Pedro Sánchez: la política del espejo
El sanchismo es, en el fondo, una política del espejo: refleja lo que el poder necesita en cada momento, aunque el reflejo cambie a diario. Lo que ayer era una traición, hoy es una “decisión valiente”. Lo que ayer era inaceptable, hoy se viste de “responsabilidad de Estado”. Sánchez no gobierna con principios, sino con reflejos. Y esa es, quizá, su mayor contradicción: la de un presidente que prometió dignificar la política y ha terminado degradando su palabra.
Sánchez prometió regenerar la política española, pero ha terminado reproduciendo —y perfeccionando— los mismos vicios que decía combatir: el clientelismo, la propaganda institucional y el uso del Estado como herramienta al servicio del poder personal. Lo que iba a ser una “nueva política” ha derivado en un presidencialismo asfixiante, en el que las instituciones orbitan alrededor de un único interés: la supervivencia de Sánchez en La Moncloa.
Del “no es no” al “todo vale”
Su relación con los independentistas resume mejor que nada su manera de gobernar. “No pactaré con quienes quieren romper España”, proclamaba en campaña. Pocos meses después, su Gobierno dependía precisamente de ellos. ERC, Junts y Bildu —a quienes él mismo acusó de amenazar la convivencia— se convirtieron en sus socios indispensables. Lo que antes era una línea roja se transformó en una alfombra roja.
La amnistía a los condenados del procés simboliza esa rendición ante la necesidad de mantenerse en el poder. Se justificó en nombre de la “convivencia”, pero en realidad fue un precio político, pactado en despachos y vendido como gesto histórico. La palabra dada, una vez más, quedó en papel mojado.
Sánchez también llegó prometiendo “transparencia”, pero su Gobierno se ha especializado en el control del relato. Ruedas de prensa sin preguntas, decretos exprés, cifras maquilladas y una maquinaria comunicativa que bordea la propaganda. La transparencia ha sido sustituida por un ejercicio de manipulación constante, donde la forma importa más que el fondo y la comunicación eclipsa a la política real.
En el terreno económico, el contraste entre discurso y hechos también es evidente. Sánchez presume de ser el paladín de la justicia social, mientras la inflación castiga a las familias, los jóvenes no pueden acceder a una vivienda y la deuda pública alcanza niveles récord. Los fondos europeos, que debían transformar la economía, se han gestionado con opacidad y clientelismo. El Gobierno habla de “progreso”, pero la desigualdad crece y la productividad se estanca.
Pedro Sánchez no gobierna por convicciones, sino por cálculo. Cada movimiento está diseñado para asegurar su permanencia, no para cumplir su palabra. Ha demostrado una habilidad extraordinaria para sobrevivir, pero a costa de vaciar de contenido la política.
En su modelo, la coherencia es un estorbo y la palabra, una herramienta de conveniencia.












Conocida la enfermedad, se debería administrar la medicina, Aunque sea muy dificil que el enfermo se beba el brebaje, porque le da asco. En ese caso, como se hacía antes, se le tapa la nariz y se traga -quieras o no- la cucharadita. Solo es cuestión de proponerselo.