Israel, el enemigo deseado: ¿Por qué los árabes quieren vivir en un estado supuestamente genocida?
Álvaro Galán.- En el guion oficial de Medio Oriente, Israel es el villano. El Estado judío es la encarnación de la opresión, la ocupación y el pecado geopolítico. Sin embargo, hay un pequeño detalle que suele pasar desapercibido: muchos árabes no solo sobreviven allí, sino que prosperan, estudian, trabajan y crían familias, como si la lógica del odio no se aplicara a sus decisiones cotidianas. Bienvenidos al fascinante mundo de las contradicciones humanas.
Hospitales que funcionan, calles iluminadas, transporte público confiable, universidades que no cierran arbitrariamente… Israel ofrece todo lo que muchos gobiernos árabes prometen en discursos solemnes pero nunca cumplen. Y aun así, en la retórica oficial, seguir viviendo allí es “colaboración con el enemigo”. Parece que la coherencia política tiene fecha de caducidad: mientras los líderes gritan slogans, la gente busca electricidad, agua potable y Wi-Fi decente.
La seguridad es otro chiste cruel de la ironía. Mientras algunos Estados árabes hacen de la inestabilidad una forma de arte, Israel presume de un sistema judicial que funciona y policía que responde. Así que no sorprende que, para muchos, el enemigo declarado sea, paradójicamente, el único garante de seguridad doméstica. Se podría decir que es una especie de “amor-odio pragmático”: odias el Estado en la teoría, pero aprecias la electricidad que llega cada noche.
Luego está la política: ciudadanos árabes que pueden votar, organizar partidos, dar discursos públicos y protestar sin terminar en una celda. En comparación, en muchos países vecinos, cuestionar al poder es deporte extremo. Mientras la propaganda arábiga denuncia ocupación, la vida real demuestra que las oportunidades de participación y movilidad social están… sorprendentemente dentro de ese mismo Estado demonizado. Ironía pura, con mayúsculas.
En resumen, los árabes que eligen Israel nos enseñan una lección incómoda: la vida cotidiana no entiende de ideologías inflamadas. La retórica se queda en los discursos, mientras la realidad hace malabares entre empleo, educación y servicios básicos. Israel es el enemigo declarado, pero también es la tierra prometida de la practicidad. Y en ese extraño matrimonio de contradicciones, se revela una verdad que nadie admite en voz alta: a veces, el enemigo tiene mejores carreteras que los amigos.
Bienvenidos al Medio Oriente contemporáneo, donde el odio es retórico, pero el pragmatismo es territorial.













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Cualquier Palestino de bien abandonaria su religión , y preferiría vivir y prosperar en Israel