Miedo a la libertad en el Valle de los Caídos
Sólo el miedo a la libertad puede explicar lo que está aconteciendo con y en la Basílica de Santa Cruz del Valle de los Caídos. La decisión del gobierno, implementada por el nuevo vicepresidente/portavoz/jefe de los guardias Pérez Rubalcaba, de prohibir a los fieles entrar en la Basílica para oír la Santa Misa, poniendo fin así al débil formalismo que aún mantenía abierto el Santo Lugar, donde reposan miles de católicos, varios de los cuales han ascendido a los altares tras culminar los procesos de beatifiación, tomada en coincidencia con la visita del Santo Padre a España, es la prueba evidente de que éste gobierno lo que más teme es precisamente la libertad.
No existen referentes en el mundo occidental de que un gobierno ordene a sus fuerzas de seguridad impedir a los católicos el acceso a la Santa Misa; no existen referentes en el mundo occidental de que un gobierno, que no pude prohibir un oficio religioso, decida que el culto sólo es posible en las catacumbas. Sólo las dictaduras comunistas han operado de tal forma y lo han hecho, fundamentalmente, por el miedo a la libertad.
Ha sido la izquierda durante años la que ha vendido que todas las aparentes limitaciones que el hombre asumía en virtud de sus creencias eran fruto del miedo a la libertad; y ahora es esa misma izquierda la que demuestra que frente a la libertad, aunque esté encarnada por unas decenas de hombres y mujeres que acuden a una Misa, sólo cabe recurrir a la violencia coercitiva y aparentemente legal del Estado.
Conviene que no confundamos los hechos. En el Valle de los Caídos se está librando algo muy distinto y distante a la imposición de la mal llamada “memoria histórica”. Bajo esa apariencia, con esa excusa, lo que se está haciendo es utilizar el Valle de los Caídos como un elemento más de la lucha que el laicismo radical de la izquierda tiene abierto contra la Iglesia Católica. Se recibe al Papa pero al mismo tiempo, como gesto, para dar carne a las fieras iconoclastas, se prohíbe acceder a Misa en un lugar simbólico. ¿Advertencia, venganza, contestación?
El gobierno, digno émulo de las dictaduras comunistas, que ha situado a un aprendiz de tirano, a un demagogo manipulador, como hombre fuerte, ha violado con su decisión derechos fundamentales. En ningún país democrático, en ningún país libre, es posible prohibir a unos ciudadanos que acudan a un oficio religioso. Todas las constituciones establecen que nadie puede ser discriminado o perseguido en función de sus creencias religiosas y que, por tanto, a nadie se le puede privar del derecho de acceder a un templo. Es más, es obligación del Estado asegurar que esas prácticas son posibles. Si el gobierno lo ha hecho, violando la libertad, es por que sabe a ciencia cierta que, salvo acciones aisladas de los ciudadanos en defensa de sus derechos, nadie va a mover un dedo por defender la libertad para el culto en la Basílica del Valle de los Caídos.
Dice el artículo 16 de la Constitución Española: “Se garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto de los individuos y las comunidades, sin más limitación que la necesaria para el mantenimiento del orden público protegido por la ley”. Pero la Constitución Española hace mucho que no es más que un papel mojado sobre el que se cisca con total impunidad el actual gobierno. Lo acontecido en el Valle de los Caídos es una prueba de ello: primero se limita el acceso, después se violan las tumbas y, finalmente, se impide asistir a la Santa Misa que la Comunidad tendrá que realizar en una Iglesia vacía.
Frente a todo el poder del gobierno y todo el silencio de la oposición sólo queda la actitud decidida y enérgica de unos monjes que han decidido celebrar la Santa Misa, mientras les dejen hacerlo, al aire libre a las puertas del Valle de los Caídos todos los domingos, llueva o nieve, para recordar que, por encima de la publicidad oficial y de los carteles de bienvenida al Santo Padre aprovechando el tiempo electoral, “hoy vivimos tiempos difíciles para la fe en España” y que, esas misas a la intemperie recuerdan, como se dijo en la homilía, las “del Beato mártir Jerzy Popieluszko en la Polonia de los años ochenta”, cuando aún latía el aliento corrupto de las dictaduras comunistas.