España en la mochila de Jose
Mayte Alcaraz.- En la mochila de José Luis Ábalos cabe España entera. La España que nos fragua Pedro Sánchez. Junto a la muda, el desodorante y la espuma de afeitar del nuevo vecino de Soto del Real, su petate contiene lo peor de nosotros. Apenas sabíamos lo que teníamos. Tuvo que llegar a descubrírnoslo un fracasado concejalillo socialista en Madrid, henchido de soberbia y chulería, amoral a tiempo completo, que erigió su imperio político desde un Peugeot repleto de truhanes y sobre un fajo de billetes amasados en habitaciones sórdidas y en pingües saunas pringosas. Jose se lleva a la cárcel los secretos de un régimen, del que sabe todo porque ayudó a fundarlo para «regenerar» nuestra vida pública. Con o sin pijama de rayas, de Ábalos depende ahora más Pedro que de Carles, un detritus político en manos de la alcaldesa de Ripoll.
Aunque la cárcel sea dura, que no se equivoque Ábalos, el primer diputado en activo que pasa de votar en el Congreso a entrar en el módulo de respeto de un penal. La pocilga que nos ha dejado aquí fuera junto a su jefe –y con el concurso de muchos otros– está bastante más sucia que la celda que ocupa ya, así como Koldo, en una prisión moderna de un país civilizado como es España. Aquí fuera han logrado que la sombra de Caín pasee errante, que no nos hablemos con el vecino, que no haya ningún debate adulto y racional, que las personas más cercanas al presidente estén o hayan estado entre rejas por robar, que Pedro siga echando ascuas a nuestro paso solo para seguir gobernando sobre cenizas. Si Marisu Montero no consigue aprobar la senda de déficit y los presupuestos, no pasa nada. Ella ya tiene faena intentando explicar a los andaluces cómo se puede ser presidenta de la Junta habiendo apretado el botón rojo para que los nacionalistas catalanes reciban una soldada de los impuestos de los currelas allende Despeñaperros. Montero, como sus compañeros de Gobierno y de candidatura socialista, es solo carne preparada para ser picada en las próximas autonómicas.
Cuando el exministro todopoderoso socialista vacíe la mochila en la entrada de Soto, no duden que va a empezar a recobrar la memoria –ya ha apuntado a Air Europa y Begoña–, esa tan esquiva cuando uno va cumpliendo años. Y sobre todo si, además, pierde kilos, amigos y el fiscal Luzón te reserva más de 20 años de trullo. En ese pueblo de la sierra madrileña que hasta 1959 se llamó Chozas de la Sierra y que un día gobernó Juan Lobato –en el sanchismo todo es una metáfora–, reparten un brebaje hecho de rabitos de pasa que actúa como un remedio súbito para la desmemoria y desata las gargantas tantos años regadas con la ambrosía del poder, el dinero, los coches oficiales, las comilonas pagadas con chistorras o el amor –llamémosle así– dispensado por sobrinas a cambio de puestos públicos, iPhones de nueva generación y paseos en avión oficial por el mundo.
Ahora que la banda del Peugeot ha sido desarticulada y que cada uno de sus miembros –menos uno, el causante de todo– tienen ya reserva con derecho a cocina en Villa Candado, es el momento de que empiecen a temblar los que montaron el tinglado, nombraron a los presos de hoy gerifaltes entonces, los mantuvieron a pesar del latrocinio y ahora van de viudas engañadas. El dueño de la mochila ya ha mandado recaditos a Pedro y Arnaldo, dos farsantes negando que se reunieron en un caserío para firmar el pacto más asqueroso que vieron –o verán en breve– nuestros ojos. También le ha hecho un guiño a nuestra Yoli, sobre ese uso tan poco comunista de su vivienda oficial para albergar a amigos, equipo y quién sabe quién más. El dinero público, nos ha contado siempre nuestra vicepresidenta preferida, es de todos. Pero siempre que la lista de beneficiarios la escriba y jerarquice ella.
En la obra maestra de Sergio Leone, Érase una vez en América, los protagonistas, devenidos de niños trapaceros a compinches mafiosos, purgaron con la tumba, la cárcel o el exilio las fechorías que cometieron. Uno de ellos, Max, los traicionó a todos: fingió su muerte, robó el dinero de la banda, se quedó con la chica y se convirtió en el todopoderoso secretario Bailey, un político lleno de pompa y vacío de principios. Cuando el personaje de Robert De Niro, Noodles, vuelve a Nueva York y reconoce al farsante senador corrupto, este le pide que le mate para redimir sus culpas y escapar del pasado. De Niro se niega y el aleve se tira al camión de la basura.
Hay un camión de la basura, el de la Historia de España, que todavía espera al gran felón que hoy tiene a todos los fundadores de su régimen ocupando las celdas que él, gracias a su pacto con Otegi, logró vaciar de asesinos.











