Nunca en mi larga vida he visto a un socialista
Estoy dispuesto a jurar que el socialismo es algo fantasmal y etéreo o una especie de diablo vestido de ángel y que los socialistas auténticos no existen.
Aquellos que se auto proclaman socialistas son casi siempre tiranos corruptos, ávidos de poder y a veces sanguinarios, que se disfrazan de socialismo para ganar poder, enriquecerse y causar daño con impunidad.
La mejor definición del socialismo es “un disfraz para engañar a incautos”.
He sido periodista internacional durante gran parte de mi vida, he trabajado en un docena de países de tres continentes, he cubierto guerras y he conocido a multitud de políticos, entre ellos a muchos jefes de Estados y de Gobiernos que se llamaban a si mismos “socialistas”, pero que no lo eran.
La verdad es que jamás he conocid
o a un socialista de verdad. Lo juro.
Ser socialista implica, al menos en teoría, apoyar un sistema político y económico que promueve la propiedad colectiva o estatal de los medios de producción, distribución e intercambio, con el objetivo de reducir las desigualdades sociales y económicas. Los socialistas abogan por una distribución más equitativa de la riqueza, priorizando el bienestar colectivo sobre el beneficio individual.
Ser auténtico socialista implica también ser escrupulosamente honrado, anteponer siempre los intereses del pueblo a los propios y proteger a los débiles, utilizando la fuerza del Estado para potenciar la justicia, la libertad y el bien común.
El socialista que gobierna España, Pedro Sánchez, es en realidad lo opuesto a un socialista auténtico. Un tipo sin valores, corrupto, propagador de divisiones y odios, insensible al sufrimiento ajeno, egoísta, despreciado por su pueblo, enemigo de la Justicia y la libertad y habituado a anteponer su interés personal y su poder a todo lo demás nunca tendrá derecho a llamarse socialista.
He mantenido conversaciones y contactos de cierta intensidad con personajes como Fidel Castro, Daniel Ortega, Felipe González, Sandro Pertini, Bettino Craxi, Alfonso Guerra, Manuel Chaves, José Rodríguez de la Borbolla y otras decenas de teóricos socialistas destacados, desde jefes de gobierno, ministros y secretarios generales de partidos socialistas. Ninguno de ellos era socialista en realidad y todos, con mayor o menor intensidad, fueron ambiciosos, ególatras y borrachos de poder que se disfrazaron de socialismo sólo porque les convenía.
Conocí bien a Fidel Castro en Cuba, cuando fui director de la agencia de noticias EFE en La Habana (1975-77). Era un tipo brillante y cargado de magnetismo, fascinador y convincente, pero tan socialista como un caimán de los pantanos,
Fidel era admirador del general Franco y despreciaba a su pueblo, a los comunistas y a los rusos, que eran sus patrocinadores en los años setenta del pasado siglo. De socialista clásico no tenía nada. Le gustaban los lujos y decía que cuando un revolucionario toma el poder, jamás debe dejarlo. Pensaba lo mismo que Atila, Hitler, Stalin y otros tiranos, que sólo él tenía derecho a mandar.
Tengo tres carreras (Magisterio, Filosofía y Periodismo), un doctorado y he leído estanterías enteras de libros de filosofía y política, pero no soy capaz de encontrar diferencias notables entre Fidel Castro y Anastasio Somoza, al que también conocí siendo dictador en Nicaragua.
Somoza era más inculto y gris, pero ahí se acaban las diferencias: mismo desprecio al pueblo, idéntico gusto por el poder, obsesión por dominarlo todo, alma de tirano, etc.
Todos los socialistas que he conocido están cortados por la misma tijera: desprecio al pueblo, rechazo a la democracia, obsesión por el poder, escasez absoluta de ética y crueldad infinita, cuando se trata de defender sus privilegios.
Si no estuviera tan cansado publicaría mi octavo libro, que tengo casi completado, y lo llamaría “Franco y Fidel, vidas paralelas”. Demostraría que el socialista caribeño y el dictador gallego eran sorprendentemente parecidos en la concepción del poder.
Por supuesto que destacaría las diferencias en su gestión del poder. Franco hizo de España un país próspero y pujante, mientras que Fidel hizo de Cuba una pocilga con un pueblo hambriento y esclavizado.
No seria honrado si no dijera en este artículo que hubo en mi vida un socialista diferente, al único que puedo respetar: era el italiano Sandro Pertini, presidente de la República, ya fallecido.
Le dije que era el único socialista honrado que había conocido y le felicité , pero me respondió: “No lo crea. Tengo mis pecados. Soy demasiado viejo y eso quizás le produzca a usted ternura y le confunda”.












Socialismo, estupidez aguda diseñada para corromper, dividir, enfrentar, saquear las arcas públicas, etc. En definitiva, una dictadura encubierta de palabrería vacía e ideología rancia para tontos útiles.