Beben champán mientras nos imponen el calimocho
Luís Ventoso.- A finales del siglo XV comenzó un despegue de Europa, capitaneado en buena medida por la corona española, que contra todo pronóstico convirtió al continente en dominador del mundo frente a civilizaciones que se presumían más sofisticadas, como la china. ¿Por qué se produjo aquel milagro? ¿Por qué un lugar del mundo que no parecía especialmente avanzado ni rico se enseñoreó de él? Es una pregunta fascinante, a la que intentó responder en su día el historiador escocés Niall Ferguson con su magnífico libro ‘Civilización’. Él hablaba de «cinco aplicaciones letales» que otorgaron el dominio a Europa: el imperio de la ley, la ciencia, la medicina, la ética de trabajo y la competencia entre los estados-nación, a su juicio, germen del capitalismo.
Estos días ha caído en mis manos otro libro que intenta responder al enigma del despegue europeo: ‘La victoria de la razón’ (Rialp). Es obra de Rodney Stark, fallecido en 2022, un sociólogo estadounidense especializado en historia de las religiones, un agnóstico de simpatías cristianas. Sark atribuye el triunfo de los europeos a partir de 1500 «a la llegada del capitalismo, que solo ocurrió en Europa». Recuerda que hasta Marx y Engels reconocieron que antes de su irrupción los seres humanos se dedicaban «a la indolencia más ociosa», mientras que con él se crean «unas fuerzas de producción más masivas y colosales que las de todas las generaciones precedentes». Según Sark, el capitalismo, cuyo cimiento es el comercio, consigue su «milagro» reinvirtiendo con regularidad para aumentar la productividad y mejorando el trabajo y la gestión con el acicate del beneficio.
Pero lo notable de la teoría de Sark es que considera que «fue el cristianismo lo que condujo a la libertad, al capitalismo y al éxito de Occidente». Según su teoría, la razón ganó la partida en Europa gracias al pensamiento cristiano, y ese triunfo «dio una configuración única a la cultura y a las instituciones de Occidente».
En su interesante teoría vuelve a recordarnos el abismo que separa nuestra fe del Islam y otros credos: «Mientras el resto de las religiones del mundo ponían el énfasis en el misterio y la intuición, únicamente el cristianismo adoptó la razón y la lógica como guías primordiales hacia la verdad religiosa». Esa fe en el poder de la razón «empapó la cultura de Occidente y estimuló el desarrollo de la ciencia y la evolución de la teoría y práctica democráticas». En esencia, continúa Sark, el capitalismo es «la aplicación sistemática y sostenida de la razón al comercio, algo que tuvo lugar primeramente en los enclaves monásticos».
El capitalismo tuvo y tiene sus excesos y peajes, como la proletarización de parte de la población durante la Revolución Industrial. Pero no se ha encontrado nada mejor y su antídoto, el socialismo, ha acabado siempre igual: restricción de la libertad y mediocridad económica, o miseria.
El socialismo no funciona. No ofrece una vida buena a las personas y las colectiviza en nombre de un ideal utópico. Por eso en todos los regímenes socialistas sus mandatarios se reservaban en privado un modo de vida acorde a los lujos de su odiado capitalismo liberal. Ahí están como ejemplo las dachas suntuosas de los crueles jerarcas soviéticos, o las cleptodictaduras de los Castro, Ortega o Maduro. En China, la férrea dictadura del PCC acabó rendida al sistema económico capitalista, y ha bastado que Xi pise un poco el freno intervencionista para que la economía comience a estornudar.
La doble vida de los jerarcas de izquierdas la observamos también en España, con un fariseísmo ajeno al rubor. Lo reflejaba ayer una crónica en este periódico de Ana Mellado, que repasaba cómo Sánchez, Bolaños, Pablo Iglesia e Irene Montero, o la ministra de Educación, Pilar Alegría, han optado por enviar a sus hijos a colegios y universidades privados y caros, mientras en público se erigen en apóstoles de «lo público» y hasta persiguen con sus decretos sectarios a ese tipo de centros.
La coalición de socialistas y comunistas que nos gobierna desde 2018 propugna una gran igualación a la baja y una brasa fiscal que mina el bolsillo de los particulares a fin de que reparta el Estado. La izquierda populista de PSOE, Podemos y Sumar critica a «la casta» y defiende a «la gente». Abomina de los «beneficios obscenos» de las grandes empresas y Don Pedro desprecia a «los ricos del puro».
Pero no aplican nada de eso en sus vidas privadas. La comunista Yolanda Díaz vive feliz en una amplia mansión del Estado cercana al Viso y ha convertido sus apariciones públicas en una pasarela de moda. Lo primero que hizo la pareja Iglesias-Montero fue comprarse una dacha serrana, también como buenos comunistas. Sánchez, el de las gafas de Dior, es todo un disfrutón del capitalismo, incluso del más sórdido y vaporoso, el que le puso piso en Pozuelo. Bolaños sacó a su prole de la escuela pública en cuanto se vio con mando para matricularla en uno de los colegios más onerosos de Madrid. Todos disfrutan de vacaciones suntuosas, en un país donde el pasado verano un cuarto de la población no las tuvo, porque con el experimento socialista carecen de dinero. Por supuesto, nos predican la «emergencia climática», nos controlan hasta las basuras y nos restringen por donde podremos circular con nuestros coches… mientras ellos vuelan en el Falcón y transitan con ostentosas caravanas de escolta.
No les gusta el capitalismo liberal. Pero les encanta disfrutar de todo lo que ofrece. Una pijizquierda que bebe champán mientras a los demás nos impone el calimocho (o mejor dicho, kalimotxo, no vaya a ser que les riña el socio, el partido de ETA). Pura hipocresía.












