La borrasca y la hojarasca de 1978
Ayer, el parte meteorológico señalaba borrasca al norte y al oeste. La borrasca nos cogía, como siempre, de medio a medio. Sin embargo, esta borrasca no llega ni a simbólica en lo que a la política y la economía se refiere, aunque no faltan políticos, periodistas, financieros, tertulianos y hasta militares que interpretan la crónica de España en base a su propia feria. España, como le ocurriera hace 74 años, ha perdido la batalla de la democracia aunque algunos traten de ganarla por otro método al usual. En ello les va su propia supervivencia económica, aún a costa de la de un país que ha sido condenado a servirles de coartada para la perpetración de sus incontables fechorías en el orden legislativo, judicial y ejecutivo. Esto, naturalmente, tiene sus derivaciones en la calle y en las áreas de poder.
Y no solo es esto. Discutamos el derecho del Estado a gravar con impuestos a sus ciudadanos cuando esos impuestos no son éticamente defendibles, cuando sirven para el sostenimiento económico y sanitario de los ilegales y no para el bienestar de los nuestros. Discutamos todo eso y discutamos también el derecho o no a que objetemos nuestra colaboración al mantenimiento económico de un sistema que es ya fuente de problemas y no caudal de soluciones.
Los políticos de la partitocracia española son también parte de esos problemas al embarcar a España en una aventura constitucionalista sin establecer los límites que no deberían haber sido sobrepasados. No esperen los lectores que esa casta admita los errores cometidos en nombre del sistema, desde un sistema de administración territorial que ha avivado las tensiones centrífugas a una escandalosa reversión de la cultura y la raza españolas en algunas de nuestras regiones más emblemáticas. Malos cestos y peores mimbres. ¿Cómo confiar en que esa casta reniegue de su propia obra?
Sin embargo, uno opina modestamente que cada cual busca sus propias soluciones a sus propios problemas, y que lo mejor no es atender a lo que ocurre en heredades ajenas, sino cuidar más la propia. El afán de plagio que caracteriza a nuestra opulenta casta le lleva a imitar todo lo malo con tal de seguir cobrando sus buenos royalty de este sistema de teórica participación electoral.
Ni las elecciones ni las rebeliones son buenas por sí mismas. Cada pueblo, en función de sus necesidades, elabora su propio sistema de supervivencia, de convivencia y de futuro. Algo que los constitucionalistas de 1978 no supieron ni quisieron tener en cuenta.