Aguascalientes, entre las calaveras y toros de Posada
Juan Antonio Hernández.- El trazo que dio rostro al alma festiva de la muerte mexicana lleva nombre y apellido: José Guadalupe Posada. Desde Aguascalientes, su gubia y su tinta levantaron un universo de calacas danzantes, de risas huesudas que no temen al fin, sino que lo celebran con flores, pan y papel picado. Sin embargo, pocos recuerdan que detrás del colorido que el mundo asocia al Día de Muertos, late la mirada de este grabador inmenso.
Posada fue cronista y crítico, espejo mordaz de una sociedad que reía para no llorar. Entre su vasta obra, emergió la más famosa de todas: La Catrina, elegante esqueleto que, con su sombrero de plumas, se volvió emblema de la muerte igualadora. Pocos saben que fue él quien le dio vida a esa dama cadavérica que hoy desfila por calles y altares.
Cuando el Halloween extranjero comenzó a teñir de negro nuestra tradición, fueron dos películas foráneas —James Bond y Coco— las que, paradójicamente, nos recordaron el esplendor de nuestro propio culto a los muertos. Y allí estaba Posada, de nuevo, en cada calavera y en cada trazo, reafirmando que el arte puede rescatar lo que la memoria a veces olvida. Su nombre resuena aún en el museo que Aguascalientes le dedica, donde su obra sigue conversando con los siglos.
Pero si su vínculo con la muerte es célebre, menos conocida es su pasión por la tauromaquia. Posada fue también diseñador de carteles taurinos, pregonero visual de una época en que el arte y la fiesta brava se daban la mano. En cada cartel vibraba la emoción del ruedo, la tensión del instante antes del pase, la geometría del riesgo.
El libro Los toros de José Guadalupe Posada, de Carlos Haces y Marco Antonio Pulido, rescata esa faceta menos visible: la del Posada publicista, creador, visionario de una incipiente mercadotecnia que vestía de arte los muros polvorientos de las plazas.
Así, la taurina Aguascalientes tiene en su hijo más ilustre un doble orgullo: el del artista que inmortalizó la muerte y el del hombre que supo captar la vida en movimiento. Porque en cada grabado suyo, entre sombras y risas, late todavía el corazón de México.











