Esos valores tienen un nombre, Princesa
Luís Ventoso.- El viernes comentaba que la monarquía, y en concreto Felipe VI, disfrutan de un aprecio popular muy notable, al menos cuando se compara con el de los políticos, que es abisal. Esa popularidad se ha extendido a su hija Leonor, la Princesa de Asturias, que se ha metido a la gente en el bolsillo con solo 19 años, cuando está todavía en periodo de formación y empezando a vivir. «La Princesa es un éxito», afirman algunos expertos en las cuestiones de la realeza; lo cual me suena raro, como si hablasen de un nuevo modelo de coche, pero creo que tienen razón en lo esencial de su observación.
La Princesa Leonor, que cumplirá 20 años el viernes que viene, va asumiendo cada vez un papel un poco mayor y acaba de pronunciar un discurso en los premios que llevan su nombre, que constituyen cada año un gran éxito en su gala ovetense. Le han escrito un parlamento razonable, de tranquilo sentido común, que ha expuesto con encanto y con algún guiño simpático. En su alocución señaló que «quizá debamos volver a lo esencial, a los básicos». Y acto seguido se refirió a «volver a la educación y a valorar a nuestros maestros», «a respetar a quienes piensan diferente», «a no olvidarnos de atender a las personas vulnerables» y «a las personas mayores que no desean estar solas». Y cerró su lista de consejos morales llamando a «tratar bien al prójimo».
La escuchaba y esa música me sonaba, lógicamente, porque desde hace dos mil años ya existe un código moral maravilloso y de enorme éxito que llama a «tratar al prójimo como a ti mismo». O porque conozco el extraordinario Sermón de la Montaña, que denomina «bienaventurados» a los pobres de espíritu, los mansos, los que nada tienen, los pacíficos, los perseguidos y los injuriados. O porque creo en aquel que nos dijo: «Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen; bendecid a los que os maldicen, y orad por los que os calumnian».
Evidentemente hablo de Jesucristo y del cristianismo. Por eso me parece una pena que en un discurso que en realidad está repitiendo muchas de sus enseñanzas no se pueda hacer una sola alusión a esa fe; o al menos esta Princesa europea y quienes la tutelan no se animan a hacerlo (por eso me ha gustado ver al viejo y enfermo Rey Carlos III rezando en la Capilla Sixtina junto al Papa León XIV).
Esos valores que Leonor llama «volver a lo esencial, a los básicos», tienen un nombre: son los valores cristianos, Princesa, sin los que no se entiende nuestra civilización occidental, que reposa sobre ellos, la filosofía griega y el derecho romano.
Es una pena que la palabra cristianismo ya no pueda aparecer jamás en los discursos de la inmensa mayoría de los próceres de la vida pública española. Se cita como fuente de autoridad a cualquier pensador coyuntural, que pronto caerá en la amnesia de las notas a pie de página, pero se guarda en el cajón a Jesús de Nazaret, la persona más importante que haya pisado la tierra (y que para los creyentes es además el Dios que con su dolorosísimo sacrificio en la cruz nos dio pasaporte al perdón, la esperanza y el Cielo).
Nuestra izquierda gobernante llega a proclamar que el «islam es una religión de paz» –lo cual es harto discutible– y cumplimenta a los mahometados felicitándoles sus fiestas, mientras los católicos son objeto del desdén de la Administración, de campañas de descrédito que amplifican con saña ideológica cualquier error y del escarnio de bufones de cámara del pensamiento único.
Tras enterrar a Dios, resultó, por supuesto, que el ser humano necesitaba seguir creyendo en algo. Aparecieron entonces sucedáneos de fe. Las almas que se habían quedado huecas fueron rellenadas con seudorreligiones, como las del clima, el feminismo y el homosexualismo forofos, credos políticos que se abrazan como infalibles, o simplemente convirtiendo en el eje de tu vida la adoración a un equipo de fútbol.
El problema es que nada de eso aporta pautas universales para hacer mejores a las personas, ni les ofrece un rescate tras la caída. Pero el cristianismo, sí.
No se autocensuren en nombre de la ridícula corrección política del pensamiento único. Hablen sin complejos de lo que realmente importa.












Perfecto artículo. Hace pensar, lo que viene siendo necesario en estos tiempos de incertidumbres y falsos mitos. Solo hay un Camino, pero aparecen atajos engañosos, que nos desviarán del recto Destino.