Gato con guantes no caza ratones
MT.- Es verdad: gato con guantes, no caza ratones. Otra cuestión es que la toxicidad animalista destinada hoy al gato lo adultere con guantes (porque sin ellos no es gato) y que cazar ratones sea delito de maltrato animal. El gato con guantes deja de ser metáfora para ser retrato una nueva sociedad en la que las garras del gato son tan inservibles como incordio para los sofás. Un animal de compañía desprovisto de su animalidad por el interés social de “gatolandia” entera, a costa del propio gato. El mundo se deshumaniza a compás de su tendencia a eliminar animalidad al animal. Quizá pensemos que nuestro mundo se deshumaniza al tratar de eliminar la animalidad a un animal llamado toreo.
El ser humano caza ratones incluso con guantes. No nos resta a animalidad porque la nuestra radica en el “ánima” o alma. Somos ese animal capaz de sentir, de idear, de pensar, de crear e incluso de transcender. El toreo es todo eso y más. Pero siempre partiendo de ese “alma” o como queramos llamar. Ese algo individual que estamos infravalorando desde una especie de angustiosa fábrica de toreros. Como necesitamos nombres que animen, lideren, sustituyan, como necesitamos toreros para nuestro interminable hilo del toreo, hemos hecho de la necesidad una especie de urgencia que se traduce en meter en una manga escolástica a todo aspirante a estrella.
Las escuelas han humanizado al toreo en el sentido más positivo de la palabra. El acceso a la educación o al conocimiento es una generalidad en universidades y educaciones de todo tipo, y el toreo hace bien en crear centros de enseñanza. No es ese el problema, sino el avance. Pero esos centros comienzan a generarse sus propias presiones toda vez que, en años y desde El Juli (un toreo de escuela, pero con la anti escolástica del alma) pareciera que el tiempo se aleja de las aulas en el sentido de lanzar a una estrella. Hay más circuitos que nunca, más producción de festejos para aspirantes que nunca, más cuidado, normas, jurados, concursos, que nunca. Y a ese más que nunca le falta una estrella. Un torero de dimensiones y talento de figura máxima.
El genio y el talento es selección natural, no una máxima protección de las enseñanzas técnicas. La técnica o técnicas del toreo son herramientas necesarias que nunca deben de coaccionar el “ánima” del que empieza. Su animalidad. Contra esta animalidad, el toreo perfeccionista y sin mácula que hemos admitido. El toreo donde un tropiezo es un pecado. Donde todo ha de ser limpio, geométricamente limpio. Esa perfección mata el “ánima”. La expulsa. Hoy se trata de torear con la finalidad de que no tropiece y no con la osadía de la intención del talento, aunque tropiece. Tropieza menos la línea recta, por eso la venos tanto. Y tropieza menos el pase de escasa reunión, por eso lo vemos tanto.
Hay un proteccionismo técnico en función de un toreo proteccionista en el sentido de que se trata de proteger el defecto, el enganchón. Una cuestión que, además, hace del toreo una uniformidad que hace muy previsible el después. Ya se adivina. Esa búsqueda de proteger el lance o el pase del topetazo, de lo que no es “limpio” provoca un toreo de cuerpos estresados por la figura rígida y de escasa naturalidad. Hace pocos días, el 12 de octubre, se nos dio una lección de naturalidad con Curro Vázquez y Rincón en Las Ventas. Naturalidad. Incluso a la hora de ir a recoger los trofeos o dando la vuelta al ruedo.
Hoy, los que empiezan y los que ya no empiezan, padecen sentarse en los riñones en una postura rígida e impostada que hacen de la vuelta al ruedo una especie de paseo de paso de procesión. La naturalidad es caminar como uno es, como uno es natural toreando, con la desenvoltura que da el ánima y no la reiteración de poses, andares, posturas y gestos que pretenden ser toreros, pero que son ese palo de árbol que el viento no mece jamás. Y eso no es natural.
Herman Hesse (Nobel de Literatura, 1949) afirmó que sin el animal que nos habita, el hombre es un ángel castrado. Haríamos bien en evitar angustias en el sentido de buscar resultados. Una escuela o un certamen no tiene la obligación “resultadista” de sacar a genios del toreo. Y, por tanto, deben de enseñar que no se enseña el talento. Proporcionar el sustento técnico y educativo suficiente. Sin más. Su razón de ser es el acceso a saber usar pinceles y paletas. No es su razón de ser fabricar “picassos”.
Si se pretende lo segundo, se corre el riesgo de eliminar a través de lecciones y reiteraciones de lecciones la animalidad. El diamante en bruto, el talento posible que deriva en arte si quien lo lleva de verdad lo tiene. En un mundo ideal lanzaríamos al campo y a las plazas a todos los que quieren ser toreros para que la selección natural hiciera su trabajo. No es posible. Pero si es posible animar a quien es distinto a que lo intente lejos de la línea recta, lejos de un toreo limpio y plano, del toreo avisado y protector contra el enganchón, cuidadoso con lo pulcro, de cuerpos rígidos y gestos impostados. El gato, si es gato, es sin guantes. Y araña.











