Un mensaje de Navidad desconectado del país real
AD.- El tradicional discurso de Navidad del Rey volvió a desplegarse como un ejercicio de solemnidad vacía, más preocupado por preservar la imagen de la institución que por confrontar honestamente la realidad social, política y económica del país. Bajo un lenguaje cuidadosamente aséptico, el mensaje real evitó cualquier incomodidad, confirmando una vez más que la Corona prefiere la neutralidad aparente antes que la responsabilidad moral.
Mientras millones de ciudadanos lidian con la precariedad laboral, el deterioro de los servicios públicos, el acceso imposible a la vivienda y una creciente desafección política, el discurso optó por generalidades tranquilizadoras: apelaciones abstractas a la “convivencia”, la “unidad” y el “respeto a la Constitución”, como si repetir mantras institucionales bastara para suturar las grietas profundas del país. No basta con invocar la cohesión social cuando se elude señalar las causas reales de la fractura.
La insistencia en una neutralidad que nunca es tal resulta especialmente problemática. La Corona no es un actor externo al sistema político, sino una pieza central de él. Sin embargo, el discurso volvió a esquivar cualquier autocrítica sobre el papel de la institución en la crisis de confianza que arrastra desde hace años. Ni una palabra sobre los escándalos que han erosionado su legitimidad, ni sobre la falta de mecanismos democráticos que permitan a la ciudadanía evaluar su continuidad. El silencio no es prudencia: es omisión.
Más preocupante aún es el uso selectivo del lenguaje constitucional. Se invoca la ley como un tótem incuestionable, pero se ignora que la Constitución también habla de justicia social, de igualdad real y de derechos efectivos. Defender el marco constitucional solo cuando sirve para preservar el statu quo es una lectura interesada y empobrecida del pacto democrático.
El discurso tampoco ofreció una visión tranquilizadora del futuro. En un momento histórico marcado por la corrupción y la deriva autoritaria de un presidente fuera de control y dispuesto a colonizar todas las instituciones del Estado, el mensaje real estuvo desconectado de ese contrapeso que esperan millones de ciudadanos frente a quien pretende usurpar la voluntad popular para permanecer en el poder y parapetar judicialmente a su familia.
Por otra parte, la juventud, mencionada de forma retórica, sigue sin encontrar en la Jefatura del Estado una voz que comprenda sus problemas ni articule sus aspiraciones.
La Navidad suele presentarse como un tiempo de reflexión y verdad. Precisamente por eso, el discurso del Rey decepciona: porque rehúye la complejidad, evita el conflicto y confunde consenso con silencio. En una democracia madura, la estabilidad no se construye con mensajes huecos, sino con valentía política, transparencia y una conexión real con la ciudadanía.
Mientras el discurso siga siendo un ritual blindado contra la crítica y la autocrítica, seguirá creciendo la sensación de que la institución habla desde el país, pero no para el país. Y esa distancia, lejos de proteger a la Corona, la debilita.











