Vertebrar Vistalegre
El acto en Vistalegre representa un punto de inflexión para SALF y para la política española. Alvise Pérez ha logrado no solo visibilidad sino también poner presión a los partidos tradicionales, en particular en la derecha. Se abre un periodo en el que habrá que ver si esto es un fenómeno atmosférico —una reacción anti-sistema temporal— o si se consolida como fuerza política estable.
Para los partidos establecidos, el mensaje es claro: hay un espacio político nuevo, con discurso directo, transgresor, rupturista, que capta descontento. No responder puede costar votos. Pero responder mal puede ser aún peor.
El evento de Vistalegre ha generado preocupación, expectativas y también movimientos defensivos entre los partidos establecidos.
Alvise se ha construido como denunciante de la corrupción, del “régimen del 78”, de la “partitocracia”, y ha usado formatos agresivos en redes sociales como plataformas principales, así como otros recursos tecnológicos y un discurso de ruptura.,
Elegir Vistalegre (que había sido bastión de actos relevantes de Vox), presentar su proyecto político en esa plaza, hacer el acto en un día patriótico… todo esto tiene un trasfondo estratégico de legitimación y de fortaleza.
La irrupción de Alvise no ha pasado inadvertido para otras fuerzas: Vox ha intensificado su presencia en redes, ha adaptado formatos de campaña más agresivos; se siente directamente desafiado.
El PP ha admitido en algunos sectores cierto nerviosismo. Preocupa en Génova que Alvise le quite votos, sobre todo en franjas de votantes jóvenes o más escorado a la derecha. Hay llamadas internas a modernizar la comunicación, ser más directos con ciertos temas.
Por su parte, los partidos de izquierda también consideran que este fenómeno es preocupante: temen que la polarización les perjudique, librar la batalla de las ideas con un líder sin complejos y sin medias tintas, que se normalicen discursos antisistema, que se erosione la confianza en las instituciones.
En cualquier caso, Alvise Pérez ha logrado algo que muchos consideraban difícil: transformar la indignación en representación institucional sin pasar por las vías tradicionales de poder, y hacerlo con escasos recursos fuera del gran aparato mediático. Su desafío al sistema ha sido real y ha encontrado eco en segmentos importantes de la sociedad que sienten que los partidos tradicionales no respondían a sus problemas.
Pero el desafío está ahora en vertebrar el éxito de Vistalegre. El proyecto de Alvise lanza un espejo al sistema: obliga a los partidos tradicionales a reformular discursos, atender al descontento popular, tener mayor transparencia, y redefinir lo que los ciudadanos esperan de las instituciones. Inpendientemente de lo que pase con Alvise, ese efecto podría ser uno de sus legados más duraderos.











