Un asesino a sueldo brasileño se enamora de su víctima y finge su asesinato con ketchup
María Nilza Simoes, una despechada esposa brasileña, se dio de bruces en la feria de su pueblo con una sorprendente escena: la supuesta amante de su marido besándose con el asesino a sueldo al que había contratado para matarla. La mujer montó en cólera y denunció al ineficiente ejecutor por haberle «robado» 1.000 dólares. Incluso proporcionó datos a la policía sobre dónde podían encontrarle.
Lo que María no tuvo en cuenta fue que contratar a un asesino a sueldo es ilegal, y que éste estuvo dispuesto a contarlo todo en cuanto los agentes le echaron el guante.
El contratado fue Carlos Roberto de Jesús, un expresidiario, que aseguró a la Policía que María Nilza le pagó esos 1.000 dólares para matar la mujer de la que sospechaba que mantenía relaciones con su marido. Él se justificó diciendo que aceptó el dinero «por necesidad», ya que estaba desempleado.
Sin embargo, según Carlos Roberto, en el día fijado para el homicidio —el pasado 24 de julio—, descubrió que la supuesta amante era una conocida suya, Erenildes Aguiar Araújo, conocida como «Lupita». Al verla, «no tuvo valor para seguir adelante», relata el noticiario brasileño Universo Online.
Así, Carlos Roberto, inspirado por los telefilmes de intriga, decidió fingir la muerte de su «víctima»: la tumbó, le vendó la boca, la cubrió de ketchup, le puso un machete entre el brazo y el pecho, le sacó una fotografía y se la mandó a la demandante de sus servicios. Pese a que el fotomontaje es digno del cine de serie B más casposo, engañó a la mujer. «Lupita» ha contado al diario O Globo que fue ella misma quien se rasgó la camiseta y se colocó el cuchillo para hacer más realista la imagen.
La falta de discreción de los enamorados —no se sabe en qué momento ni cómo la flecha de cupido reemplazó al machete ejecutor— precipitó la irreflexiva denuncia de la demandante. No obstante, el desenlace ha sido feliz: aunque la conducta de los tres puede ser considerada delictiva —la de Maria Nilza por ordenar un asesinato, la de Carlos Roberto por extorsión y la de «Lupita» por encubrimiento—, han quedado en libertad por no haberse consumado el crimen. En su lugar, parece haber brotado una bizarra historia de amor. En los ojos de su víctima, Carlos Roberto tuvo que ver algo más que miedo.