No había uno, había dos okupas
Luís Ventoso.- Sánchez se coló en el poder en junio de 2018, sin ganar jamás unas elecciones y con 84 diputados pelados. Lo logró merced a una alianza inimaginable –tejida entre tinieblas por su amigo y brazo derecho Ábalos– con unos partidos golpistas que el PSOE había combatido solo unos meses antes con el 155. Además, sumó las siglas de ETA. Sánchez se fumaba así todas las líneas rojas consuetudinarias de la democracia española. Ante tal tropelía muchos lo consideraron un presidente ilegítimo y se popularizó un alias: El Okupa de la Moncloa.
Hoy la okupación continúa, pues desde julio de 2023 preside el Gobierno de nuevo sin haber ganado y rendido a un fugitivo. La infamia ha llegado al extremo de que ha forzado al Rey a rubricar una amnistía que escupe políticamente sobre el discurso más importante de la carrera del monarca.
En la Moncloa levita un okupa político de manual. Pero lo que no sabíamos, hasta que Alejandro Entrambasaguas lo desveló aquí, es que en realidad eran dos. El hermano pequeño, David, se acopló durante unos meses al gran estadista y se apalancó con toda la jeta en la residencia presidencial. ¿Para qué pagarte un alquiler en Madrid, que cuesta un riñón, si puedes mudarte con Peter al palacio y disfrutar por la patilla del jardín, la pisci y hasta de los servicios generales de Moncloa para que te saquen unas croquetas y una birra a la terraza, o lleven a tu mujer al tocólogo en un vehículo medicalizado conducido por un picoleto.
No es novedad que un familiar de un presidente viva en la Moncloa. Pero en los casos anteriores estuvo justificado por razones humanitarias, que todo el mundo podía aceptar. Zapatero se llevó a sus suegros porque eran dependientes (raro que no les buscase algo en Caracas). El anciano juez Rajoy, que también necesitaba cuidados, vivió sus últimos días junto a su hijo y su familia.
Pero el caso de David Sánchez, conocido como el maestro David Azagra en los círculos melómanos y coautor de la afamada Danza de la Chirimoya, es diferente. En primer lugar, cuando se mudó al palacio David era un brazo de mar, un fornido cuarentón en plena forma. Aunque estuviese de capa caída, porque el mundo no acababa de apreciar su arte rusófilo con la batuta, colarse allí a disfrutar de las prebendas del Estado no estuvo fino por parte de ninguno de los dos hermanos.
Lo que hicieron los hermanos Sánchez no constituye un delito, porque en España existe un vacío legal al respecto. El problema del okupa Azagra radica en que sus pernoctas monclovitas coinciden con que en esas mismas fechas declaraba al fisco español que era residente en Portugal y pagaba allí sus impuestos (ahorrándose una pasta). Y aquí es donde la novela Los dos okupas de la Moncloa se pone interesante, pues Sánchez senior habría ayudado a la trampa fiscal de Sánchez junior, que con esta torpe picaresca añade otro clavo más a su problemático calvario judicial.
¿Qué denota esta golfada? Pues que los Sánchez pensaban que todo el monte era orégano. Una vez que Pedro había asaltado el poder se sintieron impunes y creyeron que podían hacer todo lo que les saliese de la zanfoña: un puesto inventado en la Administración para el amiguete arquitecto en paro, un coleguita colocado al frente de Correos (donde dejó un pufo de mil millones), otro amigote que pasó de guardia de la porra al puesto de nuevo cuño de ‘director de seguridad de la Sepi’… Y por supuesto, la cátedra extraordinaria para una señora que había sudado para acabar el Bachiller y el dedazo en la Diputación para el hermanísimo.
El desparpajo en el uso de unos bienes que no son suyos, sino de todos los españoles, llegó al extremo de que David dejó su autocaravana tirada durante dos años en un parking de la Moncloa (ahorrándose de nuevo una pasta).
Tendremos que seguir atentos al fascinante nervio emprendedor de los Sánchez y los Gómez. Cualquier día se nos vienen arriba, se apodera de ellos el espíritu empresarial de Sabiniano y nos montan una sauna LGTB en un ala de poco uso de la Moncloa.
Hemos caído en manos de un personaje que no pasa la prueba del algodón psicológica y moral. Los españoles hemos tenido mala suerte. Bueno… excepto los Sánchez, que se han puesto las botas.












