El deslegitimado Sánchez y el estado de necesidad de España
Francisco Rosell.- Como cada vez que entierra su cabeza como el avestruz ante los problemas que le acucian, como la última semana con los jueces que investigan la financiación ilegal del PSOE sumada a la corrupción familiar y a la de su «banda del Peugeot», «Noverdad» Sánchez trajina escapar del atolladero haciendo acopio de nuevos engaños de los que hace partícipes a los medios de su cuerda. Siendo cierto que el que miente no es consciente de la tarea que le aguarda, pues ha de inventar tropecientas trolas más para mantenerla, Sánchez alivia su carga con una legión de asesores en el Ministerio de la Propaganda que comanda un teórico de «la ética del engaño» como es su director de gabinete, Diego Rubio, al que Goebbels le daría premio extraordinario de fin de carrera.
Así, amén de presionar al Tribunal Supremo que juzga a su fiscal general porfiando su inocencia «más aún tras lo visto en el juicio» para luego exhibirlo como un héroe o un mártir en función del veredicto, Sánchez hace caso omiso en su reaparición dominical en «El País» de su pérdida de mayoría parlamentaria tras anunciar Junts que bloqueará las iniciativas gubernamentales en el Congreso tras una semana sumergido y antes de colocarse una guayabera para viajar a Colombia. En vez de convocar elecciones, como ya debía haber hecho al no aprobar los tres últimos presupuestos como es norma de rigor, al revés que González o como él le exigía a Rajoy, luce como «fruto de la voluntad ciudadana» seguir con «este Gobierno de coalición progresista en minoría parlamentaria». Claro que cualquier tropelía es posible en quien alardea de gobernar sin el Parlamento.
Ya Sánchez, durante su comparecencia ante la correspondiente comisión del Senado, ironizó con que habría «gobierno de corrupción» (Yolanda Díaz dixit) «más que para rato, para largo, porque lo rato…, el del milagro» procurando salirse por la tangente de la corrupción de Aznar y Rajoy después de que el senador del PP Alejo Miranda le interpelara sobre si su suegro le había financiado sus campañas de las primarias. Como los «Bonnie and Clyde de La Moncloa», se asemejan tanto a la pareja protagonista de «House Cards», el trance de Sánchez evoca una escena en la que el maquiavélico Frank Underwood, ya presidente de EEUU, acompañado de su biógrafo, visita su primera casa y le informa a su interlocutor que «el padre de Claire nos compró esta casa», pero que le molestó porque «yo quería pagarla solo». El biógrafo no puede remediar su raza de periodista y le apostilla: «Sin embargo, no le molestó que financiase su primera campaña». «Si, pero eso -arguye- es política y uno saca dinero de donde puede».
En este sentido, aunque quepa desconfiar de esos entrecomillados anónimos de los que abusan algunos cronistas para darse a sí mismos la razón, lo que da pie a sospechar que dan gato por liebre por muy bien estofado que esté el minino, hay que dar carta de verosimilitud a una frase que no desmerece el lapidario bobo sanchista: «Por supuesto que podemos gobernar porque legislar sólo es una parte». Alejandro Rodríguez Valcárcel, expresidente de las Cortes franquistas, no lo habría expresado mejor a partir de su dicotomía entre democracia liberal y democracia orgánica. Si en la primera hay tres poderes distintos: ejecutivo, Legislativo y Judicial, en la segunda existen tres funciones diferentes: Consejo de ministros, Cortes y Tribunales, pero un sólo poder que, por descontado, recaía en el Generalísimo. ¡Qué mejor homenaje al Caudillo por parte de Sánchez que aspiraría a suplantarlo, no por la Gracia de Dios, sino por indisimulado desprecio a diputados que se dejan tratar como ovinos y a los que cualquier día manda berrear como Calígula tras imponerle al Senado su caballo como cónsul!
Lo de menos es que Sánchez reitere que concurrirá a la reelección, pero no por «la necesidad de seguir consolidando políticas socialdemócratas», como blande quien aplica el programa de Pudimos. Porque su estado de necesidad deriva de que precisa esas prerrogativas presidenciales para eludir sus eventuales responsabilidades penales, dado que las de orden político no contempla asumirlas ni hay mayoría para reclamárselas.
Queriendo entronizarse «Yo, el Supremo» al modo del dictador de la novela de Roa Bastos, su «necesidad» pasa por perpetuarse sin importarle llevarse por delante la democracia y la Nación.
Por eso, no hay que descartar que peregrine de rodillas a Waterloo si, a corto plazo, no tiene posibilidades de resetear su discurso presumiendo de bandera como aquella gigantesca que sacó en su día Iceta y sacando pecho de patriota que no accede a chantajes para urdir un trampantojo electoral como el del verano de 2023 con Vox de frontón.
Entre tanto, aparentará presentar unos no-presupuestos con los que teñirse canas de víctima y encerrar un programa electoral que sea como el maná «gratis et amore».
A este fin, perdiendo votos a chorros y con su alta impopularidad, así como una agenda judicial que le saca de quicio, enfangará todavía más el terreno de juego con la máquina de no precisamente de la verdad de una televisión pública servilmente partisana como RTVE que lanza bulos a mansalva con luminotecnia parpadeante de puticlubs de carretera.
Allí los periodistas son desplazados por activistas de faca en faja o en liguero y por figurantes médicos que, en realidad, son pinches de cocina liberados sindicalmente con los que denigrar a gobiernos como el de Moreno Bonilla que, a medida que se acercan las urnas andaluzas, recibe el jarabe de palo que ya administran a Ayuso. Entre tanto, ministros holgazanes se multiplican en TikTok mientras el país se paraliza como sus trenes porque su prioridad de seguir en el poder posterga su deber de gobernar.











