La chistorra de Ábalos
Eduardo de Rivas.- Mientras los españoles ven que su sueldo cada vez les cunde menos en el supermercado, se enteran al llegar a casa y poner las noticias de que nunca más mirarán con los mismos ojos una chistorra. Bien rica que está, al pasar por la plancha o a la barbacoa. Pero Ábalos no las metía precisamente en la chimenea. A menos que viniera la UCO a registrar la casa y hubiera que guardar los sobres en el primer sitio que pillara. Como el pendrive.
La chistorra es el nuevo Bin Laden, ese billete de 500 euros que adquirió el nombre del terrorista de las Torres Gemelas porque nadie conseguía verlo. No deja de ser irónico que el autor intelectual del 11-S no probara la chistorra, por mucho que Ábalos se atiborrara a ellas. Gracias a la UCO (porque podíamos esperar sentados a enterarnos por el Gobierno), hemos sabido que el que fuera número dos del PSOE, mano derecha de Pedro Sánchez y ministro de Transportes, cobraba morteradas de dinero en efectivo que le entregaban en sobres con el puño y la rosa. Es casualidad, no vayan a pensar que de ese hecho se pueda deducir una contabilidad oculta en Ferraz, donde se caracterizan por la transparencia. Tanto, que los sobres tenían ventanilla.
Como había que disimular el tejemaneje de dinero para acá y para allá que se traían Ábalos, Koldo y compañía, se inventaron un código indescifrable para llamar a los billetes. Los sobres rebosaban de chistorras, soles y lechugas. Que digo yo que, puestos a hablar de comida, mejor haber cambiado soles por plátanos, que son igual de amarillos que los billetes de 200, pero nos salió metafórico el ministro de las sobrinas. A ver si era cierto lo de que leía a Quevedo y no lo utilizaba solo para impresionar al presidente y filtrar después los mensajes a la prensa.
Lo que está claro que es cierto es que Pedro Sánchez no sabía nada de lo que pasaba. Y quien diga lo contrario solo fomenta bulos sin sentido. Es imposible que el líder de un partido de Gobierno como el PSOE estuviera al tanto de que su hombre de confianza anduviera para acá y para allá con dinero que, por descontado, no era negro sino legal. Es imposible pensar que pudiera haber algo turbio en que ese mismo líder, de un día para otro, decidiera prescindir de su mano derecha, sin dar explicaciones, para nombrar a otro que ha terminado en prisión. Es también imposible creer que el presidente del Gobierno tuviera información con antelación sobre las investigaciones y que la aprovechara para tomar decisiones y evitar crisis mayores. Es imposible sospechar que la maniobra del viernes para incorporar el aborto a la Constitución fuera una cortina de humo para intentar tapar el informe de la UCO que vio la luz horas después. Es imposible, como ir al súper a comprar cuatro cosas y no dejarte una lechuga.












