Mientras Occidente apoya la revuelta “democrática” en Túnez, miles de tunecinos reciben al líder islamista Rachid Ghanuchi tras 22 años en el exilio
Atronaron las voces de miles de simpatizantes cuando a la una de la tarde Rachid Ghanuchi, líder del movimiento islamista En Nahda, apareció ayer en la sala de llegadas del aeropuerto de Túnez. Lloraban algunos hombres y mujeres. Veintidós años de exilio en Reino Unido llegaban a su fin, y Ghanuchi proclamaba: “¡Oh, gran pueblo que ha impulsado esta bendita revolución, continuad vuestra revolución, preservadla y traducidla en democracia, justicia e igualdad”. “Dios es grande”, rugía la enfervorecida e incontenible multitud, que desbordó el cordón humano que los fieles musulmanes trataron de montar para permitir el paso del dirigente. El regreso del respetado intelectual, de 69 años, es el hito que restaba para iniciar una transición política que acaba de germinar, y que está sembrada de riesgos.
No más de 300 partidarios esperaron a otros líderes políticos en el aeródromo cuando aterrizaron días atrás procedentes de Francia. La presencia de unas 5.000 personas, buena parte de ellas mujeres que vestían hiyab, es señal de la fuerza e implantación social de esta organización. Ya no tienen los hombres que afeitarse la barba, ya no necesitan las mujeres quitarse el velo para lograr que se paguen sus salarios, como hace pocos años.
Apaleados, torturados, y a menudo asesinados durante décadas -Habib Burguiba, predecesor del defenestrado dictador Zine el Abidine Ben Ali, tampoco fue una hermana de la caridad con los islamistas-, los religiosos pudieron ayer expresarse con total libertad. “El pueblo musulmán no se rinde”, “nuestra lucha continúa”, gritaban alborozados y haciendo la señal de la victoria. “Aquí hay cantidad y calidad”, apuntaba Habib Rebai, un profesor castigado a dos años de prisión en 1991. A pocos metros, 20 personas no escondían su inquietud en un país educado durante medio siglo en el laicismo oficial. “Sí al islam, no al islamismo”, rezaba la pancarta de una de las mujeres que se habían pintado bigotes y barbas para expresar su temor a que En Nahda trate de imponer una agenda extremista. Los portavoces del partido juran que no tienen esa intención.
Por el contrario, prometen que su pretensión no es cambiar el estatus legal de la mujer en Túnez, que respetarán la Constitución y que no se presentarán a las elecciones presidenciales que se celebrarán después de las legislativas, aún sin fecha fijada. “La democracia no puede establecerse sin consenso nacional”, enfatizó Ghanuchi, quien ha asegurado que no ambiciona cargo oficial alguno. “Nuevas generaciones cualificadas deben asumir esas responsabilidades”, aseguró desde Londres la víspera de su partida.
En Nahda, que todavía carece de oficinas, seguirá muy probablemente el patrón ya puesto a prueba por Hezbolá en Líbano o por Hamás en Palestina: trabajar con los más desfavorecidos. Cantera no falta. Fundado en 1981, el movimiento tunecino pudo concurrir a las elecciones de 1989, y cosechó excelentes resultados: el 17% de los votos, aunque los expertos aseguran que el habitual fraude masivo -Ben Ali llegó a superar en algunos comicios el 99% de los votos- falsificó su verdadera implantación.