¿Qué tiene Sánchez con Venezuela?
Antonio R. Naranjo.- La escalada de Trump contra Maduro tiene algo de Salvaje Oeste, como todo en el peculiar presidente americano, pero mucho más de justicia poética: nos habíamos acostumbrado a que la geopolítica imponía unas normas para resolver conflictos internacionales que, por su complejidad, le eran ajenas al ciudadano medio, hasta que llegó un señor que lo simplificó todo, como en la cantina de Deadwood, quizá la mejor serie del género: a los malos hay que tratarles como tales y los buenos deben cometer algún exceso para lograrlo.
Así se ha parado la guerra en Gaza, que no equivale a una paz definitiva pero es mejor que lo que había; está algo más cerca un acuerdo con Rusia (la alternativa a eso es peor) y hay alguna esperanza de que el sucesor de Chávez caiga, lo que mejora el patético comportamiento de la comunidad internacional hasta la fecha: básicamente, permitir que dé Golpes de Estado, robe elecciones y ayude a extender la influencia China hasta América.
Lo llamativo no es que Trump coja caminos tan cortos y contundentes, en principio ajenos al manual diplomático convencional e incompatibles con un cierto éxito, sino comprobar que funcionan un poco mejor: si se quiere, se puede, por el método algo pendenciero de decirle al de en frente que la tiene más larga que él.
Esto también permite preguntarse, aquí en España, cuáles son las razones reales de que el Gobierno haya estado en todos esos frentes en el lado equivocado, con algo menos de descaro en Ucrania, donde solo hemos sido tan inútiles como el resto. En Gaza huelgan los comentarios: mientras el mundo civilizado tejía entre bambalinas un acuerdo, con la participación decisiva de países árabes y musulmanes; aquí recibíamos parabienes de Hamás, enviábamos flotillas delirantes, queríamos expulsar a Israel de Eurovisión y hacíamos en general el imbécil con todo el mundo mirando.
¿Pero y Venezuela? A los dislates de los otros escenarios se le añade aquí una posición activa en favor de que nadie cambie allí, resumida en una imagen oprobiosa: cuando Edmundo González ganó los comicios, en nombre de una María Corinna Machado inhabilitada y escondida de los caciques, su expulsión se perpetró en la embajada española de Caracas, con Zapatero de maestro de ceremonias y Delcy y Javier Rodríguez oficiando allí de extorsionadores en nombre de Maduro.
Ofrecer España como destino del destierro, permitir que el expresidente socialista actúe como embajador oficioso del chavismo en Europa, hurtarle a Machado la felicitación por su Premio Nobel, escuchar acusaciones reiteradas y nunca desmentidas de que la Internacional Socialista se financió con dinero de la petrolera venezolana, rescatar Plus Ultra a la par que se permitía la entrada en Barajas de la infame Delcy o ver a todo un embajador y a su hijo condenados por sus apaños con la narcodictadura añaden siniestros ingredientes a la paleta de complicidades entre Sánchez y el tirano, a quien Europa también ha perdonado la vida por la falta de liderazgo español en la materia: si España se lo traga, Bruselas también.
¿Qué tendrá este PSOE en Venezuela? Sin necesidad de aprovechar las supuestas revelaciones del Pollo Carvajal, cuyos testimonios sobre la financiación chavista de la izquierda europea tienen mucho morbo, pocas pruebas y bastante aroma a fábula para librarse de la cárcel en los Estados Unidos (no porque no puedan ser ciertas, sino porque el personaje en cuestión es un mentiroso judicialmente contrastado); hay suficientes puntos oscuros en esta historia para hacerse la pregunta y exigir las respuestas. ¿Qué tiene usted con Maduro, señor Sánchez? Solo plantearlo ya da miedo, por la certeza de que no puede ser algo limpio ni justificable.











