¡Ay, doce, doce de octubre!
Ignacio Pozo.- Ayer, día de la Hispanidad, dentro del meritorio mundo del toro, quienes así lo sentimos, la fecha conmemorativa de la Virgen del Pilar.
Ante el altar hispano por naturaleza las barrerás rugiendo, los tendidos rebosantes de esa multitud heterogénea, que formamos el sentimiento inquieto del hombre ante la fiera, como un censo histórico que no cesa, y gracias a la madre de España y bajo su pilar se produjo un milagro, un Galcigrande suavón, buscón y oscuro proceder, nos tendió en el suelo y sin conocimiento, (por segundos los espectadores pensamos), que nuestro mejor matador de hoy e histórico por su arte y talento, yacía muerto, el silencio entrecogido de tan espeluznante cogida, por segundos creímos estar acabado.
Mientras inerte lo portaban, quiso Ella volverlo a la plaza, transparente el rostro y violáceos los labios, solo sus ojos encendidos, le dieron fuerza, para ir a quien tal le venció.
Que forma de rematar, primero con el capote, luego con la muleta, ¿se habrán dado pases en las Ventas?, como el maestro Morante, esta tarde, pocos, era locura, ceñidos al bies, al natural, arrimándole el pecho a las puntas y el pecho y las entretelas del dorado envoltorio del diestro, toda la plaza volvió a levantarse, el tendido toreaba como los mismos ángeles bajados del cielo, con muleta y estoque, los oles daban pie al pasmo, enronquecidos, surcaban el cielo en el tornasol otoñal que seguro estaba pendiente del embrujo de aquellas formas, contorsiones del arte viejo que ante los toros lucieran desde Juan Belmonte a Manolete, desde Manolete José y los Gallos, y a Jafael me refiero, toda esa historia de este vendaval de España rancia, en honor de Ella, nuestra amada Patria y en su día.
Toreó Morante, por algo el toro anterior lo brindó a la gran dama de la comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso. Con tales premisas, empezó la tercera parte, del rito pavoroso que solo el torero lo conoce, la hora de matar el empitonado, fue de libro, en toro en la suerte contraria descuidó sus defensas, y el maestro de un espadazo tocó el pelo del animal, mientras solo del estoque asomaba la bola, el toro corazón abierto, tendido en medio de la arena, la gente rugía, la inmediata, miles y miles de pañuelos pedían los trofeos, cortó, como no podía ser menos dos orejas, eso en Madrid, eran los máximos, desde hace sesenta años no se dio un rabo en tal coso, había sido un milagro, si o no, lo había sido, entre flores palmas y alegrías, banderas de España incluidas aquel ángel tutelar del toreo dio, una, dos, hasta tres vueltas al ruedo, su segunda puerta grande era un hecho.
Cuando la plaza iba tomando aire y el sosiego apaciguaba, cuanta emoción en un día determinado, la fiesta por excelencia, la de los toros, Morante, silencioso, ensimismado en sus propios pasos, alcanzó el centro del ruedo, la cámara lo enfoco, sus ojos los llenaba un abundante llanto, dejaba a este correr su marmóreo rostro, se llevó las manos a la castañeta, santo y seña del oficio de torero, se estaba aflojando el adminículo, la gente lo entendió JOSÉ ANTONIO MORANTE DE LA PUEBLA, eran las 7, 37 de la tarde, cuando dijo adiós para siempre al mundo de los toros, los tendidos lloraban, los buenos aficionados acabaron entendiendo, que un genio de maestría y tamaño, eran muchas las veces, (incluyendo esta tarde), que había estado más para hallá, que para acá.
Bendito día de la Raza, la de hombres con una estigma endeleble, disfruta de la vida, maestro, como tantas tardes a tantos, nos explicaste en los ruedos de esta piel de toro, el saber del arte y el honor, y la bragueta, que tanto importa en este oficio.
Por él y por cuantos nos alimenta la fiesta de las fiestas, que no es otra en España entera, que la de los toros.
¡VIVA ESPAÑA!
*Abogado y colaborador de AD











