Sánchez, sin quererlo, está prestando un gran servicio a España
El sanchismo no es solo un estilo de gobierno; es una patología política. Pedro Sánchez llegó al poder en 2018 mediante una moción de censura que, aunque legal, olió a oportunismo desde el primer día. Desde entonces, ha acumulado un rosario de escándalos que harían sonrojar a cualquier líder mínimamente ético.
Recordemos el caso del Tito Berni, con sus fiestas pagadas con fondos públicos y prostitución; las investigaciones sobre Begoña Gómez, la esposa del presidente, por tráfico de influencias; o los casos de corrupción en el Ministerio de Transportes y en las mascarillas de la pandemia. Estos no son incidentes aislados: son el patrón de un partido que ha hecho de la corrupción, la opacidad y el clientelismo su modus operandi.
Pero el daño va más allá de la corrupción. Sánchez ha erosionado las bases de la democracia española. Sus pactos con Bildu —herederos políticos de ETA— para mantenerse en La Moncloa son una traición a las víctimas del terrorismo y a la ética universal. La ley de amnistía para los golpistas catalanes del 1-O no solo viola el principio de igualdad ante la ley, sino que fomenta el separatismo y debilita el Estado de derecho.
Económicamente, su gobierno ha inflado el gasto público hasta niveles insostenibles, con una deuda que supera el 110% del PIB y una inflación que castiga a las clases medias. Sus políticas “progresistas” —como la ley trans o la del solo sí es sí, que liberó a cientos de delincuentes sexuales— han generado caos social y divisiones irreparables.
Estos errores no son meras meteduras de pata; son venenos que están matando al PSOE desde dentro. Las encuestas lo reflejan: el partido pierde apoyo en cada sondeo.
Para entender por qué la desaparición del PSOE sería una bendición, hay que mirar su historial. El PSOE no es un partido inocente que se corrompió con Sánchez; es un depredador nato. Fundado en 1879, el PSOE ha sido sinónimo de división y destrucción a lo largo de la historia española. En la Segunda República (1931-1936). El PSOE, bajo Largo Caballero —el “Lenin español”—, radicalizó el país con huelgas revolucionarias y expropiaciones. En 1934, impulsó la insurrección asturiana, un baño de sangre que dejó miles de muertos y preparó el terreno para la Guerra Civil. Sí, el PSOE provocó indirectamente la contienda que desangró España entre 1936 y 1939, con medio millón de fallecidos. Durante la guerra, además de asesinar a decenas de miles de personas sólo por creer en Dios o ser de derechas, socialistas como Negrín enviaron el oro del Banco de España a Moscú —unas 510 toneladas, valoradas hoy en miles de millones— para “protegerlo”. Nunca volvió. Fue robado por Stalin, y el PSOE lo facilitó.
Si Sánchez logra liquidar al PSOE —y parece probable, dada su obstinación en ignorar las señales de alarma—, habrá realizado un acto de mérito supremo para la nación. España necesita una izquierda renovada, no contaminada por el pasado, y el PSOE nunca podrá ser ese partido.
Países como Italia vieron cómo la desaparición de la Democracia Cristiana en los 90 permitió una regeneración política. En España, extinguir al PSOE abriría la puerta a una democracia más sana, menos polarizada y más orientada al futuro.
Pedro Sánchez no es un héroe; es un destructor. Pero en su afán por perpetuarse, está demoliendo el edificio podrido que es el PSOE. Cuando los historiadores analicen esta era, verán en él al catalizador involuntario de una catarsis nacional. Agradecerle no significa absolverlo: debe rendir cuentas por sus crímenes. Pero sí reconocer su “contribución” paradójica.











