Hoy volvemos a lo mismo, al tiempo de los escarabajos
Al estudiar el pasado siempre me llamó la atención el carácter siniestro y absurdo de las dos repúblicas. Recoge Lerroux en algún escrito un dicho de la Restauración: “No todos los republicanos son canallas, pero casi todos los canallas son republicanos”. Lerroux fue uno de los republicanos más esforzados, fue quien convirtió el republicanismo en un movimiento de masas a principios del siglo XX, y tuvo ocasión de señalar en sus memorias las intrigas y odios feroces en su propio movimiento, sin excluir incitaciones a asesinarle. Tendencia a la algarabía, la maniobra ruin o la corrupción si llegaba la oportunidad.
Esa tradición pareció cambiar a principios de los años 30, cuando muchos de los principales escritores del país cobraron afición a la república, aportándole una especie de seriedad intelectual. Ortega y Gasset, uno de los más descollantes, quiso convertir a Cambó a la fe republicana, pero el catalán, buen conocedor del paño, le replicó que del nuevo régimen sólo podía esperarse una era de convulsiones. Ortega, furioso, se marchó dando un portazo, y poco después firmaba, con Marañón y Pérez de Ayala, un manifiesto antimonárquico que tuvo extraordinaria influencia sobre la opinión y valió a los tres el apelativo “Padres espirituales de la República”.
Vale la pena recoger las opiniones de dichos padres espirituales, sólo seis o siete años después, sobre el régimen que tanto habían ayudado a traer. Ortega criticaba ácidamente la frivolidad de los intelectuales extranjeros firmantes de adhesiones a una imaginaria democracia española de la que ignoraban casi todo. Pérez de Ayala escribía con dureza más directa contra los republicanos: “Cuanto se diga de los desalmados mentecatos que engendraron y luego nutrieron a sus pechos nuestra gran tragedia, todo me parecerá poco. Nunca pude concebir que hubieran sido capaces de tanto crimen, cobardía y bajeza”; “En octubre del 34 tuve la primera premonición de lo que verdaderamente era Azaña”.
Marañón expresa incluso más vívidamente sus sentimientos: “¡Qué gentes! Todo es en ellos latrocinio, locura, estupidez. Han hecho, hasta el final, una revolución en nombre de Caco y de caca”; “Bestial infamia de esta gentuza inmunda”; “Tendremos que estar varios años maldiciendo la estupidez y la canallería de estos cretinos criminales, y aún no habremos acabado. ¿Cómo poner peros, aunque los haya, a los del otro lado?”; “Horroriza pensar que esta cuadrilla hubiera podido hacerse dueña de España. Sin quererlo siento que estoy lleno de resquicios por donde me entra el odio, que nunca conocí. Y aun es mayor mi dolor por haber sido amigo de tales escarabajos”.
Y así sucesivamente. No menos significativas son las continuas invectivas de Azaña, rebosantes de amargura y despecho hacia los “botarates”, “incapaces” o “loquinarios” que, a su juicio –y los conocía bien, bastante mejor que a sí mismo–, componían los cuadros de mando del republicanismo. Capaces solo de una política tabernaria, de amigachos, incompetente, de codicia y botín sin ninguna idea alta». Las memorias de otros dirigentes de entonces tienen parecidos tonos. (En LD, 13-4-2o05)
¿Cómo es posible que estemos volviendo a lo mismo? Muy sencillo, porque estas frases son desconocidas para la inmensa mayoría. Porque la historia la han falsificado a fondo los herederos de aquellos estúpidos y canallas escarabajos, que ahora están en el poder, haciendo con él lo que siempre han hecho. Porque quienes tenían el deber de oponerse han obrado como sus auxiliares y la historia ha pasado en balde, sin permitir la experiencia. Mientras los auxiliares de los escarabajos «miran al futuro».
Me parece que don Pio peca de ingenuidad cuando dice “¿Cómo es posible que estemos volviendo a lo mismo? Muy sencillo, porque estas frases son desconocidas para la inmensa mayoría”. Para mí el mejor analista del alma hispana es Machado, y él sabía que a nuestro pueblo la verdad le da lo mismo, que somos una caterva de resentidos, y que la mayoría sólo está dispuesta a embestir y no a pensar, seguramente por culpa de nuestra mediocridad. Tal vez el resto de las sociedades sea parecido, de hecho Europa se está desmoronando, pero tengo la sensación de que nosotros… Leer más »
Todas estas bajas pasiones como el rencor, el resentimiento, la envidia, las causa muchas veces un complejo de inferioridad. Y su consecuencia es La falta de seguridad en uno mismo, caldo de cultivo perfecto para la mediocridad.
Sí, sí… para que luego Ortega, ante la hecatombre que se estaba presenciando, viniera con aquello de ” no es eso, no es eso”…¿Se quedaría tan ancho? No sé no sé…
Se supone que una persona inteligente es la que es capaz de llegar a conclusiones sin necesidad de esa experiencia que para eso precisamos toso los demás. Y es que sin que la acompañe la humildad,única forma de llegar a la verdad, no es raro que se dé la catástrofe. Incluso es lo habitual.