Héroe nacional, Gigantes y Ciudad Imperial (III)
Último día de nuestro viaje, 8 de junio de 2025, pusimos nuestros pies a trabajar hacia el casco antiguo de Toledo y traspasamos la Puerta de Bisagra, una enorme entrada abierta en una de las zonas de la muralla de la ciudad. Su aspecto actual viene del siglo XVI, aunque sus orígenes se remontan a épocas más antiguas. En la zona más alta vemos parte de la imagen que compone el escudo de Toledo, la imponente águila bicéfala, que porta en su pecho un escudo cuartelado con las armas de Castilla y León y la granada, del Reino de Granada, en la punta. Rodeado por el collar de la Orden del Toisón de Oro y en lo alto, coronando las dos cabezas del águila, una corona imperial. Flanqueando la imagen se encuentran las columnas de Hércules.
Tras una empinada subida nos situamos en la plaza Zocodover, preparados para la visita que nos ofrecería nuestro guía de confianza de la facción toledana de Héroes de Cavite. Los orígenes de esta plaza se remontan a su nombre de procedencia árabe, que significa mercado de las bestias o de los animales de carga, lo que deja claro con qué productos se comerciaba, aunque con el tiempo se terminaría convirtiendo en un lugar de compraventa de todo tipo de materias y bienes. Con un proyecto inicial de los Reyes Católicos de remodelarla, no fue hasta el tiempo de su nieto, Carlos V, que se empezó a acometer éste, quedando inconcluso y continuado posteriormente por su hijo Felipe II, con el fin de que luciera como la típica plaza mayor castellana. Tras un incendio a finales del siglo XVI otra reforma en el siglo XIX y su última restauración, a raíz de los bombardeos que sufrió durante la Guerra Civil, la apariencia actual es de una plaza porticada sin cerrar, con una calle que sube hacia la zona del Alcázar y con una puerta principal, el Arco de la Sangre.
Y en este lugar emblemático de la ciudad, punto de diversos actos culturales y parada obligada en la procesión del Corpus Christi, uno de los eventos más destacados de la ciudad, echábamos a andar por calles angostas y empedradas, amparados, aún, por el fresco de la mañana que no duraría mucho. Y así llegamos a la Calle Cristo de la Luz, donde a nuestra derecha quedaba la Mezquita del mismo nombre. Mezquita en tiempos de la ocupación musulmana más tarde tras la Reconquista, quedaría transformada en Iglesia en el siglo XII, añadiendo un ábside para la ubicación del altar. Y sí, obviamente se transformó en iglesia. Pues, aunque la religión hoy en día, en el mundo occidental, es solo un complemento más de quita y pon y se suele vivir desde la distancia, en aquella época era parte de la vida de los pueblos, además de un símbolo de poder ante los demás. No solo la religión cristiana sino todas. Todas, repito todas, las civilizaciones construyeron sus templos encima de las anteriores, como muestra de poder. Y, por tanto, como símbolo de unión de los pueblos bajo una misma fe. Y no sería de otra forma como se hubiera podido formar lo que hoy conocemos como España, al igual que ocurrió en Europa en general. Y no sería de otra forma que hoy estamos donde estamos y somos lo que somos. Pues la realidad y las gentes hubieran sido distintas. Así como cada individuo somos fruto de una unión específica de un hombre y una mujer y sin ésa no estaríamos en el mundo (aprovecho para tener en mi mente un recuerdo hacia mi padre, que con sus palabras enseñó muchas cosas a mi pretérita versión). Por otra parte, cabe decir que la construcción original, que se estima data del siglo X, no fue destruida por los cristianos más bien modificada, como cualquier hijo de vecino reforma una casa cuando entra a habitarla. Quede esto dicho para la reflexión. Aunque mucho me temo que aquellas personas a las que este texto llegará ya han meditado hace tiempo sobre el tema. Y a aquellas que no lo han hecho, no llegará
Dicho lo cual, en torno a este lugar se mueven varias leyendas, pero me centraré en una de ellas que nace a la entrada del Templo, donde se puede observar un adoquín blanco: “Allí fue donde el caballo del rey Alfonso VI, habiendo entrado con las tropas cristianas en Toledo el 6 de mayo de año 1085, se detuvo e hincó la rodilla en el suelo. Perplejo el rey ante tal comportamiento, desmontó ágilmente y exploró el edificio. Dentro, una luz irradiada desde un muro captó su atención. Presto ordenó a sus hombres que lo derribaran, encontrando tras los escombros un Cristo, oculto desde los tiempos visigodos. Aún sin poder creer lo que sus ojos veían, bajó su mirada hacia los pies del Cristo para descubrir con estupefacción un candil de aceite que, a pesar de haber permanecido siglos oculto, continuaba ardiendo, símbolo de la inquebrantable fe que guiaba al pueblo de Toledo”.
Con las leyendas aún dando vueltas por nuestras mentes, nuestros pies volvieron a ponerse en marcha por las sinuosas y estrechas calles toledanas, por las que un extraño fácilmente podría perderse, y ante nuestros ojos apareció el Museo de los concilios y de la cultura visigoda ubicado en la Iglesia de San Román. Inaugurado al público en el año 1971, siendo Toledo antigua capital del Reino visigodo, tiene por fin exhibir todos aquellos objetos y que puedan recogerse relativos a dicha cultura.
Entre las piezas originales que se pueden encontrar en el recinto hay numerosos componentes arquitectónicos como capiteles, y otros más pequeños pertenecientes a maineles, frisos decorados o losas con epígrafes Completan este grupo de objetos originales elementos de orfebrería como broches, fíbulas, hebillas, collares o anillos, entre otros.
Pero las piezas que más pueden llamar la atención al visitante pertenecen, sin embargo, al conjunto de reproducciones. Siendo las más emblemáticas las coronas votivas de Guarrazar. Un conjunto formado por coronas y cruces de oro, piedras preciosas y perlas. Encontradas de forma accidental en Guadamur en el año 1858 y, de forma parcial, posteriormente vendidas y finalmente cayendo en manos francesas – otra de esas acciones que podrían ser víctimas fácilmente del presentismo. Pero las cosas no siempre han sido como las vemos ahora. Por suerte, hoy no sería fácil que algo así ocurriera, pero las circunstancias del pasado fueron de una forma y no se puede cambiar ni se deben juzgar con los ojos actuales. – Con el tiempo España recuperó parte del tesoro en 1941. De tal manera que si queremos ver el original tendremos que acudir a Francia, al Museo de Cluny de Paris, o a Madrid en el Museo Arqueológico Nacional y en la Galería de las Colecciones Reales. Un tema que sigo sin entender. ¿Por qué restos arqueológicos de otras provincias o municipios tienen que ser exhibidas en Madrid? Me estoy acordando por ejemplo de la Dama de Baza y me acuerdo de ella porque pertenece a la provincia de Granada, pero seguro que algunos estarán pensando en la Dama de Elche, por ejemplo. Y así otras más.
Salimos del Reino visigodo para entrar en el barrio judío, donde se ubican las dos sinagogas que permanecen en pie, la Sinagoga del Tránsito, que alberga el Museo Sefardí, y la Sinagoga de Santa María la Blanca, no obstante, no tuvimos tiempo de visitarlas, pues nuestro paso por este barrio fue fugaz con el propósito de llegar a un mirador desde donde contemplar a la derecha el Tajo y a la izquierda emergiendo en pleno barrio judío el Monasterio San Juan de los Reyes, mostrando con orgullo su gótico isabelino. Perteneciente a la Orden de los Franciscanos, fue construido bajo el patrocinio de la Reina Isabel, con el fin de conmemorar la Batalla de Toro y el deseo de utilizarlo como lugar de mausoleo real. Deseo que se desecharía tras la reconquista de Granada – si esto fuera un texto informal debería de poner un emoticono de orgullo y satisfacción – Una de las construcciones más bonitas, a mi parecer, que posee Toledo, simplemente se puede decir que hay que visitarla. Destacaré dos detalles que podían observarse desde nuestra posición, las cadenas de los cristianos cautivos, liberados tras la reconquistar del Reino de Granada, que cuelgan de las paredes exteriores del templo y sobre ellas la divisa templaria “Non nobis domine, non nobis sed tuo da gloria” – “Nada para nosotros Señor, sino a tu santo nombre hemos de glorificar”.
Y como toda historia llega a su desenlace, el nuestro tuvo lugar en la Plaza del Ayuntamiento o, como la conocen los toledanos, la plaza de los tres poderes, pues en ella confluyen el Palacio de Justicia, el Ayuntamiento y el Palacio Arzobispal y la Catedral de Toledo. Sin duda, es ésta la que llama la atención de cualquier visitante, y nosotros no fuimos menos. Iniciando su construcción en el siglo XIII, año 1226, sobre los cimientos de la Catedral visigoda, que fue utilizada como Mezquita, desde la plaza nos expone su gótica fachada principal, que a nadie deja indiferente. Solo hubiera habido una forma de culminar la visita mejor que ésta, visitando por dentro la Catedral Primada. Pero eso tendrá que ser en otra ocasión. Como ya dije al inicio de este viaje, no pensé que iba a volver, pero sabía que lo haría. Y mucho me temo que ocurrirá alguna vez más, pues aquí lo confieso, “me gustan las espadas, me gustan las tiendas de espadas y me gustan las historias épicas” y, además, en esta ocasión me fui sin comprar mazapanes (los mejores que he comido) y esto es un pecado.











