Extremadura tiene en sus manos cavar la fosa del sanchismo: unas elecciones autonómicas convertidas en un plebiscito contra Sánchez
Ana María Vera.- Las elecciones extremeñas han dejado de ser una simple cita autonómica. Lo que se juega en las urnas ya no es solo la gestión del campo, la sanidad o el desarrollo rural: se ha transformado en un grito político, un examen a la deriva del Gobierno de Pedro Sánchez. Y esa lectura no la han impuesto los analistas ni los tertulianos: la han asumido, con plena consciencia, los partidos que se juegan el poder en la región.
Un PSOE atrincherado en su último bastión
Extremadura ha sido durante años el feudo fiel del socialismo. Pero hoy ese bastión muestra grietas. La dirección del PSOE sabe que perder esta comunidad sería un golpe simbólico y moral difícil de maquillar.
Por eso la estrategia socialista ha sido clara: blindar el discurso autonómico y fingir que el desgaste nacional no existe. Sin embargo, la realidad pesa más que los eslóganes: la tensión política en Madrid, los acuerdos polémicos y la sensación de desconexión del Gobierno atraviesan la campaña de lado a lado.
El PP entra en campaña con el cuchillo entre los dientes
El Partido Popular ha hecho lo que el PSOE temía: convertir Extremadura en un juicio político contra Sánchez. Su mensaje es frontal: la región se ha cansado de ser una nota al pie en la agenda del Gobierno central; votar cambio en Extremadura es enviar un mensaje alto y claro hacia La Moncloa.
Su discurso no pretende sutilezas: pretende movilizar, encender y dejar claro que esta comunidad rural —que conoce el abandono institucional de primera mano— puede convertirse en la primera ficha de un dominó político nacional.
La ciudadanía, harta de excusas
Los extremeños llevan años escuchando promesas que nunca se cumplen: infraestructuras eternamente retrasadas, proyectos industriales que se evaporan, y una despoblación que sigue avanzando sin una estrategia estatal a la altura.
En este contexto, la idea de “votar lo regional” pierde fuerza cuando las decisiones que determinan el futuro de la región se toman en Madrid.
Por eso el voto adquiere ahora un doble filo: juzga a los candidatos autonómicos, sí, pero también a quien ha pilotado España en una dinámica de crispación y pactos que generan desconfianza en amplios sectores sociales.
Un plebiscito que Sánchez no quería, pero no ha podido evitar
No importa cuántas veces el Gobierno repita que estas elecciones “son sobre Extremadura”: el clima político nacional ha colonizado la campaña.
Y, como ocurre con cualquier tsunami, negar la ola no evita que llegue.
El resultado de las urnas será utilizado como arma política. Si el PSOE resiste, se venderá como prueba de fortaleza. Si cae, se leerá como un rechazo al rumbo de Sánchez.
Extremadura vota. España mira.
Estas elecciones ya han trascendido su naturaleza autonómica. Se han convertido —lo quiera quien lo quiera— en un mensaje político.
Lo que salga de las urnas no será solo una nueva legislatura: será un termómetro de la paciencia de una ciudadanía que empieza a mostrar cansancio ante un Gobierno que no logra reconectar con amplios sectores sociales.
Extremadura vota. Y el eco de ese voto, esta vez, no se quedará solo en Extremadura.













Sería admirable que Extremadura sea el inicio de la decadencia de la basura tan siniestra.
Como en un juego de Dominó, un movimiento en la fila de fichas, puede tumbar toda la la fila. Esperemos que así sea.