O España o el Estado autonómico
A Norma Carrizo, nuestra culta colaboradora en Argentina y siempre leal amiga. “Quienes son capaces de renunciar a la libertad esencial a cambio de una pequeña seguridad transitoria no son merecedores ni de la libertad ni de la seguridad”. Benjamín Franklin. No, no escribiré hoy sobre el órdago soberanista lanzado por la Generalitat si no se concretan sus exigencias económicas. Tampoco sobre la codicia de los líderes nacionalistas al estar dispuestos a enfrentar a los españoles con tal de mantener vigente su discurso victimista. Ni de la indolencia estatal hacia la incitación al crimen y al odio por parte de un sector cada día más radicalizado de la sociedad catalana. Ni del latrocinio institucional que se fomenta desde comunidades autónomas tan anémicas en recursos propios como voraces a la hora de devorar los ajenos. En definitiva, ellos son tan responsables como quienes, a base de traiciones y acuerdos contrarios al interés nacional, negociaron en reservados de restaurantes y logias europeas la Constitución de 1.978, fuente de casi todos nuestros actuales males.
Seríamos muchos los españoles dispuestos a apoyar la adopción de medidas encaminadas a liberarnos de las autonomías y del chantaje permanente de los nacionalistas, de la desigualdad jurídica entre los españoles, de las injustas reglas de reparto electoral y de todas esas actitudes banderizas que rozarían la sedición en cualquier nación con voluntad de seguir siéndolo.
Desde 1978, algunos presidentes y gobiernos autonómicos han ido construyendo sus identidades antiespañolas sobre anacrónicas confrontaciones, falsos mitos y supuestos derechos nacionales históricos. Aulas, medios de comunicación y partiditos políticos son sus elementos de legitimación y propaganda. Completados los estatutos de autonomía, no hacen otra cosa que inventar nuevas necesidades que al mismo tiempo agiganta la cadena de odio y rechazo hacia lo mucho que nos une.
La traición a la confianza de todo el pueblo español se concreta usando fraudulentamente competencias autonómicas para satanizar al Estado en la escasa presencia que va teniendo, y atacando su raíz: la esencia nacional del pueblo soberano que lo legitima. No vacilan en utilizar un problema de gestión para pedir la independencia ni en adherir sus sentimientos de pertenencia a España en la recepción o no de más dinero. Como fulanas. O peor aún.
Mientras, nacionalistas supuestamente moderados se van radicalizando al tiempo que aumentan las competencias y que el Estado se debilita. ¿Y qué han hecho los dos partidos nacionales mayoritarios? Ceder competencias del Gobierno central a cambio de que los nacionalistas les garantizaran estabilidad. La ley sirve a los nacionalistas. Una ley electoral obsoleta y nociva convirtió y volverá a convertir a las minorías nacionalistas en bisagras de la estabilidad de una nación a la que quieren destruir. La falta de mayorías cualificadas para decidir sobre cuestiones angulares, la ausencia de listas abiertas y, sobre todo, una falta de dirigentes que cierren filas en torno al interés nacional, no harán sino agigantar el problema. Aunque ahora ese problema quede temporalmente aparcado tras la histórica mayoría absoluta lograda por el PP.
Si tuviésemos estadistas de verdad considerarían imperioso limitar el poder de las autonomías donde se pueda deteriorar el principio de unidad. Dichos límites derivan del interés general, la igualdad en las condiciones de vida, la unidad de mercado y el principio de solidaridad, que implica lealtad de los entes territoriales menores a un sistema superior que les trasciende y origina.
Mientras tanto, PSOE y del PP sucumben a la falacia nacionalista sobre los pretendidos derechos de los pueblos. Estos derechos de pueblos y clases dieron vida a las grandes lacras ideológicas del siglo XX.
Esta realidad llama la atención en el contexto europeo. Se dice que la UE lucha por superar rencores históricos, estructuras administrativas costosas e inútiles, armas arrojadizas culturales y religiosas…para hacer al individuo más libre, con la mayor seguridad jurídica posible y un sistema garante que corrija excesos. ¿Por qué los independentistas vascos se adhieren entonces a una Europa que rechaza sus haciendas forales y con la que tienen mucho menos en común que con el resto de España que de antiguo conforman? Pues porque ven en esa Europa un aliado futuro a sus pretensiones independentistas.
El pueblo español ha mostrado gran valor en la defensa de la libertad y el imperio de la ley. Las Cortes del antiguo Reino de León son de las primeras de las que se tiene noticia en Europa; Bilbao lo selló con sangre en su Sitio y Málaga lo blasona en su escudo (“la primera en el peligro de la libertad”).
Por estos valores, nuestras escuelas filosóficas, teológicas, jurídicas y económicas del siglo XVI son reconocidas y valoradas internacionalmente. Escuelas cuyos tratados humanísticos pusieron el acento siempre en el hecho de que cada individuo es el portador de derechos, obligaciones y libertades.
Aunque los nacionalistas quieren que pensemos en España como un ente imaginario sin historia ni base nacional común, nuestro patrimonio político no tiene igual en Europa: nueve textos constitucionales o asimilados durante los últimos 200 años; una tradición fuerista de las España medieval y renacentista, y una milenaria herencia codificadora iniciada en la España hispano-visigoda del siglo VI, cuyos principios de legalidad, seguridad jurífica e igualdad ante la ley que, aunque hoy rudimentarios e incompletos, se adelantaron 12 siglos a las revoluciones francesa y estadounidense.
Pese a nuestra tradición, este Estado está cada día más debilitado. Ni los partidos tradicionales tienen la fortaleza moral para mantener España unida; ni este Estado es garantía de nuestra soberanía nacional, ni la Corona es ya símbolo vertebrador ni garantía de nuestra unidad, ni la Constitución de 1978 sirve ya para otra cosa que para avalar un conjunto de normas que fragmentan y dividen a los españoles. No hay que tener miedo a rebasar este Estado, esta Constitución y a estos representantes políticos que responden al desafío de los nacionalistas cediéndoles más y más competencias. Nuestro sistema político ha provocado la fragmentación y la diezma del concepto unitario de nuestra nación. Y lo peor es que carece de respuestas para preservar nuestro legado común y la pervivencia de nuestra comunidad nacional incluso con la razón de la fuerza si nuestro compromiso con la Historia lo hiciera necesario.
Postdata: La grandeza del deporte español se demuestra por todo lo que ha ganado en lo que va de siglo. No hay en el mundo un sólo país que haya logrado tantos éxitos en deportes de equipo. La quinta ensaladera nos muestra claramente cuál es el camino: unidos no hay nación que se nos resista. Lo sostuvo Kissinger un día antes del asesinato de Carrero: “Una España fuerte es demasiado peligrosa”. La fortaleza mental, el entusiasmo, la disciplina, el coraje y el orgullo, distintivos tan nuestros, nos hacen ser invencibles cuando nos lo proponemos. El deporte es el modelo a seguir. Así creamos un Imperio.
Desde luego que si, la grandeza del deporte español es un buen referente de lo que somos capaces de hacer cuando se lucha por un objetivo común, dejando atrás esos sentimientos pueblerinos o de tribu con su Rh-negativo como si este fuera específico de unos pocos matones a sueldo que impiden a los demás recoger nueces también. Sin que por ello nadie tenga que olvidar el sentimiento de cariño y de costumbres de sus regiones de origen. Hay que aclararles aunque ellos ya lo sepan, lo que ocurre es que se han dado al vampirismo y nadie aún ha sido… Leer más »