Zapatero y Plus Ultra: el lodazal del poder sanchista sin escrúpulos
José Luis Rodríguez Zapatero no es un actor secundario ni una figura decorativa en la política española contemporánea. Es un expresidente que, lejos de retirarse con discreción institucional, ha decidido moverse en las cloacas del poder internacional, aprovechando su apellido político como moneda de cambio. El caso Plus Ultra no es un accidente ni una anécdota: es la consecuencia lógica de una trayectoria marcada por la opacidad, el sectarismo ideológico y el desprecio por el interés general.
Plus Ultra era una aerolínea irrelevante, sin peso estratégico, sin impacto real en el empleo y con una viabilidad más que dudosa incluso antes de la pandemia. Aun así, recibió un rescate millonario con dinero público mientras miles de empresas solventes se hundían sin ayuda. Defender esta decisión exige o bien una fe ciega en el relato gubernamental o bien una alarmante falta de honestidad intelectual.
La conexión de Zapatero con este episodio no puede despacharse con evasivas. Su relación estrecha y sostenida con el chavismo, su papel de intermediario permanente en Venezuela y su proximidad a entornos económicos profundamente turbios convierten su sombra en un elemento central del escándalo. No hablamos de casualidades: hablamos de redes de influencia, de favores cruzados y de una forma de hacer política que se mueve siempre en el límite de lo tolerable.
Mientras Zapatero se presenta como apóstol del “diálogo”, en la práctica ha actuado como legitimador de una dictadura que ha empobrecido a millones de personas y expulsado a buena parte de su población. Ese mismo Zapatero pretende ahora aparecer desvinculado de una operación que huele a trato de favor y a uso clientelar de fondos públicos. Es un insulto a la inteligencia colectiva.
El rescate de Plus Ultra no es solo un error: es una indecencia. Es la prueba de que el Gobierno fue capaz de torcer el sentido de un fondo creado para salvar empresas estratégicas y utilizarlo para beneficiar a una compañía sin relevancia, pero con las conexiones adecuadas. Y Zapatero, aunque no firmara ningún papel, encarna a la perfección ese ecosistema donde las amistades políticas pesan más que la transparencia.
Este no es un problema de legalidad estricta —aunque esa cuestión tampoco está cerrada—, sino de ética pública. Un expresidente no puede permitirse jugar a ser lobista internacional, mediador eterno y fontanero geopolítico sin rendir cuentas. Cada vez que Zapatero aparece en estos escenarios, España pierde credibilidad y las instituciones se degradan un poco más.
Zapatero representa una forma de poder blando profundamente corrosiva: sonriente en las formas, pero tóxica en el fondo; revestida de buenas palabras, pero sostenida sobre decisiones que favorecen a minorías bien conectadas mientras se sacrifica al conjunto de la sociedad. Plus Ultra es solo una pieza más del puzle, pero encaja demasiado bien.
España no necesita expresidentes reciclados en operadores de intereses oscuros ni salvadores autoproclamados de regímenes autoritarios. Necesita decencia, claridad y responsabilidades. Y mientras Zapatero siga orbitando alrededor de casos como Plus Ultra, seguirá siendo no parte de la solución, sino parte esencial del problema.










