Por Laureano Benítez Grande-Caballero.- Soy de los que piensan que muy frecuentemente se puede encontrar un mito clásico para cada circunstancia importante de la vida, y también para los momentos históricos más importantes de una nación o civilización.

Por ejemplo, la España democrática nacida en el año 78 con la Constitución tiene, a mi entender, su plena expresión en el mito de la Caja de Pandora, una especie de jarra o ánfora donde estaban encerrados todos los males de la humanidad, la cual regaló Zeus a Pandora, con el fin de vengarse de los mortales debido al robo prometeico del fuego de los dioses. Epimeteo, marido de la tal Pandora, le advirtió de que no aceptara ningún regalo de parte del dios, pero su mujer ?por aquello de la eterna curiosidad femenina? no hizo caso de su advertencia, abrió la caja, y un sinnúmero de catástrofes cayeron sobre los mortales. Lo único que quedó dentro fue la esperanza, de ahí que ésta sea lo último que se pierde.

O sea, que ahí tenemos a la «Constitución de Pandora», pues desde que se abrió esa «caja de los truenos» ?otro nombre para la Caja de Pandora?, se han abatido sobre nuestro país las 10 plagas y alguna más, que son del conocimiento de cualquier patriota.

Una de las plagas fue ?como dije en un artículo anterior? el advenimiento de una generación «blandiblú», agilipollada, muestra de la degradación que nuestra raza ha sufrido con la «libertad y el progreso» de los tiempos democráticos, debilitada además por un consumismo hedonista y un apocalíptico y embrutecedor lavado de cerebro.

En esta generación se integran los hijos de la LOGSE, de la escuela laica que extirpó a Dios de sus vidas: son bisnietos del 36, nietos de la movida hippie y del mayo del 68. Todos hijos de la democracia.

Debido a mi larga experiencia como profesor, puedo afirmar que conozco bien la naturaleza y las características de la juventud que se incubó en las progrefactorías de la escuela laica implantada por los gobiernos sociatas. Es más, también puedo aseverar que he sido testigo de la perniciosa evolución que ha tenido lugar entre los jóvenes desde el año 75 ?justo el año en el que empecé mi carrera profesional, qué coincidencia? hasta la actualidad.

Digo perniciosa porque no hay que ser psicólogo, ni sociólogo, ni educador para comprobar que, a medida que iban pasando los años y las décadas, los jóvenes se han ido haciendo cada vez más inmaduros, ingresando cada vez más tardíamente en la edad adulta, pues lo que se conoce con el nombre «edad del pavo» se ha prolongado desde los 12 hasta los años finales de la veintena. Y, con el pavo, viene inevitablemente el blandiblú.

A la «edad del pavo» se la conoce en el ámbito de la psicología bajo el nombre clínico de «Síndrome de Peter Pan», que se aplica al supuesto adulto que nunca acaba de crecer, debido a un persistente infantilismo que le hace expresar ciertos rasgos psicológicos y sociales típicos de la inmadurez: narcisismo, irresponsabilidad, rebeldía, cólera, arrogancia, manipulación, poca resistencia a la frustración, y la firme creencia de que está por encima de las leyes de la sociedad y de las normas por ella establecidas.

La causa principal de este fenómeno es la sobreprotección con la que los progenitores pretenden educar a sus hijos, actitud que produce en ellos un claro infantilismo, pues le exime de tener que asumir en edades tempranas un conjunto de responsabilidades, de esfuerzos y sacrificios que son los que maduran el carácter y marcan la entrada en la vida adulta.

La sobreprotección es a su vez una consecuencia de una alarmante falta de autoridad, que se extiende a todos los estratos de la sociedad

A estos «peterpanes» también se les puede adjudicar el nombre de «los reyes de la casa», pues muchos jóvenes ?considerándose merecedores de toda clase de atenciones y privilegios? están demasiado acostumbrados a que se les mime y se les dé todo hecho, porque la sobreprotección parental tiene como objetivo ahorrarles esfuerzos y sacrificios, evitándoles frustraciones.

Esta sobreprotección es a su vez una consecuencia de una alarmante falta de autoridad, que se extiende a todos los estratos de la sociedad, pero que implanta sus semillas más venenosas en los ámbitos de la educación y de la familia.

Este déficit educativo producido por la tendencia al abandono de que son víctimas por parte de sus progenitores produce en los jóvenes una falta de normas y de valores, una rebeldía crónica ante cualquier obediencia a que se les quiera obligar, porque una de las características que más definen a los «peterpanes» es la enorme dificultad que experimentan a la hora de aceptar normas ?quizás el mayor rasgo social que define la vida adulta?, pues cualquier ley que no les gusta les parece una imposición fascista, adjetivo con el que también califican a todos los que se oponen a sus intereses y sus necesidades. ¿Les suena de algo esta actitud, si la aplicamos a algunos movimientos del panorama político español?

Son «peterpanes», sí, pero también ?aunque parezca paradójico? son cuervos, criados en las factorías democráticas del globalismo para que nos saquen los ojos, pues su blandenguería ante la vida va unida a una actitud general caracterizada por la mala educación, y a una clara tendencia antisistema, cuya motivación obedece a la incapacidad que tienen estos jóvenes para aceptar las normas, las leyes y ordenamientos que tiene cualquier sistema.

Conozco bien a estos cuervos, porque he visto a muchos de ellos durante los 35 años que ejercí de profesor. Al comienzo, los alumnos se cuadraban ante el profesor, le hablaban de usted, le traían regalos de la huerta de sus progenitores, se levantaban cuando entraba en el aula, le trataban con deferencia y le miraban como a alguien que tenía los galones bien puestos.

Pero fueron pasando los años, y llegaron las irreverencias, las faltas de respeto, el tuteo, los profesores liberales y democráticos que eran amigos de ellos, que les consentían todo y les reían sus gracias, no fueran a frustrarles y crearles traumas freudianos… Y comenzaron a destacar los mediocres, los chulos, los mafiosillos, los disruptivos, que boicoteaban las clases sin que se pudiera hacer nada, ante la enorme burocracia que suponía ponerles de patitas en la calle. Fue así como se hicieron los líderes, pastoreando borregos amedrentados, haciéndose los amos del poblado, siguiendo la máxima que dice: «Échate al cuello un cencerro, y te seguirá todo el pueblo».

Es así como surgió la generación de maleducados, formada por individuos que, además, eran incapaces de someterse a una disciplina, de obedecer una norma por simple que fuera: para ellos la obediencia es fascismo, la disciplina es fascismo, el respeto es fascismo… Acostumbrados a hacer su santa voluntad por una familia permisiva, por una educación «democrática» y una sociedad acomplejada por no parecer fascista, se maleducaron pensando que palabras como esfuerzo, sacrificio, dignidad y honor eran patochadas para gente estúpida y trasnochada.

Imbuidos de utópicos sueños infantiles, estos «pavos» todavía creen en los mesías que, como si fueran reyes magos, prometen llevarles a una tierra de leche y miel, a una tierra llamada «Nunca Jamás» donde podrán vivir sin dar un palo al agua, de subvención en subvención, de ayuda social en ayuda social, ya que muchos de ellos son incapaces de buscar el sustento, por lo que suelen agruparse bajo el nombre de «Juventud sin Futuro», u otras lindezas parecidas, mientras suspiran por dar el braguetazo agarrando algún cargo político en las ínsulas Baratarias de nuestra Patria, para lo cual no dudarán en sacarse el carnet de antisistema.

Esta «generación de los peterpanes» ha disparado estrepitosamente el número de «ninis», cuyo porcentaje en España ? en la franja que va entre los 15 a los 29 años? es del 22,7%, siendo superados sólo por Turquía, Grecia e Italia.

Y adivinen a quiénes votan mayoritariamente esos «ninis», hasta más allá de la treintena, cuando la tendencia izquierdosa ya debería empezar a hacer aguas, enfrentada a la cruda realidad de un mundo que nadie puede cambiar, y al descubrimiento ?como se descubre la falsedad de los Reyes Magos? de que no existen los salvapatrias, ni los «cambios», ni los «gobiernos de progreso».

Y ahí están, los hijos de la democracia, los habitantes del país de «Nunca Jamás», de una «Disneylandia black»: arrogantes, narcisistas, tramposos, perdonavidas, maleducados, irresponsables y esperpénticos reyezuelos que se creen los únicos detentadores de la verdad, con patente de corso para avasallar, insultar y amenazar, porque para eso son los más Zumosol; que se creen con derecho a desobedecer leyes y normas que no les gustan, porque para eso son los más chulos de la manada; que odian a los que medraron más debido a su mayor dedicación al estudio y al trabajo.
Otros son niñatos progres, revolucionarios de botellón, grotescos milicianos aburguesados, que juegan a ser «chésguevara» para dar un sentido al vacío cósmico que experimentan en sus vidas, para salir del intolerable aburrimiento de una vida sin ideales, sumida en la náusea, en el absurdo; para presumir de subversivos contra un sistema que les mima y les protege, y a cuyos privilegios no están dispuestos a renunciar.

Ni a sus diversiones, porque estos cuervos de Pandora que aletean en los cielos de España subidos al trueno progre y a la movida antisistema exprimen al máximo todos los ámbitos que el sistema que tanto odian les ofrece para lobotomizarlos, desde el castizo botellón, hasta las orgías de drogadicción.

Añádasele esta sombría realidad la proliferación de holocaustos zombies, jalouines, pokemones, carnavales, orgullos, etc., y la adicción por unos juegos cibernéticos totalmente carentes de cualquier valor, y el resultado final arroja inevitablemente la tremenda realidad de una raza que ha degenerado, que se ha desvirtuado.

En estos cuervos tienen sus caladeros los movimientos antisistema, que los adoctrinan en el guerracivilismo, el antiespañolismo, la cristianafobia, el odio, el revanchismo, la intolerancia, la blasfemia, la falsedad, la hipocresía, la manipulación, la identidad de género, la agresividad, el cainismo, el neocomunismo…Y aquí los tenemos: ateos, abortistas, antiespañoles, zarrapastrosos, ineptos, malencarados, maleducados, perrofláuticos, grotescos… puro esperpento.

Es bien sabido que el voto joven suele ir a la izquierda, por aquello de que esa tendencia política, al pretender subvertir el orden establecido y «cambiar el mundo», expresa mejor la connatural rebeldía juvenil y su ensoñador idealismo. En el fondo, el «voto del acné» tiene en su esencia el afán de rechazar los valores «burgueses» como metáfora de su necesidad de independizarse de sus progenitores aburguesados. Despegándose del mundo paterno y sus valores, cuestionando su autoridad, es como el adolescente pretende adquirir su identidad como adulto.

Esperemos que los cuervos de Pandora reflexionen alguna vez sobre las siguientes palabras del gran Churchill: «El que no es de izquierdas a los 20 años, no tiene corazón; el que lo sigue siendo a los 40, no tiene cabeza».

Y esta España de la democracia, además de su mito, también tiene sus versos. Versos tremendos e inquietantes de García Lorca: «La luna deja un cuchillo abandonado en el aire, que siendo acecho de plomo quiere ser dolor de sangre».

O, mejor aún, esta estrofa adaptada de su «Diwan del Tamarit»:

«Por las veredas de España,
han llegado los perros de plomo;
a esperar que se quiebren nuestros ramos,
a esperar que se quiebren ellos solos»

Sin embargo, lo más sobrecogedor de esta realidad patética es que el futuro hacia el que encamina a nuestra Patria, pues los jóvenes de hoy serán los hacedores de nuestro mañana, de la España futura. ¿Adónde la guiará esta generación, que no ha conocido sino el degradado mundo actual, que no tienen la referencia de los valores tradicionales ?culturales, morales y espirituales? que han regido la civilización occidental desde tiempos inmemoriales?; esta generación, que sólo ha conocido la ideología progre, negadora de los valores que conformaron la España anterior a la Transición, de la cual no tienen ninguna referencia vital, cuyos logros evidentes y su contribución importantísima a la historia de nuestro país ha sido vergonzosamente escamoteada por la ideología progre y laica que nos impuso la democracia; esta generación, que no ha conocido la verdad sobre la España anterior a la Transición, que ha sido demonizada por un alevoso y falsario adoctrinamiento.

Sumidos en una desoladora ignorancia y un laicismo avasallador, es muy improbable que la madurez les aporte la luminosidad de una España que está a punto de perecer, herida mortalmente por la degeneración del proceso democrático engendrado por la Transición.

Sí, la verdad de nuestra Patria solamente la tenemos nosotros, que hemos vivido el tiempo de Franco y el de la democracia, pero ¿qué pasará cuando ya no estemos aquí para contarlo?: «Nadie hablará de la España de antes cuando estemos muertos».