Moscú (II) La urbe imperial
La impresión más fuerte de Moscú es la de una ciudad imperial, con sus pros y sus contras. El poder se siente allí a flor de piel, por así decir. Se percibe en el propio Kremlin y la Plaza Roja, pero no menos en las grandes avenidas, amplios espacios y edificios oficiales que proliferan por el centro. Edificios con afán de monumentalidad y en los que no falta, incluso en muchos de época soviética, cierto deseo de armonía y embellecimiento, tan en contraste con los vulgares estilos funcionales extendidos por Europa del oeste después de la SGM. Hasta en el metro se manifiesta esa peculiar sensación: estaciones monumentales, escaleras mecánicas larguísimas, que parecen bajar a los infiernos (en previsión de bombardeos, parece ser), andenes y trenes muy largos, con vagones que recuerdan a vehículos militares y que pasan cada minuto y medio, a grandes velocidades y haciendo un ruido casi de guerra… Ese toque imperial le llega a la ciudad desde muy antiguo (“la tercera Roma”), pero fue en la época soviética cuando alcanzó su forma más completa y opresiva: Moscú debía iluminar el mundo entero con el mensaje supuestamente liberador del comunismo.
Por contraste, Madrid, antaño capital de un gran imperio, tiene un aire muy poco imperial. En su época gloriosa ni siquiera tuvo catedral ni universidad. El poder no se exhibe en grandes edificios, si exceptuamos el Palacio Real, que nunca estuvo aislado por murallas; y el de la Puerta del Sol que concentró durante muchos años el poder práctico (ministerio de Gobernación) no deja de ser un caserón de poco fuste y casi simpático y sin historias de terror. Podría comparársele con la sede del antiguo KGB (con otros nombres diversos) y hoy del FSB en la plaza Lubianka. Este es un palacio de cierta belleza y distinción externa cuyo interior guarda, en cambio una historia de auténticos horrores.
También la sede de las Cortes es una construcción modesta y de cierto valor artístico (muy empeorado por su ampliación en tiempos de Felipe González, que le da un vago aire carcelario con sus ventanucos), comparado con el actual edificio de la Duma, enorme y contundentemente feo, en contraste con otras sedes políticas de la ciudad, empezando por el propio Kremlin.
Capitales con estilo imperial hay otras: Washington, por ejemplo, con sus vastas sedes neoclásicas y en particular con el enorme obelisco, reminiscencia egipcia que parece concentrar los rayos de una inmensa decisión de poder. También París es una ciudad imperial, aunque con un conjunto más armónico que Moscú, que en su escasa armonía recuerda a Madrid, donde al lado de lugares de verdadera belleza se encuentran repelentes bodrios. Tampoco Londres da esa fuerte sensación “imperial” de las otras . La recuerdo con un centro monumental relativamente pequeño, sin grandes avenidas y rodeado de una extensión enorme de pequeñas casas casi todas iguales o muy parecidas, de ladrillo rojizo o negruzco, un poco lúgubres pese a la abundancia de jardincillos. En lo cual no dejaba de haber cierta armonía. Eso era hace muchos años, y ahora veo fotos o documentales en que la masa del caserío está salpicada por rascacielos de belleza discutible. En todo caso, el poder allí, como en Madrid, se exhibe poco, parece más bien deseoso de disimular su fuerza por lo demás indudable.
Ello aparte, Madrid ha perdido por completo cualquier ímpetu imperial, sustituido por una vocación de satélite. Ímpetu o espíritu que no han perdido Washington, Londres, incluso París, y que Moscú parece ir recuperando después de unas décadas de sensación humillante de fracaso.
Otro rasgo por así decir imperial de Moscú es su espectacularidad: seguramente la capital más espectacular de Europa, realzada este año por el parque Zariade, con sus gradas a modo de teatro al aire libre, llenas de gente que escucha actuaciones musicales o contempla las puestas de sol; y su mirador en forma de paseo elevado de líneas elegantes que parece adentrarse algo sobre el río Moscova y por el que discurren multitudes haciéndose y haciendo fotos del conjunto fantástico de torres, cúpulas, iglesias, palacios y edificaciones hermosas en dirección a la iglesia de San Basilio, el Kremlin y mucho más allá a lo largo del río. El año pasado la zona era un enorme socavón, y antes un enorme y horrendo hotel soviético. Gran parte de la ciudad se encuentra en obras.
Aunque muchos niegan la realidad del Volksgeist, el espíritu particular de cada pueblo, creo que existe, y una de sus manifestaciones más claras consiste en el carácter de sus capitales, tan distintas las de unos y otros países.
Obviamente, tomadas las personas una por una todos somos muy parecidos y en todas partes se encuentran los mismos tipos morales, buenos y malos; pero la interacción popular da ese aire particular a las poblaciones y a sus culturas. Rusia ha sido y sigue siendo una potencia imperial, pese a su declive económico y político. En la retórica oficial nunca ha agredido a otros pueblos, sino que ha respondido a agresiones con resultado final de expansión. Así habría sido con los mongoles, turcos, germanos, suecos, polacos, franceses o alemanes. En parte es cierto, pero no lo son menos sus impulsos ofensivos y expansivos, su mesianismo de III Roma. La SGM vendría a ser allí el último episodio de una contienda de siglos entre germanos y eslavos.
En otro orden de cosas, pudimos ver en televisión las manifestaciones en diversas ciudades a favor de Navalni y contra Putin, en víspera de la proclamación de este. Con su retórica quizá demasiado occidentalista, Navalni recuerda a muchos la época de Yeltsin, de desorden, pobreza y denigración de la propia Rusia supuestamente en nombre de la democracia, y Putin ha anunciado que no permitirá tal cosa. Navalni está acusado de delitos probablemente ficticios para impedirle presentarse a las elecciones, aunque su partido es legal y considerablemente organizado, como demuestra su despliegue en la calle. Las televisiones concedieron mucho espacio a las manifestaciones, que en Moscú fueron bastante nutridas, aunque no masivas. La policía se interponía y dividía a los manifestantes, pero no vimos ninguna carga. Un guardia con un altavoz se dirigía a “los respetables ciudadanos” para advertirles de que su actuación era ilegal y no debían cortar el paso a los demás. Otros manifestantes gritaban consignas o increpaban a los policías. Estos, de vez en cuando, detenían a alguno, no sé con qué criterio. En Moscú parece que fueron unos trescientos y otros cientos más en el resto del país. Por el modo de actuar, más bien suave, parece probable que hayan sido pronto puestos en libertad con multas. Los gritos eran “¡Putin no es nuestro zar!” “¡Rusia será libre!” “¡Vergüenza!” y similares.
Los periodistas entrevistaban a manifestantes que atacaban a Putin o afirmaban que no había libertad. Uno se quejaba de “la triste Rusia que no se europeiza”. También salían paseantes que apoyaban a Putin. Una anciana manifestante se quejaba de la miseria de su pensión, y un joven decía que exageraba. El periodista preguntaba al joven si conocía la pensión mínima, y este la cifraba en el equivalente a cien euros, pero que trabajando duro se vivía bien. La realidad es que se ven por las calles a viejecillas mendigando o intentando vender cosas poco útiles. Pueden ser viudas de guerra, que perciben una pensión realmente miserable. Los sueldos son bajos, pero han ido mejorando en estos años y en compensación hay muy poco paro. Se ven grupos de indigentes alcoholizados, generalmente viejos o envejecidos, como en Madrid y otras muchas ciudades. Recuerdo la primera vez que fui a Londres, los indigentes de Hyde Park y otros puntos, con su tremenda miseria: nos llamaban la atención porque la sociedad inglesa era más rica que la española, pero en España no se veían tales espectáculos, y la mendicidad había casi desaparecido. Hablo de 1965.
Los antiPutin también criticaban la corrupción, sin duda extendida, aunque no sé si España o Francia, por ejemplo, pueden darle alguna lección en contra. En cuanto a la libertad, una española allí residente comentaba que se sentía más libre que en España, donde ya no podías hablar a favor de muchas cosas ni siquiera con los amigos: “No tienen ni idea de Israel, del franquismo o de Rusia, pero si hablas a favor de eso ya te marginan o resulta muy violento. La televisión les ha dicho que hay que pensar así, y repiten como loros…” “¿Y el alcoholismo?” “Está muy extendido, siempre lo ha estado, tal vez esté en descenso. Putin tiene fama de no beber y eso viene a dar ejemplo…” “¿Los jóvenes hacen botellón?” “No, claro, el alcoholismo aquí, como en los países nórdicos es más bien cosa de soledad, por la depresión que causan tantos meses sin apenas sol…” Una amiga rusa deseosa de ir a España, se extraña de que a la española le pueda gustar Rusia. Otros le dicen: “¿Hay mejor clima aquí? ¿Hay mejores sueldos? ¿Se come mejor? ¿Entonces que es lo que te gusta…?”.
Otro rasgo típico de Moscú es la veneración a sus poetas, escritores y músicos. Todos tienen sus casas museos, sus estatuas o sus tumbas en las que siempre hay flores frescas. Eso también marca un contraste con Madrid, donde el aprecio o el respeto por las grandes figuras españolas es más bien escaso.
La exhibición de poder puede ser peligrosa, ojo. En manos de una persona es peligroso, no en manos de una nación. El populismo siempre es malo.
hablando de que en españa no habia mendigos ,conoci a manolo ,teresa manolito y jorge ,cuando murio franco empezaron a hacer gestiones para regresar jorge estaba fuerte pues todos los dias hacia pesas en su casa ,bueno debido a los cuentos de su mama cuando la guerra civil ,pues dejo de hacer ejercicios y se sometio a una racion minuscula ,decia que por si pasaba hambre al llegar a españa .,no sufrir , teresa hacia abrigos con tela de una pulgada de grueso ,bueno yo quise que me dejara las pesas pero ya las habian inventariado ,al fin se fueron… Leer más »