dos últimos como accionistas minoritarios, una sociedad mercantil, denominada Editora Melillense, SA, al objeto de cubrir el vacío existente.
Pero el señor Lalchandani era un magnífico comerciante y un buen gestor, pero de periódicos no tenía ni idea y, además, suficiente tarea tenía el pobre que acometer cada día: entre la reforma que ejecutaba del cine Monumental, la gestión de la U.D. Melilla, sus sponsorizaciones y patrocinios y al día a día de sus negocios, bastante tenía el buen señor. Por ello, prácticamente hasta octubre de 1984, no se habían producido cambios sustanciales en el proyecto de empresa a desarrollar, que aún no era una realidad. Se habían dado pasos, pero muy lentamente.
Dado que el hueco aún no estaba cubierto, durante el verano de 1984 otra iniciativa empresarial entró en liza. Un grupo de melillenses, unidos por cuestiones de familia o amistad, decidió promover un periódico local. La idea inicial era continuar con la cabecera de El Telegrama de Melilla incluso en los mismos locales, aunque renovando la maquinaria con rotativas de segunda mano provenientes de las liquidaciones de otros periódicos del extinto grupo del estado. Todo indica que se juntaron dos tipos de razones.
Por un lado, la oportunidad de crear una empresa periodística en una ciudad que por su tamaño, importancia estratégica, volumen de población e historia, debería contar, sin lugar a dudas, con un periódico propio, y ya que, además, la prensa nacional tardaba, en aquellos tiempos, un mínimo de 24 horas en estar disponible en los quioscos de Melilla. Pero hubo un segundo factor, extrapolable de la composición del grupo, y era el deseo común de, al tiempo que se cubría lo anterior, ayudar a un familiar y común amigo, también melillense, que tenía experiencia en medios de comunicación social y que se encontraba pasando una mala racha en la península, concretamente en Málaga. ¿Adivinan quien podría ser?
Y así, durante ese verano de 1984, algunas de estas personas empezaron a visitar a los empresarios de Melilla al objeto de ofrecerles la suscripción de acciones en el periódico a crear. Los argumentos eran principalmente de carácter sentimental: Melilla no puede quedarse sin periódico propio, y las aportaciones que solicitaban eran para la suscripción de acciones de 10.000 pesetas de valor nominal. De hecho, en tal época, mientras trabajaba en una próspera industria de conservas de pescado (porque, entonces, en Melilla, había varias industrias de este tipo que desaparecieron dos o tres años después a consecuencia de la entrada en la Unión Europea), recuerdo cómo una persona, que llegaría a ser luego el jefe de prensa del Ayuntamiento, vino a ofrecerles a sus propietarios la suscripción de acciones. Parece ser que hubo empresarios melillenses que aportaron fondos, y que recibieron a cambio unos títulos, pero no aparecieron nunca registrados como accionistas en la constitución formal de la empresa. Yo no lo afirmo ni lo niego, pero lo que sí sé es que he hablado con alguno de ellos, que lo manifiesta en reuniones informarles de café, pero que luego no se atreve a mantenerlo. Esta es una de las desgracias de Melilla: el miedo, que está tan extendido, y que no hace sino dar alas a los audaces.
Esta nueva sociedad fue denominada Prensa de Melilla, SA, la cual quedó constituida formalmente el 17 de Septiembre de 1984 con un capital social de 5.000.000 de pesetas, en el que Enrique Bohórquez participaba en un 92%, correspondiendo el 8% restante al grupo de familiares y amigos.
Hay que mencionar el hecho de que hasta las reformas de la Ley de Sociedades Anónimas y de Sociedades de Responsabilidad Limitada, acaecidas ambas, aunque de forma independiente, en la década de los noventa del siglo pasado, no era necesario justificar ante el Notario, a la hora de formalizar la constitución de la sociedad, el desembolso del capital suscrito. Bastaba la fórmula magistral de “los comparecientes manifiestan que se encuentra totalmente desembolsado e ingresado en la caja social”. Quiero decir, porque soy testigo de ello ya que yo trabajé en empresas privadas en tal época, que era posible constituir sociedades sin aportar el capital social, al menos inicialmente, y después hacerlo paulatinamente, o simplemente no llegar a hacerlo, si bien soportando alguien los gastos de constitución y lanzamiento hasta que se empezaran a producir ingresos. ¿Se imagina alguien la constitución de una sociedad de, por ejemplo, 10 millones de pesetas, llevando los socios un fajo de billetes por tal importe para que quedaran guardados en una caja fuerte del domicilio social, para que permanecieran allí durante meses hasta que se gastaran?
Pues así eran las cosas. Los perjudicados, en caso que existieran algunos, serían siempre terceros: los trabajadores, en primer lugar; y los restantes proveedores y acreedores, y el estado, por las retenciones sobre las nóminas y las cuotas a la seguridad social. Aunque normalmente la situación se corregía si la nueva sociedad tenia que acudir a solicitar créditos bancarios, porque entonces estudiaban las cuentas y, lógicamente, estas cosas salían, y quedaban corregidas.
Considerando el hecho mencionado de que la sociedad promovida por Lalchandani no había hecho grandes avances para desarrollar su proyecto, puesto que aparte de empezar a preparar un local en la primera planta del reformado cine Monumental para dedicarlo a la redacción y oficinas del periódico, apenas se había avanzado; la nueva sociedad, Prensa de Melilla, podría haber intentado acometer el proyecto por sí misma, olvidándose de buscar algún otro tipo de colaboración con nadie. Pero había unos importantes motivos financieros: los empresarios de Melilla, salvo algunas excepciones como la citada, no habían aportado fondos para el proyecto, y entre el grupo de constituyentes no había ninguno con la capacidad financiera suficiente como para acometer el proyecto por sí mismo, y, si había alguno este no deseaba comprometer su patrimonio de toda una vida de trabajo por cuenta propia en una aventura empresarial arriesgada e incierta. Una cosa son las amistades y otra es la realidad de las cosas.
Además, el sistema financiero en Melilla actuaba de manera muy diferente a la actual: no se concedían hipotecas sobre bienes inmuebles radicados en Melilla; y el crédito a más largo plazo que podía obtenerse, pagando unos muy onerosos intereses de casi usura, era de 18 meses, y siempre y cuando estuviera debidamente garantizado por el patrimonio y bienes de familiares o amigos que debería superar entre dos a tres veces el importe avalado, y tendría que estar caracterizado por que un importe significativo del patrimonio del avalista estuviera localizado fuera de Melilla. Era un acuerdo del pool de los siete grandes bancos, eso decían, que habían acordado actuaciones como éstas para evitar que les volviese a ocurrir lo acontecido con la independencia del norte de Marruecos, que les generó grandísimas pérdidas. Además, para conseguir un préstamo bancario, aún superando todas las demás trabas, era totalmente necesario tener un historial personal comercial totalmente inmaculado, sin haber entrado en el RAI o similares. Asimismo, no existían ni subvenciones rápidas ni nada por el estilo. Habían existido, en tiempos de la UCD, en 1981, unas subvenciones de setecientas mil pesetas por puesto de trabajo fijo creado, pero las empresas que se acogieron a las mismas nunca llegaron a cobrar las subvenciones.
Además, Melilla estaba considerada como Zona de Preferente Localización Industrial, hecho que conllevaba unas, en teoría, generosas subvenciones del Ministerio de Industria. Pero, en la práctica, podrían pasar de dos a tres años, antes de obtener siquiera una mera contestación. Sencillamente, así no se podía. O sea, que sin créditos bancarios ni subvenciones posibles, la única solución era acudir a alguien que sí tuviera esa capacidad financiera que a ellos les faltaba y llegar a un acuerdo.
Y así, ambas sociedades confluyeron, y después de negociar, llegaron a un pacto, que creyeron satisfactorio para ambas partes: Para Lalchandani, para acometer el proyecto a través de personas en las que creyó y confió, que aportarían lo que a él le faltaba: tiempo, especialización en el sector y conocimiento de la actividad; Para Bohórquez, para sacar adelante el proyecto, en condiciones ventajosas iniciales para él, gracias a la capacidad financiera y el prestigio en Melilla del primero.
Por ello, el 27 de Octubre de 1984, Editora Melillense, SA amplió su capital, desde un capital inicial de 300.000 ptas, para dejarlo en la cifra de 10.000.000 de pesetas, en el que Lalchandani detentaba un 49,5%, Fernández Mena y Pedro Guevara cada uno un 0,75%, y Prensa de Melilla, SA, el restante 49%. Dado que en esta última sociedad Enrique Bohórquez participaba con un 94,67%, este hecho implicaba que controlaba, de forma indirecta, un 46,38% de Edimesa, correspondiendo el restante 2,62% a los restantes accionistas de Prensa de Melilla, SA. Esta última sociedad había aumentado su capital social en dos millones y medio de pesetas a principios de ese mismo mes, pasando Bohórquez a aumentar su participación en el mismo en 2,67 puntos porcentuales.
Además, la sociedad se dotó de un Consejo de Administración, presidido por Lalchandani, que controlaba directa o indirectamente un 51%, y en el que Bohórquez entró como vocal. Este ente, a su vez, delegó la mayoría de sus competencias en un Consejero-Delegado, que era Enrique Bohórquez. Así, Bohórquez, se convertía en el hombre fuerte de la iniciativa empresarial, detentando todas las competencias y poderes de la empresa, a excepción de algunas indelegables, como la rendición de cuentas anuales.
A partir de ese momento empezaron a contratar la maquinaria, instalaciones y demás que necesitaba el proyecto para funcionar. Uno de los primeros pasos era la necesidad de disponer de un local para imprimir el periódico. En este sentido, conociendo las dificultades financieras derivadas de la escasa rentabilidad de una imprenta existente en Melilla, denominada Imprenta La Hispana, radicada en calle general Mola, y la jubilación de alguno de sus miembros, negociaron y compraron, a nombre de Editora Melillense, SA; la totalidad del capital social de Imprenta La Hispana, S.L., que aunque conservaba su forma jurídica propia, por motivos diversos, implicaba de facto dotarse de un conjunto de activos necesarios para acometer el proyecto, principalmente de un local donde realizar las molestas tareas de imprenta que, en la Melilla de aquel entonces, que no disponía ni de un polígono industrial aún, eran de muy difícil localización.
EL AUTOR
Julio Liarte Parres es economista y funcionario de la Ciudad Autónoma de Melilla. Prestó sus servicios en el Ministerio de Trabajo, precisamente en el departamento encargado de las ayudas a empresas de nueva creación; y luego ha hecho lo propio como gerente de la empresa pública Proyecto Melilla, SA, entidad especializada creada por el entonces Ayuntamiento de Melilla para fomentar la creación de empresas y empleos en la ciudad. En la actualidad es diputado autonómico y portavoz del grupo Populares en Libertad (PPL), un partido escindido del PP y que lidera el ex presidente de la Ciudad de Melilla, Ignacio Velázquez Rivera.
Enhorabuena al Sr.Liarte, le animo a seguir luchando por nuestra tierra y a que personajes absurdos como Bohórquez sean retratados públicamente.
Sr. Julio Liarte Parres, soc fill de Melilla, però, actualment i visc a Catalunya i, des de aqui l’animo a que continuï lluitant en contra de tots els poques vergonyes que hi ha en aquest país, siguin del color que siguin, sobre tot que ho faci en aquesta premsa “AD” referent de tots els espanyols.
Ànims i endavant a tots els que són com vostè.