El caso Repsol y el regreso del peor peronismo
Ricardo Angoso.- Ataques a la libertad de prensa, organización de una suerte de Secciones de Asalto al estilo hitleriano -La Cámpora y sus “pacíficos” piqueteros-, exabruptos injustificables contra la comunidad internacional, una defensa de la argentinidad que suena demasiado a una cortina de humo para encubrir los manifiestos errores de siete años de largo (y angustioso también) kirchnerismo y, sobre todo, un populismo pueril y exagerado que ya no convence a casi nadie, pese a que la presidenta ganó ampliamente las últimas elecciones presidenciales, aunque más por deméritos de la oposición que por méritos propios. Ahora, cuando se ha producido esta intervención/nacionalización de Repsol, nadie debería extrañarse; ha rebrotado el peor de los peronismos, el de siempre: intervencionista, nacionalista, populista e incluso violento.
La medida adoptada viene justo cuando el fantasma de la crisis económica se asoma en la Argentina y cuando las quejas contra este país del Cono Sur se acumulan en la Organización Mundial de Comercio (OMC), entre ellas las de China, Estados Unidos, México y la Unión Europea (UE). Parece que el ala más radical del peronismo, que controla su hijo, Máximo Kirchner, a través de La Cámpora, y el que es considerado su ideólogo económico, el influyente y todopoderoso viceministro de Economía, Axel Kicillof, ha conseguido imponerse y condicionar el cambio de rumbo de este peculiar movimiento político hacia posiciones más izquierdistas.
Más allá de la crisis energética, que es constatable, y de supuestamente servir a los intereses patrios, el gesto de la presidenta Cristina Kirchner tiene mucho que ver con el nuevo rostro y espíritu con que trata de impregnar al movimiento peronista la máxima líder, desde luego mucho más alejado del menemismo neoliberal de los noventa y más cerca de los sectores izquierdistas y marxistas con los que simpatizan su hijo y Kicillof. Ni que decir tiene que estos sectores jóvenes del peronismo tienen una tendencia innata a exhibir sin reparos un discurso antiespañol con un cierto tufillo anticolonial, muy en la línea del que mantienen Hugo Chávez y compañía con respecto a Estados Unidos, calificados en su argot como el “imperio” a batir. Esa proclividad, casi pueril, al izquierdismo antiespañol incubado en muchas universidades y escuelas iberoamericanas explica, en cierta medida, el discurso de la presidenta argentina el pasado día 16 de abril, cuando abrió la “veda” para la caza de empresas españolas.
El peronismo siempre tuvo, como casi todos los movimientos totalitarios, una visión del mundo muy cercana a la de los fascismos europeos, en esa lucha amigo-enemigo que desarrolló Carl Schmitt durante el nazismo y que contribuyó a la deconstrucción del espacio liberal en todas sus formas. En su carácter “anti”, plagado de numerosas contradicciones, el peronismo consigue movilizar al cuerpo social argentino superando la tradicional dicotomía izquierda-derecha y construyendo un discurso nacionalista en donde el centro de todo es la argentinidad superadora de todas las diferencias sociales, políticas y económicas. Una auténtica farsa, pero que funciona en la política argentina desde hace décadas y punto.
Frente a una oposición atomizada y dividida, sin un liderazgo claro y cada vez más cuestionada por su escasa concreción programática, tan sólo la figura del jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires, Mauricio Macri, aparece como la única alternativa creíble tras haber derrotado en las urnas al kirchnerismo en las últimas elecciones regionales. Sin embargo, sufre una operación de acoso y derribo desde el poder y la presidenta no le perdona que derrotara en las urnas a su candidato, Daniel Filmus, en los comicios ya reseñados. Macri lo tiene realmente difícil.
Un nuevo proyecto político que aleja a Argentina del mundo occidental
En estas circunstancias, y cuando apenas acaba de comenzar el mandato de la presidenta, los próximos cuatro años que quedan por delante van a definir este nuevo proyecto peronista, ahondarán en la fractura que sufre el país -la derrota de la oposición tuvo más que ver con el desánimo del electorado y la abstención que con un estado de satisfacción generalizado- y quizá la inclusión de Argentina en el campo populista.
Mientras que Brasil, Chile, Colombia y Perú consolidan sus modelos de crecimiento claramente imbricados en la estructura económica internacional, en el caso argentino nos encontramos con un sistema de desarrollo que tiene más que ver con lo intentos de autarquía económica que auspician los países del ALBA -los mal llamados “bolivarianos”- que con la pertenencia al mundo occidental al que hasta ahora había pertenecido este país. No es su universo natural, pero está claro que la presidenta considera que obtendrá una suerte de legitimidad social y réditos políticos para seguir adelante en su proyecto de corte radical y “nacionalismo popular”. La estrategia es, desde luego, cortoplacista, pero no se vislumbra ni en el corto ni en el largo plazo una oposición radical a su cosmovisión del mundo y a sus erráticas políticas.
Conviene recordar que casi todos los medios y cancillerías occidentales han criticado la medida adoptada por la presidenta argentina y se han puesto, al menos retóricamente, de parte de los intereses de España. El golpe causado a la proyección exterior de la Argentina no fue medido por su presidenta, quien en su huida hacia adelante quizá calculó mal los costes o, simplemente, los obvió en aras de agradar a la muchachada peronista que lidera su hijo y que es animada con ardor guerrero desde las columnas de Página 12, una suerte de Pravda en versión austral.
Así las cosas, y con la tensión entre los dos países en alza, España debería reconsiderar su estrategia política y económica no solo para Argentina, sino para todo el continente. La seguridad jurídica de este país en lo relativo a las inversiones extranjeras siempre estuvo en entredicho, sobre todo desde la crisis vivida con Aerolíneas Argentinas y tras la llegada de los controvertidos Kirchner al gobierno. A España le queda todavía el penoso y lento recurso de la justicia internacional, pero no cabe duda de que ya habrá un antes y un después del 16 de abril en nuestras relaciones con Argentina; son muchos intereses los que están en juego y, vista la euforia mostrada ayer por el gobierno argentino y sus simpatizantes, no parece que las cosas vayan a cambiar en el curso de los próximos cuatro años. Comienza una nueva era en las relaciones hispano-argentinas y regresa el peronismo de la peor especie, el del resentimiento hacia el exterior y el del aislacionismo proteccionista en el interior. En definitiva, la vieja tradición que caracterizó al general golpista que dio nombre a su movimiento político y su amante resentida, aquella a la que muchos argentinos veneran y simplemente llaman Evita. Veremos qué pasa, las espadas están en alto.
*Ricardo Angoso es analista internacional, periodista y sociólogo.
Como te equiocas Ricardo: Buscame un diario de Argentina que coloque notas, con la intensiòn de crispar a la gente encontra de españa. Luego muèstrame los foros en donde se ensañen con la nacionalidad española. Idiotas hay en todas partes, pero tù escribes en un medio racista y pretendes nivelar a los argentinos con lo que representa AD. La nota en su conjunto es una mentira, demuestras que desconoces la actualidad del pais y su historia. Me cuesta creer que seas sociòlogo y no interpretes los vaivenes de una sociedad , que se parece mucho a la española. Ojalà españa… Leer más »