Héroe nacional, Gigantes y Ciudad Imperial (I)
Tengo frente a mí un ejemplar de tan conocido libro y autor dentro y fuera de nuestras fronteras. Aquel que inicia su singladura con la famosa frase “En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme”. Es una edición del año 2005 conmemorativa del 400 aniversario desde su publicación por vez primera.
El ejemplar fue un regalo del Hospital Virgen de la Salud de Toledo a los residentes que terminamos nuestra formación como especialistas en el año 2018. Este hospital actualmente se ubica en otro lugar de la ciudad y, según tengo entendido, se llama Hospital Universitario de Toledo.
Parece que en estos tiempos tan modernos la Virgen ya no debe de estar presente en el alivio del enfermo, craso error. Dicho ejemplar suscitó en su momento algo de decepción y mofa por parte de alguna compañera, sin embargo, fue ciertamente un presente significativo. Una obra clásica, internacional y de prestigio, de uno de los grandes de las letras españolas, embajador de nuestra lengua en la extensión del globo. Y sin duda, con sus más de 3 kilos y medio de edición siempre se le puede dar distintas utilidades además de la suya propia, para todo aquel que no guste de leerla. Ya desde mi llegada a Toledo en aquella época escuché quejas sobre el casco antiguo. Al parecer no era del agrado de todo el mundo que no hubiera más tiendas de atuendos femeninos, o como se suele llamar “trapitos” – actualmente hemos evolucionado aún más en la idiocia y hablamos de “outfit” – y sí estuvieran las calles regadas de espadas, escudos o cotas de malla.
Nótese que en aquellos llantos había un grado más o menos importante de exageración. Pues hasta donde he podido comprobar, en varias ocasiones, los toledanos y las toledanas también van vestidos por la calle a la moda. Y aunque hay un número más que interesante de establecimientos donde comprar réplicas de Tizona o yelmos del Quijote o incluso extravagancias como el martillo de Thor, también hay tiendas donde poder vestirse al estilo actual y no solo como una campesina o caballero del siglo XVI.
No era esta la primera vez que visitaba aquella ciudad de calor sofocante y cuestas infinitas. Hace años con mi familia fui a admirar la famosa Toletum al inicio de mi adolescencia, como atestiguan los álbumes de fotos familiares. Instrumentos de tortura moderna, que reflejan esas difíciles etapas de la edad de las que uno siempre se siente avergonzado y que demuestran que la naturaleza debe ser una señora que ríe maliciosamente con sus obras.
Pero fueron aquellos años posteriores de la edad adulta, en los que viví en la antigua ciudad imperial, los que más vívidamente recuerdo y los que fueron especialmente malos, no por las mencionadas divertidas anécdotas propias de la inmadurez de la juventud, sino por los avatares de la vida y porque, como popularizó Thomas Hobbes, “El hombre es un lobo para el hombre” y si a esto le añadimos la cosecha propia, tenemos el plato perfecto para decir que esos cuatro años fueron una experiencia que destaca por negativa. De modo, que perfectamente me identifico con esa frase con la que Cervantes nos presentó los infortunios de su más famoso personaje y, por tanto, a mi partida nunca pensé que volvería y, sin embargo, sabía que lo haría.
Ante estas vivencias y sentimientos adversos, como no podría ser de otra forma siendo persona como soy, 7 años después efectivamente volví. Cuando a principios de este año el coordinador de Héroes de Cavite de Granada nos comentó que se quería organizar un encuentro nacional de la Asociación y que dicho encuentro tendría lugar en Toledo no dudé en apuntarme.
Así llegó nuestra fecha, el 6 de junio a las 8:00 a.m. aproximadamente. Partimos hacia nuestro destino a lomos de una furgoneta azul marino un variopinto grupo: una enfermera jubilada, otra en activo, una pareja de jóvenes enamorados que prometían dar emoción al fin de semana, una médico – esta humilde servidora que les relata nuestras desventuras – y al mando de los caballos un policía local.
Nuestra primera parada fue en Ciudad Real, en Viso del Marqués. Allí se levanta la que fuera la casa del granadino don Álvaro de Bazán, primer Marqués de Santa Cruz y almirante de la Marina. El Palacio de los Marqueses de Santa Cruz, fue construido entre los años 1564 y 1586 por orden del almirante. Este pequeño municipio ciudadrealeño donde mi paisano de ascendencia navarra decidiera plantar los cimientos de su hogar se me antojaba recóndito, sin embargo, aquel señorío que heredó de su padre, Álvaro de Bazán el Viejo, estaba ubicado a una estratégica equidistancia de la corte madrileña y de las bases de sus escuadras, en Cádiz, Cartagena y Lisboa.
No parece que fuera fruto del albur que tan ilustre militar español no conociera la derrota. Frente a ella una broncínea estatua del Marqués la custodia del paso de los años. Su sobria estructura exterior no nos hizo sospechar inicialmente qué encontraríamos en el interior. Con una decoración renacentista, disciplina de la que don Álvaro era un enamorado, en las dos plantas de las que se compone la edificación, la mayoría de sus estancias y galerías, incluyendo la escalera exhiben coquetamente numerosas pinturas al fresco con diversos motivos. Sus batallas navales, ciudades como Nápoles, donde pasara varios años de su vida y adquiriera el gusto por dicho movimiento artístico, imágenes de su genealogía, representaciones de la mitología clásica, como el parto de la ninfa Calisto o el rapto de Proserpina entre otras, llegando a ser el conjunto pictórico español que mejor la representa.
Durante nuestra visita guiada nos contaron las vicisitudes por las que el Palacio pasó a lo largo del tiempo, así como su propietario inicial las sufriera en la mar. El terremoto de Lisboa de 1755, conocido como el Gran Terremoto de Lisboa, del que se estima que tuvo una duración e intensidad inusitada, destruyó las 4 torres que flanqueaban el edificio y algunas bóvedas.
Posteriormente el saqueo de las tropas francesas napoleónicas en 1808 y de nuestros aliados contra Napoleón, los británicos, al parecer según nuestro guía con el beneplácito de Manuel Godoy – parece que la autodestrucción de los españoles nos persigue de antiguo -. O el vandalismo de los carlistas. Aun así, nos aseguraron que el 90% de lo que estamos contemplando es original y no reconstrucción. Pareciera que de la misma forma que Bazán quedara invicto en batalla, el que fuera su hogar resiste los embates de la naturaleza y del ser humano.
Ya al término de nuestra visita nos percatamos de que una salamanquesa estaba alerta desde una de las ventanas. ¿Estará acaso a la guarda de tan magna casa? Casa que, tras su cesión a la Armada, se adaptó como museo para albergar el Archivo General de la Marina, un archivo histórico declarado nacional que guarda 80.000 legajos con información relativa a la historia de la Marina desde 1784 hasta la Guerra Civil. Recibiendo el nombre de “Archivo Museo Don Álvaro de Bazán”. Como también otro reptil parece proteger la iglesia contigua, Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción. Se trata de un cocodrilo disecado procedente del río Nilo, traído por Álvaro a España tras una de sus expediciones, que desde entonces luce en una de las paredes del Templo.
Después de reponer fuerzas en un bar de la localidad continuamos nuestra marcha. Por la carretera el Tío Pepe nos amenizó el viaje con su guitarra. Y entre charlas y acordes llegamos a Consuegra, donde, no podría ser de otra forma, nos esperaba una singular batalla…











