Así se fundó el fascismo
S. Sostres.- Después de toda la demagogia, de toda la complicidad que con los acampados han tenido los medios de comunicación y algunos partidos políticos, siempre los más nefastos; después de tanto ceder al impulso más vulgar y a la idea más barata; después de tanto desprestigiar la política y a los políticos, y a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad, hemos visto cuál es el fin de trayecto de la turba envalentonada: el ataque al corazón de la democracia. Así se ha fundado cada fascismo.
Éste es el fin de trayecto de hacerle creer a la gente que tiene derecho a todo y que todo es gratis; éste es el fin de trayecto del paternalismo socialdemócrata, del relativismo, de tantos derechos y ningún deber.
Después de tanta baja laboral fraudulenta, de tantos días personales, de tantos derechos adquiridos, de tantos liberados sindicales, la masa ha creído que para ella no había límites y ahora se desparrama, caótica y totalitaria, cancelando la libertad e imposibilitando la convivencia.
Primero fueron las acampadas ilegales, y el desacato a los requerimientos de la Junta Electoral Central. Izquierda Unida e Iniciativa per Cataluña se solidarizaron de inmediato con los incívicos. Zapatero dijo que, si tuviera 25 años, estaría con los acampados, y el drama de España es que su presidente vive todavía instalado en aquella edad mental.
Luego llegaron las agresiones. En Barcelona, los manifestantes agredieron a los Mossos d’Esquadra que habían acudido a limpiar la plaza de Cataluña. En Madrid la agresión, que por suerte sólo fue verbal, la recibió el alcalde Gallardón cuando salía a pasear a su perro. Otra vez en Barcelona, los bárbaros quisieron impedir ayer la actividad parlamentaria y el presidente Mas tuvo que acceder al Parlamento en helicóptero.
Los acampados, tan aclamados por la izquierda y por el buenismo, ya han llegado a las puertas de la democracia. Como los camisas negras de Mussolini, como los nacionales. A las mismas puertas de la democracia, intimidándola. Una minoría de bárbaros y delincuentes que no representa a nadie frente a los representantes del pueblo soberano.
Con cada fascismo ha sucedido igual. Una minoría muy ruidosa, y muy violenta, intenta imponerse por la fuerza a la inmensa mayoría de los demás. Una inmensa mayoría que se pronunció claramente en las últimas elecciones municipales y autonómicas, siendo muy escasa, por no decir completamente insignificante, la incidencia de los incívicos en el voto del conjunto de los españoles.
El último que en España quiso impedir la actividad parlamentaria fue el coronel Antonio Tejero. Del «¡se sienten, coño!» al «no nos representan» hay más de 30 años de distancia, pero toda la proximidad moral. Todos los fascismos se parecen en sus procedimientos y en sus métodos; todos se postulan como una regeneración de la vida pública y como los garantes de un orden nuevo y mejor. Pero responden sólo al delirio totalitario de imponer su capricho minoritario a la voluntad de la inmensa mayoría.
La turba crecida conduce inequívocamente al desastre. Quienes la azuzaron son corresponsables de lo sucedido y de lo que pueda suceder. Cada fascismo ha empezado igual. El principal enemigo de la libertad es el caos.