Unión Europea: Babilonia siglo XXI
Una España en la que pueden vivir las familias numerosas, en la que los hombres pueden trabajar y alimentar sus hogares, una patria en la que se respira seguridad por las calles porque no hay delincuencia, en la que los hombres tienen su lugar de trabajo y una familia estable, donde el orden y la paz colma los hogares. Parece un viejo recuerdo que les estuviera relatando cual abuelo a su nieto ya que parece que esa patria que se evoca hubiera desaparecido sine die.
El actual gobierno hizo una reforma laboral anti-cristiana y no se han pronunciado los obispos españoles contra dicho documento dictado desde la Babilonia del siglo XXI que es la Unión Europea.
Es obligación conocer lo que desde Roma se dijo ya respecto al capitalismo exacerbado que se quiere imperar en Occidente. Algunas naciones como Hungría parecen despertar del letargo ante las tomadas medidas contrarias al orden natural.
La reforma laboral ya existía anteriormente en lo que con más acierto denominaríamos la Babilonia del siglo XXI. La seguridad en los contratos será una simple exageración de “aburridos” dados a la “monotonía” que desean trabajar en un lugar fijo y mantener una familia, pues lo que parece venir dictado desde la Unión Europea es que al trabajador se le pueda rescindir su contrato sin ningún problema para que posteriormente vea su contrato en una empresa que puede estar a cincuenta kilómetros de distancia. Digan ustedes si así se puede formar y mantener una familia.
Del puño y letra de León XIII leemos en Rerum Novarum que “si los ciudadanos o las familias, al formar parte de la sociedad civil, encontraran en el Estado dificultades en vez de auxilio, disminución de sus derechos, en vez de una tutela de los mismos, tal sociedad civil sería más de rechazar que de desear”.
El “populismo” de la Unión Europea se limita al reparto de la contracepción, la promoción del aborto y el divorcio facilitando estos de tal manera que han aumentado en los últimos años más de un treinta por ciento. Pero en ninguna parte vemos que ese “populismo” se aleje de Margaret Sanger (promotora del control de la natalidad) y Adam Smith. Aquello que sea ayudar al hombre y a la familia a salir adelante y mantenerse, colaborar junto a las madres en el mantenimiento de sus hijos y, no solamente en que puedan mantenerlos sino que sus hijos nazcan, ha quedado en manos de aquel lugar donde el hombre ya desamparado de todo y habiendo desperdiciado todos sus bienes, va a abrazar en sollozos y desesperanza a cambio de la ayuda que necesita. Es ahí y entonces cuando el Estado liberal no responde, pero la Iglesia a la que aún le han dejado cabida en la Civitas Terrae (¿será por los problemas económicos que les ahorra?) sale como el padre de la parábola abrazando y limpiando las lágrimas de su hijo.
Un gobierno liberal en una democracia liberal, ahí donde brilla la “mano invisible” que dijera Adam Smith. ¿En qué consiste el liberalismo económico? Muy sencillo, el P. Carlos Valverde, S.I. hace una breve descripción cuando dice que es una sociedad “sin contratos laborales” y es que es casi notable la extinción del contrato tras la reforma laboral, “sin legislación salarial”, pues las empresas priman y deciden ya las gobierne el más virtuoso de los hombres o el más vicioso de ellos y “sin fiscalización alguna”.
Ahora todo queda dependiente de esa mano libre que puede proceder virtuosa o viciosamente sin que se menoscabe su libertad.
En el número tres de Rerum Novarum hace constar León XIII que “los derechos de cualquiera han de ser protegidos religiosamente y el poder público tiene obligación de asegurar a cada uno lo suyo, impidiendo o castigando toda violación de la justicia”. Y unas líneas más abajo viene claramente a referirse al trabajador cuando dice que “el Estado debe dirigir sus cuidados y su providencia preferentemente hacia los obreros, que están en el número de los pobres y necesitados.
Pero en la historia el liberalismo ha visto una serie de molinos gigantes que, como si del hidalgo de La Mancha se tratase, ha confundido con los trabajadores y así en la Iglesia y la Tradición ve por una parte al viento que sopla moviendo esos molinos y por otra a quien con rotundidad grita en su oído la irrealidad de Dulcinea. Y con todo esto diría San Pío X que “los verdaderos amigos del pueblo no son innovadores ni revolucionarios sino tradicionalistas”.
Dijo Ramiro de Maeztu que “no hay liberal español que haya enriquecido la literatura del liberalismo con una idea cuyo valor reconozcan los liberales extranjeros, ni un socialista la del socialismo, ni un anarquista la del anarquismo, ni un revolucionario la de la revolución”.
Contemplando esa casi ya extinguida libertad económica y laboral del trabajador y su amplia y reluciente, para la retina liberal, independencia moral y de conciencia, cabe acabar preguntándose, como hizo el eminente Juan Donoso Cortés: “¿Cómo se puede ser santo en una sociedad corrompida?”.