Aborto
Ignacio Sánchez Cámara.- El aborto consiste en la eliminación voluntaria de la vida del embrión. Esto es, sin duda, sabido, pero tiende a difuminarse u ocultarse bajo el eufemismo de «interrupción voluntaria del embarazo». Pero el embarazo es la gestación de una vida humana en el seno de la madre. Por lo tanto, interrumpir el embarazo es acabar con la vida del embrión. Y suprimir voluntariamente una vida humana, sea cual sea el estado de su desarrollo, bien pudiera ser considerado como matar.
Por eso se tiende con obstinada frecuencia a ocultar las imágenes de estas interrupciones del embarazo, cosa que no sucede con la mayoría de las intervenciones quirúrgicas. Pero ni siquiera son necesarias estas imágenes. La vida del embrión, alojada, en principio, en uno de los lugares más seguros del mundo, es violentamente desalojada y eliminada. El seno materno se convierte en un lugar inhóspito, mortal. Juan Ramón Jiménez escribió miles de versos inmortales. Este es uno de ellos: «¡Qué bien le viene al corazón su primer nido!».
Quien discrepe de esta somera descripción puede aportar el testimonio visual de la práctica de un aborto.
Naturalmente, el sufrimiento y el terror del embrión dependerán de su grado de desarrollo. Pero nada de eso cambia la consistencia de la acción. La moralidad no consiste tanto en el juicio absoluto de las conductas como en la determinación y búsqueda de lo mejor. Así, podemos preguntarnos: ¿Es el aborto la mejor alternativa al hijo no deseado? ¿O, por el contrario, es preferible conservar su vida, el milagro de una nueva vida humana y, si una vez nacido sigue sin ser querido por su madre, darlo en adopción?
Se dice que es un asunto exclusivo de la madre y parte del derecho a disponer de su propio cuerpo. Por mi parte, creo que es cosa de tres: la madre, el padre (si es conocido y no está ausente) y el embrión. Es cierto que es imposible que este último pueda ser escuchado. El embrión no es parte del cuerpo de la madre, sino un ser humano, alojado en ese cuerpo. No veo necesario discutir cuándo comienza el embrión ni dirimir cuestiones sobre la implantación y otras. Sea lo que fuere, todos nosotros pasamos por esos estados desde el momento de la concepción y si llegamos a nacer y a vivir es porque nadie interrumpió ese proceso. Y si no se practicara el aborto el no nacido llegaría, si no muere antes, a ser como nosotros. Y podríamos hacernos algunas preguntas sobre el embrión muerto. ¿Cómo habría sido? ¿Cuánto el bien que podría haber hecho? ¿Cómo se habría abrazado a su madre? ¿Cuánto habría amado? En cualquier caso, jamás habrá nadie como él. Era único, insustituible. Estos son algunos de los efectos de tantas muertes quirúrgicas y silenciosas. Hay hijos deseados y no deseados. También hijos eliminados.
Al entrar en un hospital uno puede pensar si allí mismo, en este momento, no se estará practicando un aborto. En el lugar destinado a salvar vidas y a curarlas. Hipócrates queda muy antiguo. Aristóteles, también muy antiguo, distinguió entre la potencia y el acto, entre poder ser y ser efectivo. Si se acepta la distinción cabría decir que, si se niega que el embrión sea hombre en acto, al menos habrá que admitir que lo es en potencia. En conclusión, como mínimo habría millones de hombres en potencia que jamás lo serán en acto.
A los teólogos compete decidir si el aborto voluntario tiene algo que ver o no con el quinto mandamiento. A los moralistas, si es un bien o un mal, y si se trata o no de lo mejor. A los juristas, si debe ser considerado como un crimen o como un derecho de la mujer o ni lo uno ni lo otro. Y a todo hombre, formarse su propio criterio. Con dos requisitos: buena voluntad y atenerse a los hechos. Muchas veces, la realidad es el principal criterio moral.











