El apoyo de Sánchez a Gallardo: una maniobra torpe que condena al PSOE extremeño
La decisión de Pedro Sánchez de apuntalar a Miguel Ángel Gallardo en Extremadura no es solo un error: es una temeridad política que roza la desconexión absoluta con la realidad del partido en la región. Es difícil imaginar un movimiento más torpe, más arrogante y más autodestructivo que este intento de Ferraz por colocar a un candidato que, lejos de ilusionar, simboliza exactamente aquello de lo que los votantes socialistas están huyendo.
Porque seamos claros: el respaldo a Gallardo no se sostiene por su capacidad de ganar, sino por su utilidad dentro de los equilibrios internos del PSOE. Es una apuesta burocrática, no electoral. Una operación de despacho camuflada de renovación. Un mensaje inequívoco: la supervivencia del aparato está por encima de la salud política del partido en Extremadura.
Gallardo no despierta entusiasmo ni entre militantes ni entre votantes. No representa una alternativa fresca ni un liderazgo contundente, sino un continuismo gris que solo puede entenderse desde la lógica de quienes viven encerrados en Ferraz creyendo que el partido aún es dueño automático de territorios que ya hace tiempo dejaron de serlo.
Sánchez ha decidido ignorar una evidencia brutal: Extremadura está cansada. Cansada del abandono, cansada de las decisiones tomadas a espaldas de quienes generan votos, cansada de ver cómo el PSOE insiste en tropezar una y otra vez con la misma piedra. Y ahora, con este dedazo previsible pero igualmente desastroso, el presidente ha terminado de dinamitar la poca confianza que el partido había logrado conservar tras su derrota.
Respaldar a Gallardo no es solo elegir mal: es renunciar voluntariamente a competir con seriedad. Es decirle al electorado que su opinión importa menos que los equilibrios internos de Madrid. Es convertir Extremadura en daño colateral de una estrategia personalista que ya ha generado tensiones, fracturas y desconcierto en numerosas federaciones.
Lo que Sánchez ha hecho no es liderazgo. Es imposición disfrazada de coherencia. Es una señal inequívoca de que el PSOE se mueve por inercias autodestructivas. Y la consecuencia, salvo sorpresa mayúscula, será evidente: otro territorio perdido, otra derrota evitable, otra prueba de que cuando la soberbia manda, la política se degrada.
Extremadura no necesitaba a Gallardo. Y desde luego, no necesitaba otra demostración de que el PSOE ha olvidado escuchar. Pero Sánchez insiste. Y cuando el partido vuelva a cosechar el desastre, Ferraz volverá a preguntarse qué ha fallado, como si la respuesta no estuviera ya escrita en letras enormes: decisiones como esta.











