Turquía: democracia islámica o emboscada al racionalismo
Para entender este escenario mundial en el que actualmente domina la atención hacia los países árabes y musulmanes es necesario que miremos a nuestro socio de la OTAN, Turquía.
Las reacciones a las recientes revoluciones árabes del Partido para la Justicia y Desarrollo de Turquía (AKP), actualmente en el poder, con Erdogan en su tercer mandato, parecen improvisadas. Sin embargo un análisis revela que el partido ha sabido compaginar la política interior turca con los intereses regionales como las grandes potencias deben hacer.
El 12 de Junio, en su victoria, Erdogan mostraba su visión en política exterior al decir “Creedme, Sarajevo gana hoy tanto como Estambul, Beirut tanto como Izmir, Damasco tanto como Ankara; Ramallah, Nablus, Jenin, the West Bank, Jerusalem tanto como Diyarbakir.
La política exterior no puede quedar al margen del pensamiento musulmán del partido y sus votantes, pero también es cierto que la influencia del secularismo político de Kemal Attaturk aun está presente.
La diplomacia turca, como la acción militar, se ha caracterizado por la firmeza, pero Ahmet Davutoglu ministro de AAEE, con la finalidad de ganar confianza y credibilidad, se puso como meta, cero problemas con sus vecinos y se puede decir que gracias a su política, está consiguiendo el liderazgo árabe aunque persista cierta desconfianza occidental por sus acercamientos iniciales a Irán y Siria y su claro apoyo a los palestinos.
En Túnez las muestras favorables a la protesta no se hicieron esperar desde el AKP, comparando la protesta tunecina contra Ben Ali, presidente dictador de una secularizada república Islámica, con su lucha contra sus oponentes, los seguidores de Attaturk, partidarios de un estado secular. Y otro tanto ocurrió con Egipto y Mubarak que controló firmemente al partido de los Hermanos Musulmanes.
Turquía trata de ser un modelo exportable de democracia islámica a nivel mundial, con libertad, transparencia, derechos humanos e igualdad de género, aunque quizás con la “flexibilidad” para cambiar su apoyo a los autócratas o girar 180 grados.
En lo referente a Libia las actuaciones de Turquía han sido muy medidas buscando equilibrar valores y política, algo que no siempre ocurre en esa conocida curva ondulada que representa el peso de las políticas interior y exterior. Algo que le ocurre a Estados Unidos y que cada vez más afecta a las democracias occidentales inmersas en los procesos electorales.
Turquía, como España, ha sido un importante socio económico de Libia por lo que condenar el régimen de Gadafi no parecía fácil, al menos inicialmente, teniendo en cuenta que más de 20.000 turcos vivían en Libia al inicio de las protestas y que había que evacuarlos sin añadir riesgos. Pero, a diferencia de España, ha mantenido más abiertas las puertas para hablar con ambas partes lo que es un mensaje de solidez hacia sus otros socios.
Aunque esta posición inicial haya sido criticada por los rebeldes libios, olvidada la dureza del imperio otomano, los valores culturales comunes les unen con más fuerza que a las potencias occidentales. Prueba de ello es que Erdogan en un giro de 180 grados ha terminado por apoyar la operación de la OTAN y recibir al líder de los rebeldes Mustafa Abdul-Jalil en Ankara. Este giro, por su situación como país musulmán dentro de la OTAN, sin duda tendrá para Turquía grandes beneficios dentro y fuera de la OTAN.
La reciente reunión en Estambul de los ministros de exteriores para la guerra en Libia es un espaldarazo al régimen, que se suma al aumento de peso específico en las conversaciones de paz entre Palestina e Israel. El acierto o no de este espaldarazo podrá verse, como ocurrió con Yalta o Indochina, dentro de unos años.
El problema con Siria se parece al de Libia, pero hay diferencias de posicionamiento internacional. Los kurdos, a caballo entre Turquía, Irak y Siria, tuvieron santuarios del PKK en estos dos últimos países.
Cambiado el régimen iraquí, y como ha ocurrido en otros países, el régimen sirio pretendió aprovecharse para mejorar su frontera y accesos al agua a cambio del control del PKK. El problema kurdo sigue siendo una asignatura pendiente del Gobierno turco.
La influencia ganada en las relaciones con Siria durante los gobiernos islámicos turcos no sirvió para lograr que se iniciaran las reformas para calmar las protestas. El empeoramiento de la situación y la llegada de miles de refugiados sirios a Turquía trajeron críticas a Assad y sus apoyos en Teherán. Consideradas estas críticas como traición por los implicados de un lado, en el otro lado han servido para ganar confianza ante Estados Unidos siempre influenciado por Israel.
Esta situación parece ha abierto a los gobernantes turcos un camino entre las dictaduras laicas y la islámicas de países de población musulmana. El secularismo turco ha perdido fuerza como consecuencia del modelo materialista europeo vivido por sus inmigrantes y considerado decadente al perder los valores de la Cristiandad hoy llamada Europa.
Quedan aun por ver en Turquía: cómo evoluciona su posición con el régimen Iraní; cómo mejoran sus relaciones con Grecia, que necesita ahorrar en compras de armamento para su economía; cómo se solucionan los problemas de transporte energético; cómo evoluciona su influencia en las antiguas repúblicas soviéticas; qué reciprocidad existe con otras religiones y qué derechos de verdad se otorgan a las mujeres.
Mientras tanto, y al igual que su diplomacia, nosotros “Wait and See”, sin precipitaciones.